La invasión rusa a Ucrania el 24 de febrero de 2022 ocurrió en un momento de transición, con el mundo saliendo de una pandemia devastadora. El conflicto generó nuevas turbulencias a nivel global y sigue planteando interrogantes sobre sus efectos en la relación entre las principales potencias y en el panorama geopolítico internacional.
Mucho se ha escrito sobre la guerra entre Rusia y Ucrania, y se ha intentado explicar la naturaleza de este enfrentamiento desde diversos enfoques. Desde por qué, en una dimensión histórica, Ucrania es tan importante para Rusia, hasta de la necesidad de la guerra por parte de Putin para consolidarse en el poder. Sin embargo, más allá de los elementos socioculturales, históricos, económicos, psicológicos y hasta teológicos que puedan verse involucrados en este acontecimiento, es imperiosa la necesidad de atender los factores geopolíticos que operan en este caso y que son, a nuestro juicio, los que dan impulso a la guerra todavía en curso.
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El inicio de la guerra no se da en un marco cualquiera. Se da en medio de la profundización del conflicto entre EE. UU y China, la primera y segunda potencia a nivel global. Un conflicto que, de cierta manera, comenzó a agudizarse con la llegada de Trump a la presidencia en enero de 2017, aunque con matices distintos a lo que vemos con Biden hoy al frente del gobierno estadounidense. Y es que Trump encaró el desafío que China plantea para la hegemonía estadounidense como una cuestión esencialmente económica. El problema estaba en el déficit comercial que tenía EE. UU en su intercambio con el gigante asiático. En criollo, un tema de plata. Misma forma en que encaró, también, la relación con Europa. No había nada que una subida de aranceles o una dura negociación no pudieran solucionar, junto a la recuperación del oxidado cinturón industrial.
La asunción de Biden cambió el eje. El problema no es económico o comercial. Es, directamente, un desafío de carácter geopolítico; China es un rival sistémico. Incluso si los términos del intercambio comercial fueran favorables a EE. UU, mientras Beijing siga creciendo y desarrollándose económica, tecnológica y militarmente, proyectándose a escala global, la pregunta ya no sería si China logrará superar a EE. UU: la pregunta sería cuándo. No son pocos quiénes creen que el ascenso del dragón hacia la cumbre es, efectivamente, solo una cuestión de tiempo.
Entre estos últimos se encuentran -¿o encontraban?-, entre otros, todos los países europeos que se supone forman junto a EE. UU esa gran entidad etérea denominada Occidente. Las declaraciones de muerte de la OTAN, de la necesidad de contar con un gran ejército europeo y de que Europa ya no necesita la protección estadounidense; en conjunto con las multimillonarias sumas invertidas no solo en comercio, sino en grandes obras estratégicas que faciliten cada vez más el intercambio entre chinos y europeos -el intercambio comercial más importante del planeta-, muestra que la relación Bruselas – Pekín excedía por mucho la mera compraventa de bienes y servicios, y solo iba camino a profundizarse.
¿Qué significa entonces este cambio en la forma en que EE. UU aborda el desafío que China plantea a su hegemonía? Qué utilizará todos los recursos a su alcance -que no son pocos-, de una u otra manera, para obstaculizar, impedir o contener el crecimiento chino. Claro está, la opción militar no parece la más adecuada en este momento, pero distinto es el caso para el uso de herramientas de índole económica, diplomática o cultural para explotar las debilidades chinas.
¿Cuáles son estas debilidades? Dicho sintéticamente, un país que debe importar la mitad de los alimentos que consume, la mitad de la energía que precisa para sus hogares y sus fábricas, y que depende de su capacidad exportadora para hacer crecer su economía, ese país se expone -llegado al caso-, a que interrupciones en el suministro o el aumento de costos generen un daño considerable. En tiempos de un Imperio Romano ya dependiente del trigo proveniente de Egipto, Tácito afirmó que la estabilidad en Roma dependía del oleaje del Mediterráneo. Podríamos agregar, y de una armada que proteja el cargamento.
