Antecesora de la Revolución de Mayo, esta mujer se convirtió en todo un símbolo de las costumbres de la época y terminó viviendo una vida centenaria. ¿Qué secretos se llevó a la tumba?
Antes de empezar a leer, recomiendo el ejercicio más difícil: interpretar la historia sin los ojos e ideales de la Argentina del siglo XIX. Dicho esto, vale aclarar que el comercio de esclava era muy solicitado en los comienzos del 1800 y varios nombres porteños se peleaban por su monopolio.
En dicho comercio el esclavo no era considerado persona, era un bien comercial y hasta eran marcados en la cara o espalda. Fue tan impactante las cifras que se manejaron en el continente americano que se calcula que 40 millones poblaron el lugar.
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En su mayoría eran del Congo y Angola, fue el rey Carlos III quien habilitó este comercio. El trayecto era peor que inhumano: engrillados y atados entre ellos, solo podían estar acostados o sentados y tenían la barbilla pegada a las rodillas. Varios morían en el viaje por las pésimas condiciones a las que se enfrentaban.
Al llegar desembarcaban cerca de la boca del Riachuelo y alojados en galpones que luego se llamarían barracas. ¿Y quiénes compraban esclavos? En Buenos Aires eran familias que los usaban como obreros o mayordomos; trabajaban en el patio de esas casas para luego recorrer calles para vender productos.
Para graficar mejor la situación: cuanto más dinero tenían las familias, más esclavos podían adquirir y así cada uno se dedicara a una función diferente que iba de cebar mate a lavar y planchar. Felipa Larrea fue una de ellas.
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Los historiadores no se ponen de acuerdo, pero la versión más fuerte es que nació el 1 de mayo de 1810 en la casa de Juan Larrea, catalán que integró la Primera Junta. Su madre fue María Rodríguez, quien llegó de Guinea Ecuatorial y siempre existirá la versión de que padre fue el mismo prócer. Tarde para confirmarlo.
La entonces niña fue comprada por Justa Visillac Lara de Rodríguez de Colonia de Sacramento. Fue llevada al convento de Independencia y Nueve de Julio para ser educada, aunque solo estuvo poco tiempo.
Nuevamente tuvo nuevo destino: la casa de Rafaela de Vera y Mujica, viuda del virrey Joaquín del Pino. Una de sus hijas, Juana, se casó con Bernardino Rivadavia y entonces ella pasó a sus servicios. Casi en simultáneo la Asamblea del año XIII votó la libertad de vientres que establecía que hijos de esclavos que nacieran en ese momento, eran libres.
Nuestra protagonista se casó en 1833 con el moreno Ignacio Sibille Larrera quien se transformaría en el cocinero de Juan Lavalle. Dato: debía probarle la comida porque el general temía de ser envenenado. Tuvieron 11 de hijos y Tomás, uno de ellos, se casó con María Crescensión Martín quien era hija de Lucía Sarmiento, prima del Padre del aula.
Felipa trabajó varios años en la casa de Domingo Sarmiento, se cree que fue ella quien le dio detalles del fusilamiento de Camila O'Gorman porque Manuelita Rosas le pidió que vaya a asistirla a Santos Lugares cuando fue capturada.
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A fines de la década de 1870, ya viuda, se fue a vivir a Cañuelas con su hija Magdalena quien falleció poco antes que ella y se cree que vivió en una antigua esquina de la ciudad donde aún se conserva una pared.
En 1909, a sus 99 años, un periodista de Caras y Caretas viajó a conocerla y realizarle un perfil. Murió ese año, el 18 de diciembre.
El destino de sus restos es un misterio porque fue enterrada en el mausoleo de José Lino Aráoz en un cementerio donde ahora está el Cañuelas Fútbol Club, una mujer encontró el lugar y sus cenizas estarían en un convento de las monjas de Santa Catalina de Siena, pero sus descendientes aún no tienen acceso.
Así fue la vida de Felipa, la esclava que lo vio todo en su casi centenaria vida y quien se debe haber llevado a la tumba más de un secreto de sus amos y hombres más poderosos de Buenos Aires.
Por Yasmin Ali
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