Demócratas y republicanos suelen estar alineados en la política exterior, pero Trump plantea otro modelo: el aislacionismo como alternativa al tradicional intervencionismo norteamericano. Qué postula cada uno y cuáles podrían ser las consecuencias de la elección del 5 de noviembre.
Este martes 5 de noviembre de 2024 se desarrolla la elección del presidente de los Estados Unidos. No hay rincón en el mundo, por alejado que sea, que no se vea afectado por las decisiones que se adoptan en Washington. Más allá de cuestiones internas y culturales de los EEUU, ambos candidatos representan posturas geopolíticas diametralmente opuestas.
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Recordemos primero que aquí nos referimos esencialmente a cuestiones geopolíticas. Para ello, puede resultar interesante recordar algunas palabras del académico estadounidense John Mearsheimer. Palabras más, palabras menos, sostiene que en un principio no hay gran diferencia entre republicanos y demócratas en materia de política exterior, pero que en esta oportunidad Trump no es representativo del republicano tradicional cercano o miembro del establishment estadounidense.
Es un outsider, y como tal quiere llevar adelante una política exterior diferente a lo propuesto por Harris, que en este caso actúa como representante del establishment o, como Mearsheimer lo llama, el deep state, en referencia a aquellos sectores de poder permanente que promueven los intereses de EEUU a lo largo del tiempo: el complejo industrial militar, el sector energético, etc.
Tomando estas diferencias como punto de partida, pasemos entonces al eje central de lo que propone cada uno.
En el caso de Harris, es sencillo, estamos hablando de una continuidad. Es decir, una activa participación –indirecta- de EEUU en conflictos a lo largo de todo el globo. Especialmente los focos más importantes, como Ucrania, Medio Oriente, y una zona caliente donde aún no hay un conflicto militar, que es el Mar de China Meridional. Para ello, EEUU se vale de todas sus herramientas, de las cuales podríamos destacar la económica (embargos, bloqueos, sanciones), la diplomática, y la militar. Es, en definitiva, la visión que se suele denominar intervencionista.
Si hablamos de Trump, tenemos que mencionar que lo que se propone, basado en sus discursos de campaña, es: negociar con Putin y terminar el conflicto en Ucrania; apoya a Israel, pero habla de paz en Medio Oriente y quiere restaurar los Acuerdos de Abraham, que fueron un intento serio por pacificar la región. Propone juntarse nuevamente con Kim jong-Un, de Corea del Norte, para evitar una escalada del conflicto y asegurar la estabilidad en la península, lo que se vería favorecido también de concretar su amenaza de abandonar Taiwán a su suerte.
A su vez, continuar con su programa Make América Great Again (MAGA), o Hacer a Estados Unidos Grande de Nuevo, que supone profundizar la relocalización masiva de empresas en EEUU para recuperar poderío industrial y reconcentrar fuerzas para recomponer el poder estadounidense. Está, en definitiva, más cerca de la clásica visión aislacionista de política exterior.
Gran diferencia con Reagan, que luego del desajuste inicial respecto de la cuestión China, fue justamente quien profundizó la relación con Pekin, que provocó que las empresas mudaran sus oficinas y fábricas al exterior, causando en parte la desindustrialización que Trump ahora critica. Además, Reagan tuvo una política exterior de absoluta intervención en el marco de la Guerra Fría que terminó de derrotar a la URSS.
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EEUU se ha caracterizado, a lo largo de su historia, por ser consistente en su política exterior. Es decir, lo regular es su continuidad en el tiempo más allá de que gobiernen demócratas o republicanos. Y si hay cambios, obedecen a factores mucho más profundos que un cambio de partido en la Casa Blanca. ¿Qué cambia entonces, gane Harris o gane Trump?
