Asunción de Joe Biden, REUTERS
*Por Florencia Grillo
La era Trump terminó y comienza una nueva de la mano del binomio demócrata Biden-Harris. La nueva administración tiene que atender tres crisis que hoy se manifiestan simultáneamente: económica, social y sanitaria.
Pero la pesada herencia de Trump viene acompañada otros grandes problemas a atender. Entre ellos, el daño que ha hecho la administración Trump en el plano internacional.
Una perspectiva general muestra que América Latina hoy es un reino de tensión y desconfianza. Los países latinoamericanos en la época del COVID-19 parecen decidir todo dentro de sus fronteras. Las políticas públicas para combatir la pandemia y la etapa llamada “post-pandemia” muestran muy poca coordinación regional y hay un retroceso sin precedentes en todas las instancias de integración producto de la extrema polarización.
En este contexto, se revelan dos posibles líneas de acción para la administración Biden. La primera es la llamada estrategia realista seguida por Trump, que básicamente consistió en abandonar la cooperación multilateral para encerrarse en su propia burbuja tratando de evitar los efectos negativos de la globalización al cual el mandatario llamó “America First”.
Durante los últimos cuatro años, Estados Unidos mostró poco interés en América Latina, aunque esta indiferencia no implicó la ausencia de una perspectiva sistémica, simple, pero en última instancia, basada en la Doctrina Monroe XIX. Estados Unidos se presentó en la región como el hermano mayor que en el marco de las relaciones interamericanas trató de proteger a los hermanos menores de la maligna influencia de actores extrarregionales como China, Rusia e Irán.
¿Qué puede cambiar con Biden? Los objetivos del presidente electo son los mismos que los de Trump, es decir, reposicionar a Estados Unidos como actor central en el juego global. Pero, aunque el final es el mismo, habrá algunos cambios en las reglas y es aquí donde se gesta la puesta en escena de una segunda estrategia que llevaría a cabo el gobierno demócrata.
Primero, se anticipa un regreso de Estados Unidos al multilateralismo. En segundo lugar, -y esto impactará más directamente en América Latina- el estilo de Washington para relacionarse con la región pasará de la imposición abierta a la búsqueda de consensos. Por lo tanto, es posible que ya no tengamos otro episodio en el horizonte como la reciente elección de Claver-Carone al frente del BID. En tercer lugar, se anuncia que a los tradicionales temas de migración y narcotráfico se sumarán temas como los derechos humanos y el cambio climático.
En comparación con Donald Trump, es probable que Joe Biden persiga una agenda más constructiva y práctica en América Latina debido a su experiencia en la región durante su tiempo como vicepresidente durante la presidencia de Obama. Incluso durante la administración Clinton, Biden dejó una huella en América Latina a través de su participación en la formulación del Plan Colombia, que tenía como objetivo poner fin al conflicto civil de Colombia y frenar la producción de cocaína. ¿Cómo podría la experiencia de Biden en la región dar forma a las políticas que probablemente seguirá?
América Latina ha cambiado en los últimos cuatro años y el presidente electo no puede simplemente continuar donde la política exterior de Obama hacia la región lo dejó. Encontrará una región muy diferente.
Biden ya seleccionó a su equipo de política exterior y la retórica de este ya difiere notablemente de la administración de Trump sobre política migratoria y climática.
El presidente electo se ha comprometido a reformar el sistema de asilo, aumentar los recursos humanitarios a la frontera entre Estados Unidos y México y poner fin a la "emergencia nacional", declarada por la actual administración, que se ha utilizado para redirigir los dólares federales para construir el muro fronterizo.
También se ha comprometido, durante sus primeros 100 días de gobierno, a impulsar la legislación para permitir que -se estima- 11 millones de inmigrantes indocumentados legalicen su estatus en los Estados Unidos. Ese esfuerzo tendría que ser aprobado por un Congreso dividido, donde varios demócratas de la Cámara perdieron sus escaños y el control del Senado se basa en fuertes consensos con los republicanos.
