Entender la lógica de la intensidad en las discusiones facilita desarticular el conflicto continuo en los vínculos. “Separarse de la pelea” es el camino para evitar la ruptura. Tips para desaprender a pelear.
Las peleas en la pareja pueden ser a causa de celos, reclamos, demandas de atención insatisfechas, formas diferentes de ver las cosas, etc. El problema es cuando las discusiones van in crescendo intensificándose hasta llegar a situaciones que generan gritos, agresiones y hasta llegando en algunos casos a violencia física o psicológica.
En los vínculos suelen proyectarse expectativas, ilusiones, fantasías e ideales, entre tantas otras cuestiones que inconscientemente se proyectan y determinan el tipo de vínculo que se establece. Solemos tener modelos referenciales de nuestros padres de quienes aprendimos tanto lo que quisiéramos reproducir al armar el propio modelo como por el contrario, no querer repetir historias displacenteras o disfuncionales que nos hicieron daño. La primera matriz de la familia de origen es tan fuerte que muchas veces determina el único universo conocido de modelo conyugal y parental e inevitablemente se tiende a repetir en mayor o menor medida rasgos de ese funcionamiento, creyendo que no hay ni existe otra opción; aún cuando conscientemente se pretenda construir algo diferente las creencias inconscientes limitan esa posibilidad.
Cuando las peleas han sido moneda corriente se tiende a naturalizar esos tipos de comunicación que contienen sesgos de maltrato en las formas. Ante la pregunta del terapeuta por cómo se lleva con su pareja suelen repetirse las siguientes respuestas: “Normal, nos peleamos como todas las parejas” o “No importan las formas, en el fondo nos queremos”. ¡Claro que las formas importan!, ya que justamente el modo de relacionarnos configuran una manera de estar y vivir en pareja; y no es necesariamente cierto que todas las parejas peleen todo el tiempo.
Desnaturalizar el “modo pelea”: si se piensa que es “normal” pelearse, es tiempo de cuestionar esta teoría. Empezar a pensar y creer que es posible no pelearse es el primer paso para decidir dejar de hacerlo. Entrar en el laberinto de la discusión es tan sencillo como tan difícil es salir de ahí incluso cuando, en muchos casos, ya ni se recuerda cuál fue el motivo inicial de la discusión. Observar cuando esto sucede e intentar no entrar en ese juego es todo un desafío posible de sortear si nos lo proponemos.
Enamoramiento = En-AmoraMiento: el amor suele ser engañoso. Nos armamos versiones del amor que hemos visto en películas (o en vivo, con nuestros padres) y al momento de armar pareja la realidad difiere de tal manera que nos frustra y enoja. Nos enojamos con la persona que tenemos a lado porque no nos da lo que imaginamos que íbamos a tener. Las creencias inconscientes son ideas que se instalan como certezas de tal manera que en la realidad se repiten situaciones que las validan.
No casualmente suelen decirse (y creerse) frases tales como: “Las mujeres son todas locas”, “Los hombres son todos iguales”, o “Todos me dejan”. Estas y otras creencias son las que se fueron creando en nuestro “sistema operativo”. Nuestro cuerpo es la caja, la parte externa de un complejo sistema donde se instaló un software, un ordenador que da órdenes generando respuestas ante distintos estímulos. El estímulo es neutro pero dependiendo la información que tenemos en nuestro interior decodificamos y entendemos cada situación de una manera diferente.
Si aprendimos en nuestra infancia de un modelo donde la discusión era moneda corriente es posible que hayamos comprado una versión del amor de pareja “peleadora”. Así tenderemos a repetir inconscientemente lo que vimos o por el contrario querremos tener una pareja diferente a ese modelo idealizando el amor como una relación a pura bondad y buen trato.
Entre la versión rosa donde el príncipe ama a la princesa tratándola como tal (y viceversa) y el modo “Tom y Jerry” de pelea continua hay intermedios que generalmente cuesta encontrar. En el enamoramiento inicial aparecen sentimientos de mucho amor idealizando a la persona (que aún no se conoce) proyectando en ella aspectos y formas de ser que nos gustaría encontrar.
Queremos tener la pareja perfecta y el contraste que produce encontrarnos con una persona y un vínculo que no lo es por sí mismo produce frustración y enojo. Si queremos armar un vínculo con determinadas características de funcionamiento saludable lamento darte la noticia que tendrás que trabajar para lograrlo. Cuando uno se enamora se deslumbra, se encandila y ese encantamiento no nos deja ver.
Dejar de creer en la pareja perfecta esperando encontrar y reproducir mágicamente la película de amor que nos armamos. Estar dispuestos a armar un nuevo guión para no repetir la misma historia. Aceptar que los vínculos se construyen y se aprende de los errores.
Mantener la individualidad estando en pareja no resulta una tarea sencilla. Configurarnos como “media naranja” del otro nos posiciona como incompletos. Cuando se comienzan a ceder excesivamente espacios personales se corre el riesgo de perderse en la relación y olvidarse de sí mismo generándose dependencias excesivas e inseguridades que muchas veces terminan generando reclamos de atención y enojos varios. La dependencia emocional produce celos y la autoestima empieza a decaer. Depender del otro para ser feliz no es la mejor opción, siempre es mejor conectar con la propia felicidad para compartirla con otro.
En los vínculos de pareja suelen activarse sentimientos infantiles que se proyectan en la figura que nuestra pareja representa y sin darnos cuenta terminamos confundiendo las cosas enojándonos y reclamando cual niños a nuestro padre (o madre). La rabia y los celos suelen tener un origen infantil y cuando se expresan en un cuerpo de adulto pueden producir estragos representándose escenas de caprichos donde se escenifican peleas en las que el verdadero motivo se pierde de vista.
Mantener (o recuperar) espacios personales por fuera de la pareja le da aire al vínculo. No perderse en el otro ayuda a sostener un intercambio saludable para fortalecer el vínculo.
Cuando las cosas no fluyen y surgen discusiones que ameriten cambios en la relación es importante empezar por los propios cambios sin obsesionarse con que el otro cambie.
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