Foto: Agencia NA
POR SEBASTIÁN DUMONT
Hace mucho tiempo que la política en la Argentina se analiza más por las gestualidades que por los discursos. Se inauguró una época a la que llamamos “fotogénica”, donde es más importante interpretar una imagen que intentar hacerlo con las palabras. La inauguración del 140 período de sesiones ordinarias del Congreso de la Nación tuvo mucho de ello. El mensaje leído por el presidente Alberto Fernández se perdió en medio de la polémica por el retiro de un sector de la oposición y por la mirada sobre lo que hacia o dejaba de hacer Cristina Fernández de Kirchner. La exceptiva por el devenir del acuerdo o no con el Fondo Monetario Internacional abre un interrogante sobre los dos años por delante de la actual gestión del Frente de Todos. El presidente ingresa en un dilema importante: aceptar o no si se está ante la presencia de un jefe de Estado de transición. Tras ello, se abre otra pregunta: ¿Transición hacia dónde o quién?
Nadie podrá pedirle a quien está en la cima del poder institucional que, con tanta antelación, reconozca que su tiempo tiene fecha de vencimiento. El propio llamamiento que hizo Fernández el año pasado a dirimir las candidaturas futuras en una PASO podría ser leído como su propia autoexclusión. Imposible pensar que un presidente tenga que revalidar su postulación en internas. Sería un episodio demasiado novedoso.
Lo que asoma como la aprobación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, aún con los conflictos internos y de la propia oposición, no parece alcanzar para evitar un freno aún mayor de la economía argentina. A pesar de las promesas de no avanzar en reforma provisional o laboral (habría que analizar con mayor profundidad si se trata de una buena o mala noticia), el ajuste se hará sentir. La inflación no cesa y es el principal factor del achique en el bolsillo de los argentinos. En su mayoría, los que pueden formar parte de la base electoral del oficialismo. Además, habrá aumentos de tarifas por encima de lo prometido y deseado por Cristina Kirchner que ponía un tope del 20 por ciento. Los incrementos rondarán en el 40%.
La experiencia reciente de Argentina muestra que un gobierno no reelige cuando la economía se retrae y no se expande. Alberto Fernández podrá pensar que, en diciembre de 2023 sea recordado como el presidente que tuvo que sortear la pandemia del Covid y, quien le puso la rúbrica a un “inexorable” entendimiento con el FMI. “No es el mejor acuerdo, es el posible”, leyó Fernández en su discurso ante el Congreso. ¿Es real? El escenario de la cesación de pagos no está en la mente de nadie con mínimo sentido común y conocimiento de cómo se mueve el mundo. Ahora, no hay discusión profunda sobre a quién le cae el mayor esfuerzo. Sí, acertó. Al sector privado.
“El acuerdo condena a la pobreza a las próximas generaciones”, arroja un dirigente de Juntos por el Cambio que está lejos de pensar como el kirchnerismo. La evaluación la hace desde una postura particular más cercana incluso a lo que pregona Javier Milei. “Se va a terminar aprobando porque protege los intereses actuales de la politica”, agrega.
Trasciende una nueva reunión de Alberto Fernández y Sergio Massa para avanzar en la cosecha de los votos necesarios y amortiguar el impacto interno que significó la postura de Máximo Kirchner. El titular de la Cámara de Diputados aparece en un rol interesante. Se ha convertido en un “facilitador” para componer las tensiones en las puntas de la coalición. Se muestra activo en el rol de conciliador para que la sangre no llegue al río. Hay, de hecho, una nueva dinámica en la toma de decisiones dentro del Frente de Todos. Una nueva mesa política.
El trabajo de orfebre de Sergio Massa llevaría a tener una desembocadura clave en el 2023. Podría ser el nuevo Alberto Fernández. La comparación, a priori, resulta odiosa para los integrantes del Frente Renovador. Pero, entiéndase bien. Decepcionada Cristina Kirchner en su elección de 2019, quizá ahora entienda que, a veces, en política, es preferible resignar algo más para lograr los objetivos aunque eso signifique no tener el control remoto de a quién se le da el apoyo. En La Cámpora saben que será engorroso soñar con un candidato propio para encabezar la fórmula. Por ahora, parece ciencia ficción, pero en ciertas mesas políticas ya imaginan una interna presidencial entre Massa y Jorge Capitanich. El tiempo responderá.
De allí que los otrora jóvenes camporistas piensan en su refugio bonaerense. Es, en definitiva, donde se preservan, por ahora, las mayores adhesiones a Cristina Kirchner. El gobernador Axel Kicillof mira esos movimientos de reojo. En sus cercanías aseguran que la relación con la vicepresidente sigue siendo optima y su idea es ir por la reelección en la provincia. Al menos así lo dejó explicitado al presentar un proyecto para los próximos seis años. De todas maneras, no será su exclusiva decisión la que prevalezca a la hora de ordenar las postulaciones.
Cada movimiento de las piezas en el tablero es observado con detenimiento por los intendentes del Gran Buenos Aires. Sorteada la imposibilidad de no poder presentarse a un nuevo mandato, muchos de ellos están preparados para regresar a sus distritos de ser necesario. Ya no albergan demasiadas esperanzas en la constitución del muchas veces anunciado “albertismo” y es indefectible contar con el apoyo de la vicepresidente. Imaginan que, las consecuencias del acuerdo con el FMI se verán tarde o temprano en los barrios y se preparan para ello.
Sabedores como pocos en el arte del pulso popular, los alcaldes observan con preocupación el crecimiento del sentimiento “anti política” y el enojo a la dirigencia clásica. Algunos de ellos han comenzado a tejer túneles para conectar con espacios libertarios. Por ahora, no observan a Javier Milei como una amenaza que pueda arrebatarles el territorio. Pero esos fenómenos no lo subestiman. Como tampoco subestiman el poder de daño que aún tiene Alberto Fernández si quisiera ejecutarlo. “Maneja con gente propia ministerios importantes”, sostienes. De allí que la pregunta con la que se inició esta nota resulta clave. ¿Alberto Fernández está dispuesto a ser un presidente de transición?
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