A lo largo de la historia de los Juegos Olímpicos, numerosos integrantes de la realeza participaron de las competencias deportivas. Desde reyes y príncipes hasta duques y princesas, estos deportistas de sangre azul demostraron su valor en el ámbito atlético.
Los Juegos Olímpicos de París 2024 despiertan atención a lo largo del mundo, con las distintas disciplinas en juego y las ansiadas medallas para los atletas destacados. Este evento trae consigo algunos recuerdos para la realeza europea, ya que hubo miembros de la familia real que dejaron su huella en la historia olímpica, entre ellos, la princesa Ana del Reino Unido.
La trayectoria olímpica de la princesa Ana comenzó en el verano de 1976. A sus 26 años, se convirtió en la primera integrante de la Familia Real británica en competir en unos Juegos Olímpicos, un hito que sorprendió tanto a la monarquía como a la comunidad deportiva internacional.
Desde pequeña, Ana mostró una enorme pasión por los caballos y la competencia. Tras años de entrenamiento con los más experimentados jinetes de Inglaterra, Montreal 1976 fue el escenario ideal para su debut donde compitió en la disciplina de equitación, tanto en la categoría individual como en la prueba por equipos.
La segunda de los hijos de la reina Isabel II se hizo presente con el objetivo de representar a su país. Pero, lo que pasaría después, le dejaría una marca para toda su vida. En una de las pruebas, su caballo, al que nombró como Goodwill, tropezó con un obstáculo en medio de la pista, provocando una caída que derivó en una conmoción cerebral para la princesa.
A pesar del enorme dolor y la confusión tras el golpe, la princesa logró levantarse y terminar su competición, en la cual no logró conseguir una medalla. En una entrevista posterior, Ana revelaría que no recordaba nada del incidente ni de los momentos siguientes a su caída: “Todo iba muy bien y luego no recuerdo nada más. Nada en absoluto”, explicó.
Su participación en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 fue solo el inicio de una carrera notable en el deporte ecuestre. Antes de dicho evento, ya había ganado una medalla de oro en los Campeonatos Europeos de Equitación en 1971, y en 1975 obtuvo medallas de plata en la categoría individual y por equipos, estableciéndose como una figura a tener en cuenta dentro del mundo de la disciplina.
Además de su carrera competitiva, Ana continuó cerca de los deportes convirtiéndose en presidenta de la Federación Ecuestre Internacional entre 1986 y 1994. Durante su mandato, promovió la equitación globalmente y mejoró las condiciones y oportunidades para los jinetes, pero priorizando a los deportistas de su nación.
Actualmente, es presidenta de la Asociación Olímpica Británica y miembro del Comité Olímpico Internacional. Su influencia y respeto dentro y fuera de la monarquía son el resultado de un extenso servicio público y numerosos honores.
Más allá del deporte, entre sus condecoraciones más destacadas se encuentra el título de Comandante en Jefe de las mujeres en la Marina Real, una distinción que destacó su compromiso con el servicio y la representación de la Corona.
Como representante oficial de la casa real, Ana participa activamente en eventos y ceremonias de gran relevancia, cumpliendo funciones que son indispensables para mantener la presencia y el prestigio de la monarquía en la esfera pública, asumiendo también nuevas funciones diplomáticas y actuando como embajadora real en numerosas ocasiones.
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El legado de la princesa Ana no terminó en ella, sino que también alcanzó a su familia. Su hija, Zara Tindall, siguió sus pasos en el mundo de la equitación y compitió en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, donde obtuvo una medalla de plata en concurso completo por equipos. De esta manera, se convirtió en el primer “royal” británico en ganar una medalla olímpica.
Aunque Zara no tiene un título real por decisión propia, esto no significó que no tenga una buena relación con su familia. Según diversas fuentes, cuando ella ganó la medalla, celebró el triunfo en la casa real y la presea fue otorgada por su madre.
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La influencia del olimpismo no se limita a la familia real británica. Otros miembros de la realeza también dejaron su paso en el mundo del deporte. El Rey Felipe VI de España, por ejemplo, demostró su pasión por el deporte en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, donde compitió en vela.
El legado deportivo de la familia real española también incluye a la Reina Sofía y al Rey Juan Carlos I. Sofía participó como reserva en los Juegos Olímpicos de 1960 en vela, en representación de Grecia. Su hermano Constantino tuvo una destacada participación en la misma competencia y Juan Carlos I continuó la tradición familiar al competir en la clase Dragón en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, con el puesto número 15.
El primer esposo de la princesa Ana, Mark Phillips, también jinete profesional, la conoció en uno de los tantos eventos ecuestres que frecuentaban. Un año antes de su boda con la hija de Isabel II, Mark ganó una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 a los 24 años, y luego obtuvo una medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988.
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