El caso de M., la pequeña que vive en situación de calle y estuvo desaparecida durante tres días, sacó a la luz la "otra" miseria de la Argentina. Por acción u omisión, hay muchos responsables. El hecho desnuda todo lo que falta por hacer.
Pobreza e indigencia en la Argentina. Foto: NA.
La desaparición de M., una niña de siete años de edad, conmovió a la sociedad argentina toda. Fueron horas, días, de angustia, incertidumbre y desesperación que mantuvieron al país en vilo; pero pese al desenlace con la vuelta de la pequeña con vida junto a su familia, el final de esta historia no tiene nada de feliz.
El caso salió a la luz como único, raro y excepcional pero, lamentablemente, la realidad es otra muy diferente: hay millones de M. en la Argentina.
Como suele suceder en momentos dramáticos como los recientemente vividos, y cuando -solo en apariencias- ha pasado el temblor, surge inevitable la pregunta: ¿Por qué sucedió? Y la respuesta es alarmantemente simple: todo pasó, pasa y seguirá pasando por años, décadas, de inacción.
Resulta evidente que no se trata de echar culpas a unos u otros en especial. En esto estamos fuertemente unidos. Liberales, populistas, peronistas, radicales, de izquierda, de centro, de derecha, más votados, menos elegidos; nadie -absolutamente nadie- hizo nunca nada para salir de esta clase de pandemia endémica de nuestro país. Y no es solo el caso de M., el mismo que hoy patéticamente se ha convertido en un símbolo que -a más tardar la semana que viene- será olvidado. La triste verdad es que hay muchas otras M. que no vemos (o no queremos ver) allí mismo a la vuelta de la esquina, a la vista de todos.
Lo vemos cada día, todos y cada uno de nosotros. La Argentina está sumida en la más absoluta de las miserias; pero la peor de las miserias: la humana. El indignante desinterés y la mirada distraida de los sucesivos gobiernos que hemos elegido, es esa miseria humana de la que hablo. Y es la peor, porque es la más complicada de solucionar.
¿Cuántas veces lo hemos visto? No solo con familias enteras (sobre)viviendo debajo de un puente, a la intemperie, sin nada de nada. ¿Cuántas veces dimos vuelta la cara frente a un niño o una niña que entraba a un cómodo restaurant a pedirnos simplemente algo para comer? ¿Cuántas veces seguiremos callando cuando vemos maltrato o abusos contra menores en las calles?
Ahí también está M.
No todas las responsabilidades son iguales, por supuesto, pero a veces son compartidas. Las autoridades (nacionales, provinciales, comunales) pasadas y presentes, deben responder. Los legisladores, tienen que responder. La "llamada" Justicia tiene un sin fin de cuentas pendientes con la sociedad.
Queda claro, y M. lo reclama a gritos.
Ahora debería llegar el tiempo de la acción, de dejar de hablar en modo potencial, de decir con "palabras y modos bonitos" lo que se cree que otros debieron hacer. Y si no se ponen a la altura de las circunstancias, habrá que juzgarlos entonces por simple y flagrante omisión.
No puede perderse de vista: el caso de M. salió a la luz porque sucedió en Buenos Aires. Pero no es el único, no pequemos de inocentes. Gente que deambula por las calles, que lucha por no morir, que se las arregla con lo que puede, que revuelve tachos de basura para encontrar algo que comer. Infancias sin derechos, sin escuela, sin un médico que las cuide, sin la más mínima protección.
¿Cuántas otras historias similares hay en el Interior? ¿Cuántas otras M. seguiremos sin conocer? Preguntas y más más preguntas, pero ninguna respuesta, ni mucho menos una solución.
Lo dicho: el caso de M. no nos lleva a un final "feliz". Nos enfrenta, como nunca, a la Deuda Interna y a todo lo que nunca se hizo en la Argentina.
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