Un principio importante del enfoque de la administración Biden hacia la migración está mitigando las razones de la inmigración hacia Estados Unidos en primer lugar. Mientras que la administración Trump retuvo fondos a los países del Triángulo Norte, el plan del presidente electo Biden para Centroamérica incluye $4 mil millones en ayuda extranjera a Guatemala, Honduras y El Salvador, destinado a disminuir la violencia, la pobreza y el desempleo mediante la inversión en organizaciones civiles, el fomento de la inversión privada y el financiamiento para esfuerzos de capacitación policial en esos países.
En muchos sentidos, estas promesas se hacen eco de la participación de Biden en la creación de un plan en 2015 llamado “Alianza para la Prosperidad en el Triángulo Norte”, que también tenía como objetivo abordar la migración de la región mejorando la seguridad, impulsando el crecimiento y combatiendo la corrupción. Este programa tuvo cierto éxito en reducir la migración de El Salvador, reducir las tasas de homicidio y mejorar el acceso a la electricidad; al mismo tiempo, ha sido criticado por una implementación ineficiente en términos de involucrar a un número excesivo de entidades y proporcionar fondos para áreas discutiblemente innecesarias o contraproducentes como el ejército.
Pero si hay algo en que tanto los demócratas como los republicanos coinciden, es en la amenaza que supone China para el futuro de la hegemonía estadounidense en América Latina. Partiendo de ese consenso bipartidista, se espera que se mantenga la línea política dura del presidente Trump. Lo que podría diferir, como en toda política exterior, son los instrumentos más que los objetivos o la comprensión del problema.
Lo que podría diferir, como en toda política exterior, son los instrumentos más que los objetivos o la comprensión del problema.
Los planes del presidente electo Biden para la región figuran en su promesa de "restaurar el liderazgo moral" y advertir contra la creciente presencia de China en la región. Pero ha hecho hincapié en aclarar que más allá de las preocupaciones económicas y de seguridad, "el liderazgo de Estados Unidos es indispensable para abordar los desafíos persistentes que impiden que nuestra región realice su máximo potencial. (...) Nos beneficiamos del éxito de nuestros vecinos y nos impactan sus luchas".
Y no todos los países serán all-in para la nueva administración. El presidente Trump forjó una fuerte relación estrecha con Bolsonaro y López Obrador. Por eso, México y Brasil podrían verse presionados por la presidencia de Biden debido a los planes de López Obrador para expandir las industrias de petróleo y carbón de México y la actitud laxa de Bolsonaro hacia la protección de la selva amazónica, algo que confronta directamente con uno de los tópicos principales de la nueva plataforma demócrata. Es importante destacar que continuará el fuerte intercambio comercial entre México y Estados Unidos, así como las relaciones diplomáticas más permanentes y profesionales de los últimos años, fortalecidas por el hecho de que México ocupará un asiento en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas durante el período 2021-2022. En este sentido, los primeros 100 días del gobierno de Biden serán clave para saber cómo madurarán definitivamente las relaciones entre ambos países.
Por otro lado, cabe recordar que bajo la administración Trump, Estados Unidos inició una guerra comercial al imponer aranceles a productos chinos por valor de más de 550 mil millones de dólares. Procedió a amenazar a los gobiernos que se alineaban con Beijing y lanzó sus propios planes para competir con las inversiones chinas a través de la Iniciativa Belt and Road (BRI) del presidente Xi Jinping.
La hostilidad hacia el compromiso chino en América Latina y en todo el mundo ha sido un factor clave en la política exterior de Estados Unidos. Biden y la plataforma demócrata se han hecho eco de estas preocupaciones de larga data. A lo largo de la campaña, tanto el presidente electo Biden como Trump declararon sus intenciones de jugar duro con Beijing.
