Foto: NA.
*Por Oscar Lamberto
Una muestra de orden en nuestras cuentas personales es hacer al comienzo de cada mes una proyección de cuantos gastos, impuestos, cuotas debemos afrontar durante ese periodo y que recursos disponemos para cancelarlos, ya sea remuneraciones por trabajo, rentas o consumos de ahorros, uso del crédito. Esta operación de sumas y restas, que hasta puede ser un calculo mental, lo llamamos presupuesto.
Hacer el presupuesto familiar nos evita sobresaltos y nos permite anticipar posibles problemas financieros.
En el Estado la necesidad de contar con un presupuesto para gobernar es mucho mas importante y aunque también se trate de sumas y restas, su preparación tiene una gran complejidad.
El presupuesto de una nación es tan significativo que requiere que el parlamento lo apruebe mediante una ley especial.
Básicamente consiste en una autorización con limites para gastar y endeudarse, que el parlamento otorga al poder ejecutivo y a la disposición de recursos fiscales, crediticios y monetarios para afrontar las erogaciones.
Es una ley trascendente imbuida de procedimientos reglados que establece fechas y plazos para su elaboración por parte del poder ejecutivo y su elevación al congreso para su aprobación.
Lo normal es que el presupuesto sea aprobado por ambas cámaras del parlamento antes que comience el año en el cual se va a ejecutar, hecho que permite hacer previsible la acción de gobernar.
Los presupuestos tienen además de cálculos de gastos, endeudamiento, inversiones y recursos, un conjunto de artículos con delegación de facultades y no pocas veces se agregan, prórrogas de impuestos, autorizaciones especiales, que constituyen herramientas de gobierno. También a veces se han incorporado artículos ajenos al presupuesto, por el cual se reforman otras leyes.
Como no se puede gobernar sin presupuesto una ley prevé que hacer cuando el presupuesto no es aprobado. Funciona como una prórroga del vigente con correcciones, pero sin los artículos agregados que trae el presupuesto demorado o rechazado.
La ley de presupuesto, también llamada ley de leyes, tiene un alto valor simbólico y su aprobación es la mayor expresión de la negociación de intereses políticos, regionales, sectoriales, económicos que integran una nación.
En nuestro país los rechazos a los presupuestos presentados por el poder ejecutivo tienen funestos antecedentes.
A los gobiernos de Isabel Perón y Arturo Illía como prolegómenos del golpe de Estado, que puso fin abruptamente a sus respectivos mandatos, les habían rechazado el presupuesto.
La salida anticipada de los gobiernos de Raul Alfonsín y Fernando de la Rúa vino presidida de la imposibilidad de aprobar sus respectivos presupuestos.
El gobierno de Cristina Kirchner no logro aprobar su presupuesto en 2011 y tuvo que gobernar con un presupuesto reconducido.
Lo sucedido por estos días en la cámara de diputados, que rechazó el presupuesto, ha ocurrido pocas veces en nuestra historia y sin duda le va a generar al gobierno mas problemas que los que tiene, que no son pocos.
Aunque, como atenuante, en los últimos años muchas prácticas presupuestarias fueron relajándose y los gobernantes hacen uso y abuso de los decretos de necesidad y urgencia asumiendo facultades propias del parlamento.
No obstante, es difícil comprender porque se llegó a esa instancia luego de veinte horas de debate, y suponemos, varias reuniones para acercar posiciones entre las distintas bancadas.
¿Hubo impericia? Intención de hacer fracasar la sesión? Querer romper las negociaciones con el Fondo Monetario? Algún pase de facturas interno? Alguna razón desconocida, que cohesionó a toda la oposición?
Seguramente muy pocas personas tendrán la repuesta a estas preguntas, pero para alguien que le tocó liderar el tratamiento de nueve presupuestos de la nación y lograr su sanción antes que comience el ejercicio, es muy difícil de comprender que no se pudiera conseguir la mayoría necesaria para aprobarlo.
El presupuesto es también una construcción democrática, porque mas allá de quien gobierne es para todos los habitantes del país, por lo tanto requiere de mucho dialogo, de escuchar todas las voces y reconocer que en esta materia nadie tiene el patrimonio de la verdad.
La calidad institucional de una nación se pierde cuando se vanaliza todo lo sagrado, el presupuesto es el producto de muchos acuerdos y no puede ser un instrumento de la puja política.