Los F-16 no son solo cazas con capacidad de interceptación y ataque. Son un mensaje político. Elegir armamento estadounidense —y no ruso, como en décadas anteriores— implica abrir una puerta estratégica a Washington.
F-16. Foto: NA.
Vietnam acaba de dar un paso estratégico que no pasará desapercibido en Asia: avanzará en la compra de aviones de combate F-16 a Estados Unidos. Aunque parezca una transacción militar más, en realidad es una jugada geopolítica cargada de simbolismo. Porque si hay un lugar donde se está jugando el futuro del equilibrio de poder mundial, ese lugar es el sudeste asiático.
Vietnam, con su tradición de independencia frente a grandes potencias, acaba de enviarle una señal clara a Pekín: no se dejará arrinconar.
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El fondo del conflicto es conocido pero cada vez más tenso. China quiere convertir el Mar de China Meridional en su patio trasero: ha construido islas artificiales, desplegado armamento e intentado declarar su soberanía sobre rutas comerciales por las que transita más de un tercio del comercio mundial. El objetivo es claro: crear su propio "mare nostrum", al estilo romano, con control absoluto sobre todo lo que flote en esas aguas.
Pero en el camino se encuentra con actores incómodos: Filipinas, Malasia, Brunei, Indonesia… y, sobre todo, Vietnam. Con una historia de resistencia a las potencias —ya enfrentó a EE.UU., a Francia, Japón y a la propia China—, Hanoi mantiene un reclamo firme y armado sobre su soberanía marítima. Y para eso necesita tecnología militar. De ahí la compra de los F-16.
F-16. Foto: Reuters
Los F-16 no son solo cazas con capacidad de interceptación y ataque. Son un mensaje político. Elegir armamento estadounidense —y no ruso, como en décadas anteriores— implica abrir una puerta estratégica a Washington.
Estados Unidos no es un socio menor. Desde que Bill Clinton restableció las relaciones diplomáticas en 1995 y visitó Hanoi en el año 2000 —la primera visita de un presidente estadounidense tras la guerra—, todos sus sucesores han seguido ese camino: George W. Bush en 2006, Barack Obama en 2016, Donald Trump en 2017 y 2019, y Joe Biden en 2023. Esta continuidad diplomática evidencia el ascenso sostenido de Vietnam como socio estratégico en la arquitectura del indo-pacífico. La compra de estos aviones consolida aún más esa relación.
Aviones caza F-16. Foto: archivo
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Hay un actor que podría anotarse una victoria política: Donald Trump. Durante su presidencia impuso aranceles a productos vietnamitas, buscando reducir el déficit comercial con Hanoi. Sin embargo, Vietnam no rompió relaciones, no se alejó, y lo más llamativo: aceptó esas condiciones y siguió comerciando.
Hoy, la adquisición de armamento estadounidense por parte de Vietnam puede interpretarse como una victoria para el presidente de Estados Unidos. Trump logró demostrar que es posible ejercer presión sobre un Estado socio sin comprometer su disposición a cooperar.
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Pero China no es pasiva. Aunque no pueda detener la venta de armamento, todavía tiene formas de coerción sobre Vietnam. La más preocupante tiene forma de río: el Mekong. Nacido en el Tíbet y con curso hacia el sur, este río vital alimenta la economía y la agricultura del delta vietnamita. ¿El problema? Las principales represas están controladas por China.
Desde hace años, Pekín construye embalses en la parte alta del Mekong, y ya ha demostrado que puede alterar el flujo del agua, generando escasez, afectando cosechas y forzando a sus vecinos a sentarse a negociar. En este sentido, el agua se convierte en una herramienta de presión geopolítica, tan potente como cualquier misil. Vietnam lo sabe. Y aunque compra aviones, no puede darse el lujo de provocar a su vecino
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En un momento en que muchos creían que la guerra comercial con China y los nuevos aranceles provocarían un retraimiento del poder estadounidense, la jugada vietnamita demuestra lo contrario.
Xi Jinping en Vietnam. Foto: EFE.
Aunque sigue siendo temprano para sacar conclusiones sobre la nueva presidencia de Trump, Estados Unidos no pareciera ceder la posición de socio preferido por los vecinos de Beijing para equilibrar la amenaza que les representa la proyección china, lo que podría ayudar a disipar las nubes de desconfianza que se estaban formando alrededor de la política arancelaria estadounidense.
Y en ese tablero asiático, la pregunta que queda por hacer es: ¿está Estados Unidos perdiendo el centro del tablero global, o al contrario de lo que muchos creen, está fortaleciendo su posición?
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