Luego de años de rápido crecimiento económico y superávit, China se convirtió en el mayor prestamista para el desarrollo de América Latina. Aunque en los últimos años los flujos financieros se han reorientado hacia una mayor inversión a nivel empresarial, China ya se había afianzado mediante la financiación de numerosos proyectos de infraestructura. Al mismo tiempo, se convirtió en el mayor socio comercial de Chile, Argentina, Brasil, Perú y Uruguay, desafiando la presencia histórica de Estados Unidos en la región.
En la última década, Estados Unidos ha buscado frenar la influencia china en la región a través de una serie de programas, amenazas y maniobras de política exterior. El ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama, lanzó la Asociación Transpacífica (TPP) en 2015, una iniciativa que buscaba liberalizar el comercio entre 12 países alrededor de la costa del Pacífico y desafiar la creciente influencia china. Pero el TPP fue descartado por la administración Trump en 2017.
Mientras tanto, China siguió adelante con su propia propuesta y consiguió que 15 países de Asia-Pacífico firmaran la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), formando el bloque comercial más grande del mundo en términos de PIB combinado. La firma siguió a ocho años de negociaciones y marcó "una victoria del multilateralismo y el libre comercio", según el primer ministro chino, Li Keqiang. Los críticos, incluido el propio Obama, habían dicho que un bloque liderado por China amenazaba con reducir los estándares ambientales en el comercio.
En términos de relaciones bilaterales, la administración Trump ha presionado a los gobiernos de América Latina para que eviten las propuestas de Beijing. Bajo Trump, Estados Unidos también ha utilizado su influencia para desafiar a las empresas de tecnología chinas en América Latina. En junio de 2020, Trump inició conversaciones con el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, para financiar la compra de tecnología 5G a las empresas de telecomunicaciones europeas Nokia y Ericsson, en lugar de a la china Huawei, que ya había instalado un sistema 4G en el país. Cualquier proyecto de este tipo requeriría la reinstalación completa de la tecnología de telecomunicaciones.
En Argentina, el gobierno ha anunciado en los últimos meses una serie de iniciativas nuevas o ampliadas con China, ensayos de vacunas, un intercambio de divisas ampliado, cooperación en el espacio y un curso de estudios militares chinos para estudiantes de la escuela de defensa nacional del país sudamericano. Los dos países han discutido una posible visita de estado a China por parte del presidente Alberto Fernández y sobre la incorporación de Argentina a la Iniciativa Belt and Road de Beijing.
Biden podría ser un poco más diplomático y el Departamento de Estado podría ser un poco menos armado en sus tácticas, pero ese conflicto básico será uno de los pocos legados que la nueva administración no rechazará.
Algunos líderes latinoamericanos verán la administración Biden como un retorno a la normalidad o la coherencia en la política exterior de Estados Unidos. Pero las inversiones deben fluir rápidamente hacia la región, o la normalidad seguirá siendo un sueño. En la institución crediticia más grande de la región, el nuevo presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Mauricio Claver Carone, que anteriormente se desempeñó como líder del Consejo de Seguridad Nacional del presidente Trump en América Latina. La región necesita urgentemente que el BID funcione bien, y arreglar su nuevo liderazgo puede ser uno de los remedios más fáciles de una nueva administración Biden.
Algunos países de la región consideraban que la administración Trump hacía poco más que agitar los dedos a sus homólogos latinoamericanos por acercarse demasiado a China, particularmente a través de financiamiento barato o vínculos tecnológicos a medida que se intensifica la carrera por el dominio de 5G.
En contraste a la postura norteamericana, China aprovechó la oportunidad durante la pandemia para profundizar los lazos en América Latina, enviando suministros médicos, incluidos ventiladores y máscaras, para combatir el COVID-19, exponiendo así la tendencia aislacionista de Estados Unidos y presionando a la nueva administración para que dé un paso hacia el frente y ocupe el vacío de poder en la región. La pregunta que todos se hacen es ¿logrará reconquistar el espacio actualmente ocupado por el gigante asiático?
*Politóloga de la UBA
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