¿Cómo se relaciona lo anterior con la guerra entre Rusia y Ucrania?
Es fácil comprender por qué EE. UU no desearía ver una confluencia euroasiática en materia geopolítica. Pero, ¿qué hay de Rusia? ¿acaso no juega con China en la conformación de un eje antiestadounidense multipolar? Si creemos que en el mundo existe un eje democrático y otro autocrático enfrentados entre sí, entonces perderemos de vista los matices de la relación entre Rusia y China. En materia comercial, su intercambio no tiene parangón en la historia. En términos geopolíticos, ¿qué rol ocuparía Rusia en un mundo con China superpotencia? ¿un gran poder o un Estado cliente? No son pocos en Rusia quiénes se piensan lo segundo.
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Así las cosas, nos encontramos con que los dos grandes protagonistas de la guerra en Ucrania, desafortunadamente para los ucranianos, son Rusia y Estados Unidos. Uno involucrado directamente, el otro siendo el sostén fundamental de las fuerzas ucranianas. En repetidas ocasiones diversos Estados han intentado mediar para parar la guerra y negociar la paz. De China a Brasil, pasando por Francia y Alemania. Pero son justamente rusos y estadounidenses quiénes se negaron terminantemente, hasta ahora, a entrar en negociaciones serias para terminar el conflicto. ¿Será que los beneficios exceden los costos?
Desde su inicio, son indudables los efectos de la guerra sobre el precio de los alimentos y los hidrocarburos. Ucrania es el granero de Europa, y la parte oriental del país, la más afectada por la guerra, rica en hidrocarburos y minerales. A su vez Rusia, uno de los grandes actores en la producción energética global. Lo que dejó de vender en cantidad hacia Europa se vio compensado por el aumento del precio y su reorientación al mercado asiático.
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La posición que ocupa Ucrania tampoco puede soslayarse. Era un eje importante en la construcción de la Nueva Ruta de la Seda, ese megaproyecto chino que integraría Eurasia de una forma aún más profunda. Con la guerra, ello se vio afectado, así como la relación entre China y Europa a nivel general. Los lazos no se han cortado, claro está. Pero Europa redescubrió sus vulnerabilidades, y su dependencia respecto de EE. UU se hizo más fuerte que nunca desde el fin de la Guerra Fría. La guerra en Ucrania es, en definitiva, una guerra en Europa. Sin EE. UU, no había defensa alguna. Sin EE. UU, en buena medida, no habría habido manera de compensar la energía que dejó de fluir desde Rusia.
Claro está, en Europa los efectos se sienten sobremanera. Si a la guerra en Ucrania sumamos los acontecimientos en Medio Oriente, el Mar Rojo y el continente africano, el aumento de los costos de la energía y los alimentos ha pegado fuerte en sus economías, al punto tal que se habla de un incipiente proceso de desindustrialización. En efecto, el cerco energético se cierra sobre el continente europeo.
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China, por su parte, ha decidido no meterse en la disputa en Ucrania. Pide la paz y se ha negado a respaldar a Rusia de forma contundente. Mientras tanto, su economía está en crisis, y los grandes avances diplomáticos que exhibió a comienzos del 2023 en Medio Oriente estallaron por los aires con el ataque de Hamás el 7 de octubre del año pasado. No ha podido avanzar demasiado en orientar su economía al plano interno, tal cual su objetivo y, dependiendo todavía de su capacidad exportadora, la guerra en Ucrania o el cierre del mar Rojo por los ataques de los hutíes no ayudan en mejorar sus perspectivas en el corto plazo.
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Rusia, mientras tanto, continúa proyectándose como un actor relevante en el tablero mundial. Las sanciones, lejos de debilitarla, parecieran haberla fortalecido. ¿El papel del malo de la película le sienta bien?
Lejos entonces de ser un hecho aislado, quizás debamos ver a la guerra en Ucrania como un punto importante dentro de un escenario más amplio, confuso, conflictivo, que encadena situaciones locales con la competencia no tan velada entre potencias. Quizás eso sea lo que explique cómo el año 2023 fue el año más conflictivo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
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