Fue un proyecto secreto que el Gobierno de los Estados Unidos llegó a considerar cuando ingresó a la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué se pensó en la idea de cambiarle su color característico a la residencia presidencial? Leé una historia curiosa e increíble.
Por Canal26
Lunes 7 de Diciembre de 2020 - 10:42
La Casa Blanca en 1941. Foto: Revista Time.
Por Marcelo García.
El 7 de diciembre de 1941, los Estados Unidos ingresaron formalmente a la Segunda Guerra Mundial. Ese día, habían sido atacados por el imperio japonés en la base naval de Pearl Harbor, emplazada en el Océano Pacífico; y la historia del mundo se dividió en dos. La nación, que luego se convertiría en la gran potencia del mundo, ya no era una mera espectadora del más sangriento conflicto bélico que jamás haya vivido la humanidad, era entonces una de sus principales protagonistas.
Mientras aún resuenan las más variadas teorías conspirativas que, entre otras cosas, sostienen que los norteamericanos se "dejaron" bombardear para tener las excusas perfectas que les permitieron entrar a la guerra; también sale a la luz una curiosa historia que refleja el pánico que generó -a las máximas autoridades gubernamentales- ese paso trascendental.
La misma noche en que Estados Unidos declaró el estado de beligerancia contra el Eje (conformado por la Alemania nazi de Adolf Hitler, la Italia fascista de Benito Mussolini y el propio Japón), rápidamente cayó en la cuenta de que también podían ser atacados en el continente. Y no estaban tan alejados de la realidad.
Después de todo; tiempo después los alemanes planearon hacer llegar sus impresionantes "bombas volantes" (el antecedente más inmediato de los misiles actuales) hasta el mismísimo territorio estadounidense. Como fuera, con argumentos sólidos o no, se adoptaron medidas de emergencia y prevención para proteger a la población en general, aunque también se pretendió blindar -de un modo muy especial- al presidente Franklin Delano Roosevelt.
Los incesantes bombardeos alemanes sobre Londres, día y noche, durante todo el año de 1940, hizo que los norteamericanos consideraran seriamente la posibilidad de ser los siguientes objetivos en la larga lista de los nazis. Lo primero que pensaron fue poner en práctica apagones nocturnos preventivos, tal como hacían los británicos. También se organizaron simulacros para que la gente estuviera entrenada en momentos de pánico y desconcierto total; algo que alcanzaba fundamentalmente a las principales ciudades de las costas este y oeste, y que se llegó a replicar en otros lugares fuera de los Estados Unidos, como el Golfo de México. Pero la paranoia del gobierno de los Estados Unidos, los llevó un dar paso más allá y, con ese marco, llegaron a creer que la Luftwaffe (Fuerza Aérea alemana) podría bombardear no solo zonas civiles, sino también a la Casa Blanca, sede del presidente en la ciudad de Washington.
Roosevelt en su despacho de la Casa Blanca. Foto: National WWII Museum.
No fue necesario un nutrido comité de expertos para recomendar las medidas necesarias. Tampoco se orquestó una operación secreta con la participación encubierta de entrenados agentes de seguridad. Solo se trataba del color del principal edificio de Gobierno. Blanco. Demasiado blanco.
Una enorme y magnífica construcción emplazada en medio de una amplia zona completamente despejada, que podría ser un objetivo visible y fácil de alcanzar.
La pregunta surgió inevitable. ¿Cómo hacer que la Casa Blanca se volviera "invisible" en horas de la noche, frente a la eventualidad de un sobrevuelo y posterior bombardeo de parte de los aviones alemanes?
A alguien se le ocurrió la idea menos pensada. Y no era demasiado costoso concretarla. Unos cuantos miles de litros de pintura (2.000 en la realidad) cambiaría, de la noche a la mañana, el color de blanco a negro y -en medio de la oscuridad más absoluta- el lugar estaría perfectamente preservado; según el Gobierno norteamericano creía.
Tras una serie de idas y vueltas, y de comprensibles dudas sobre la efectividad de la propuesta, el proyecto de la "Casa Negra" fue descartado por completo.
Para los Estados Unidos, confiar plenamente en ese extraño plan (minimizando al extremo la verdadera capacidad de los enemigos a la hora de atacar), podía haber derivado en un error verdaderamente letal. Para entonces, los alemanes ya desarrollaban las bombas "inteligentes" de largo alcance con las que -para fortuna del país americano- no llegaron a contar antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial.
Blanca, negra o de cualquier otro color, la sede del gobierno estadounidense hubiese volado por el aire de todos modos por igual. Solo bastaba que los enemigos de Estados Unidos hubiesen querido hacerlo.
Pero eso, no era parte de su plan.
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