Para pensar el futuro, miremos brevemente el pasado reciente. Hasta el año 2019, o hasta la pandemia de COVID más bien. China crecía fuerte, y la posibilidad de que superara a EEUU en un plazo no tan largo se tomaba como cierta, con buenas probabilidades. Y si bien durante su mandato Trump endureció la posición hacia China, redujo la situación a una cuestión fundamentalmente económico-comercial. Es decir, el problema era que en el comercio entre ambas naciones Beijing era ampliamente ganadora, con un contundente superávit a su favor. Había que equilibrar esa situación y China aceptó.
Mientras, en Asia, Trump se reunía con Kim para asegurar la paz y tranquilidad en la península, y en Medio Oriente firmaba los acuerdos de Abraham para normalizar las relaciones entre Israel y los países árabes, y así pacificar la región. A partir de ese acuerdo incluso se promovía la participación de los palestinos en la explotación de gas, y no es una locura pensar que de ahí se podía llegar a un acuerdo entre israelíes y palestinos. Difícil, pero no se puede negar que una situación infinitamente mejor a la de ahora.
Junto a ello, se retiraba del pacto con Irán, firmado durante la presidencia de Obama, y también del acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, un acuerdo de libre comercio firmado con diversas naciones, de diversos continentes, nucleados alrededor del océano Pacífico y excluyendo a China.
Sobre la base de estos sucesos, que se asemejan a las actuales promesas de campaña de Trump, podemos estar en condiciones de afirmar que esta sería la línea de su política exterior. En otras palabras, patear el tablero respecto a lo que viene haciendo Washington en los últimos cuatro años, y lo que hizo Obama entre 2009 y 2017.
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Esa es la discusión geopolítica y las aguas están divididas.
La disputa entre aislacionistas e intervencionistas se remonta a la independencia de los EEUU. Sin embargo, desde el fin de la II Guerra Mundial ningún gobierno, salvo el de Trump, planteó volver a una postura aislacionista.
¿Qué es lo que sostienen los detractores del aislacionismo? El peligro de aislarse es el riesgo de dejarle el terreno libre a China para continuar su proyección. China busca la estabilidad, necesita paz para avanzar con la Ruta de la Seda y sus grandes proyectos. Pare ello debe fortalecer su transporte, la logística, en definitiva, lo que le da fortaleza económica: la capacidad exportadora de tecnología y manufacturas. Si asume Trump, y lleva adelante su plan, parecido a lo que hizo en su primer mandato ¿No está favoreciendo la estrategia China? Podría pensarse que China apoyaría el plan Trump, y si volvieran a pedirle mejorar el equilibrio comercial, lo aceptaría sin dudarlo, si eso significara vía libre para proyectarse globalmente sin los obstáculos que tiene ahora.
En paralelo, Trump exige a los europeos su cuota de dinero para mantener la OTAN, amenazando incluso con que EEUU podría salir de la alianza ya que no obtiene mucho de ella. ¿No sería lo que los europeos quieren, que la OTAN dejara de existir y que EEUU se llevara sus tropas a casa? ¿Le agrada acaso a Alemania tener miles de soldados estadounidenses en su territorio? ¿No fue Macron quien creyendo muerta a la OTAN pidió por un ejército europeo?
No parece conveniente para los EEUU dejar en libertad a una Europa que no ha sido tan fiel ni en la Guerra Fría ni en el actual enfrentamiento con China.
Los detractores del intervencionismo, por el contrario, sostienen que involucrarse en una gran cantidad de conflictos, con frentes abiertos en diversas regiones, es extender demasiado el rango de acción y esto, lejos de fortalecer la situación estratégica de EEUU, la debilita a medida que se drenan los recursos.
Con Harris, como señalamos, veríamos una continuidad o la profundización de lo que vemos ahora, al menos hasta tanto China se desinfle como Japón en los noventa -¿es ese el objetivo?-, que en su momento era la gran potencia económica asiática que iba a superar a EEUU. Pero, en la medida que no suceda y China encuentre la forma de sortear lo que se le presenta, la lógica indica un aumento de la conflictividad global.
Como vemos, el 5 de noviembre no solo se define una elección presidencial, sino el destino del actual enfrentamiento global que tiene al mundo entero como escenario.
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