Por Antonio Arcuri (*)
Se cumplen 66 años del golpe de estado que derrocó de la presidencia de la Nación al Gral. Juan Domingo Perón. Los hechos del 16 de septiembre de 1955 habían sido precedidos -tres meses antes- por los bombardeos sobre civiles a la Plaza de Mayo, en los que resultaron muertas al menos 300 personas.
Así se inició la autodenominada Revolución Libertadora, que sería recordada con los años como la “Revolución Fusiladora”. Sin respeto por la democracia, solo impulsados por elementos propagandísticos y cargados de furia por los cambios estructurales puestos en práctica por el peronismo, los golpistas del `55 pusieron en marcha una dictadura con persecuciones, fusilamientos y cárceles para los dirigentes y militantes peronistas, incluso para aquellos que pensaran distinto o mencionaran acaso la palabra Perón o peronismo o tan solo hicieran alusión a los mismos.
Los golpistas encabezados por los generales Eduardo Lonardi, Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas con apoyo de sectores sociales minoritarios, empresarios y políticos, argumentaban que venían a restaurar las instituciones, pero lo que no soportaban eran los logros del Justicialismo, como el reconocimiento de derechos sociales, las obras y haber puesto al Estado al servicio del Pueblo.
El general Perón alertado por el nivel de crueldad e impiedad que poseía este grupo armado, privilegió la vida por sobre el derramamiento de sangre de compatriotas y optó por el exilio, para volver 18 años después aclamado por la gran mayoría del Pueblo argentino.
La ignominia de aquel golpe de estado aún resuena. Los siguientes años fueron caóticos, el castigo se perdió tras el apuro por reemplazar al peronismo y a Perón. Queda la enseñanza de que las dictaduras nunca abren caminos, su característica es el oscurantismo.
El recuerdo que traigo a la memoria sobre esta triste etapa de nuestra historia, busca la constante resignificación en nuestro presente, para valorar la democracia que vivimos y aprender de los errores propios y ajenos.
Mirando las tragedias del pasado podemos abordar el presente, como un camino que no debe salirse del carril de la democracia, como forma de gobierno y mecanismo de convivencia de todos los argentinos, pensemos como pensemos.
Un camino que no puede construirse sobre el odio, tan de moda y tan irreductible, que nos lleva a un antagonismo irreconciliable, de peleas y de desencuentros. Así, el odio fomenta un concepto de la grieta que hoy nos divide e impide acuerdos mínimos para sacar al país del estancamiento que padece desde hace más de una década.
A la democracia la fortalecemos ejerciéndola y construyendo puentes de cara al futuro, con acuerdos sobre políticas de educación, salud y seguridad que trasciendan varios mandatos constitucionales y que se transformen en verdaderas políticas de Estado.
De la misma forma tenemos que encontrar acuerdos para superar definitivamente el flagelo de la inflación, que tanto daño está haciendo a la economía del país y el bienestar del pueblo.
Urge volver a la convivencia sana, lejos del odio que nubla la razón, como dice nuestro Preámbulo “con el objeto de constituir la unión nacional “, para que las generaciones que se incorporan a la discusión pública puedan participar de un proyecto de país, donde todos podamos expresarnos y encontrar nuestra realización como personas y miembros de un colectivo nacional, como alguna vez postulara Juan Domingo Perón en la Comunidad Organizada.
(*)Ex Secretario de Legal y Técnica de la Presidencia de la Nación, Ex Ministro de Justicia de la Prov. de Bs. As., Ex integrante del Consejo de la Magistratura de la Prov. de Bs. As. y Presidente de la Asociación Amigos del Museo 17 de Octubre de San Vicente -sitio donde descansan los restos del General Perón-.
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