El intento de destitución del presidente Yoon-Suk-Yeol, que impuso la ley marcial, fracasó. Pero organizaciones políticas, civiles y ciudadanos siguen manifestándose en repudio al Gobierno y su retórica agresiva. Cuándo fue la última vez que rigió este sistema militar que terminó en la Masacre de Gwangju.
El 3 de diciembre el mundo se sorprendió al escuchar al presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-Yeol, anunciar la Ley Marcial. Militantes de los partidos políticos de oposición, especialmente el Partido Democrático, organizaciones sociales, feministas y de género, sindicatos, grupos religiosos, diversas organizaciones no gubernamentales y ciudadanos comunes se congregaron frente a la Asamblea Nacional a manifestar su desaprobación. La movilización fue masiva y espontánea. La preocupación mediática, la presión de los manifestantes y de los legisladores de oposición y algunos del partido de gobierno lograron en tan solo 6 horas dejar la ley sin efecto.
La ley traía los peores recuerdos del pasado opresor. La última vez que se impuso la ley marcial fue en 1980 y dio lugar a la mayor matanza de civiles producida durante una manifestación conocida como la Masacre de Gwangju.
Luego del asesinato del dictador Park Chung-Hee, el 26 de octubre de 1979, los sectores prodemocráticos se ilusionaron con una posible apertura política. Sus deseos duraron poco y, el 12 de diciembre de ese mismo año, tomó el control Chun Doo-Hwan perteneciente a la misma camarilla militar que gobernaba el país desde 1961. En ese escenario, el 18 de mayo de 1980, estudiantes y ciudadanos descontentos salieron a las calles a exigir el fin de la ley marcial. Este levantamiento duró pocos días, el presidente sitió la ciudad y asesinó a miles de manifestantes. La masacre de Gwangju es un hito de la resistencia coreana y una de las memorias más traumáticas de la dictadura. De hecho, así lo recuerda Han Kang, la recientemente galardonada Premio Nobel de Literatura, en su desgarradora novela “Actos humanos”.
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Por eso, el fin de la ley no fue el fin de las manifestaciones. Cada día, más jóvenes, adultos, familias con sus hijos y personas mayores se unen a la ola de protestas que recorre la península. El activismo es pacífico y tiene repertorios conocidos por sus ciudadanos, como llevar banderas de las organizaciones, carteles con las mismas frases y colores, repartir calienta-manos para paliar el frío, colocar esterillas pequeñas en el suelo para sentarse y adaptar temas de Kpop a los reclamos. El símbolo más conocido e identitario de la ciudadanía en rebeldía son las velas. La vigilia de velas por la noche significa que no se irán a sus casas hasta que el problema no se solucione.
El poder de la sociedad civil en Corea del Sur no es un fenómeno nuevo ni surgió con esta crisis política. Es una de las características más distintivas de la democracia coreana. Una democracia conquistada y ejercida desde abajo, que el 9 de diciembre de 2016 logró que el parlamento aprobara el proceso de destitución de la presidenta Park Geun-Hye, acusada de corrupción. Park, la hija del famoso dictador Park Chung-Hee, fue destituida, encarcelada y luego indultada por el ex presidente del Partido Democrático, Moon Jae-In.
Esta vez, el juicio político no pudo ser. La moción fue boicoteada en el congreso por los legisladores oficialistas que se negaron a dar el quórum necesario. Este primer tropiezo no afectó la masividad de las manifestaciones ni la perseverancia de la oposición en encontrar una salida democrática a la crisis política. Esta semana la Asamblea Nacional aprobó un proyecto de ley para ordenar el nombramiento de un fiscal especial permanente que investigue al presidente por los cargos de traición. 23 legisladores oficiales votaron a favor de la ley que también exige investigar al exministro de defensa, Kim Yong-Hyun, al jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Park An-Su, al ex comando de contrainteligencia y al primer ministro.
El presidente Yoon ganó la presidencia gracias a una mínima diferencia de votos respecto del candidato del partido democrático. Su campaña, al estilo de las “nuevas derechas”, se centró en una narrativa de agresión hacia a las mujeres y, como suele ocurrir con los conservadores, hacia Corea del Norte. A los pedidos de mejoras económicas, vinculadas principalmente a los aumentos de precios y la caída del poder adquisitivo, Yoon ha respondido con una agenda de confrontaciones simbólicas (y no tanto) que lejos de generarle popularidad, le ha provocado una gran pérdida de legitimidad.
Frente a tanto descontento, parece inviable que pueda terminar su mandato. Mientras se define su futuro, las velas de la esperanza seguirán iluminando la península y recordándole al presidente que la democracia no se negocia.
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