Kamala Harris se convirtió formalmente en la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos. El país se enfrenta a un clima de incertidumbre, en el que el choque entre la estrategia de Trump y la renovada apuesta demócrata definirán el futuro institucional de la "mejor democracia del mundo".
El primer martes de noviembre, Estados Unidos llevará a cabo elecciones presidenciales. A diferencia de otros procesos electorales, lo que está en juego es mucho más profundo que un resultado electoral.
Es verdad que una situación similar se vivió cuando el entonces presidente y candidato Donald Trump buscó la reelección. Por sus acciones durante su mandato, se convirtió en uno de los presidentes más controvertidos de la historia política del país. Buscó mantenerse en el poder utilizando todo tipo de maniobras: desde la constante crítica al sistema electoral, sembrando la idea de un fraude en su contra que nunca existió, pasando por la manipulación y presión para que los delegados de uno de los estados clave mintieran sobre el resultado en las urnas, hasta finalmente el recordado ataque al Capitolio.
Pero todo esto, a estas alturas, parece una historia antigua. De hecho, nada de lo que sucedió, y que ahora investiga la Justicia, le impidió convertirse en el candidato republicano.
La política -se asegura- es el arte de lo posible. O deberíamos decir tal vez de lo impensable. En las últimas semanas de esta atípica carrera presidencial y ante la inminencia de un choque frontal contra el iceberg, los demócratas hicieron un cambio que, teniendo en cuenta las encuestas a nivel nacional y en los estados que pueden definir una elección, pareció acertado. Reemplazaron a Joe Biden, el candidato natural, por sus errores durante el primer debate presidencial y en la campaña. En su lugar, la vicepresidenta Kamala Harris se convirtió en una candidata que en pocos días le devolvió impulso y vigor a un partido que parecía dirigirse hacia un desastre, ya no solo electoral sino también político.
Ante esta jugada, Donald Trump, al menos por el momento, parece haber quedado atrapado en los guiones de la obra anterior y decidió continuar con lo que hasta ahora le había funcionado: los ataques personales.
En estos días, Trump sostuvo que si repetís una idea, no importa si es verdad o no, la gente termina creyéndola. Puede que, dado el temperamento del expresidente, piense que esa idea salió de su cabeza, aunque es conocida la frase del ideólogo de la propaganda nazi Joseph Goebbels, quien sostenía: "Repite una mentira lo suficientemente a menudo y se convertirá en la verdad."
El cambio de timón demócrata y la convención del partido en Chicago, impulsaron aún más a Kamala Harris, a quien Trump tildó de india y de haberse “vuelto negra” recientemente.
Si bien los estrategas del ex presidente pidieron en más de una oportunidad a Trump, que en sus eventos de campaña presentara propuestas, la naturaleza del candidato republicano fue más fuerte. Como en la fábula del escorpión que finalmente picó al sapo que lo ayudaba a cruzar el río, los insultos de Trump a la candidata demócrata no parecen estar dando el mismo rédito que sí consiguieron cuando usó la misma estrategia contra Biden.
¿Seguirá la suerte acompañando al candidato republicano? Tanto el expresidente Barack Obama como su esposa y ex primera dama buscaron disminuir a Trump como amenaza durante sus apariciones públicas en la convención demócrata, pero claro está, esto es una estrategia. El peligro existe.
Biden ha buscado, en la primera parte de la campaña, advertir constantemente sobre el peligro que representa Trump para el futuro institucional del país. En un acto de campaña el propio Trump pidió a sus simpatizantes la oportunidad de convertirse en dictador, “al menos por un día”. Ante ese pedido, increíblemente, la respuesta fue de aplausos del auditorio. Habría que preguntarse, si Trump llegara a convertirse en presidente y ese deseo se concretase, si el día podría convertirse en noche.
Los Obama criticaron duramente a Donald Trump, pero la realidad es que una cosa es la campaña presidencial y las estrategias para superar al contrincante, y otra cosa es lo que ya vimos que fue capaz de hacer para mantenerse en el poder.
Biden ha estado advirtiendo sobre la eventualidad de una situación de crisis si el resultado electoral le es adverso a Trump. De hecho, el ex presidente republicano, repitiendo los mismos patrones que en la última elección presidencial, sostuvo que reconocerá el resultado si la elección es justa.
Esta interpretación nos lleva a preguntarnos también: ¿qué significa "justa" para Trump? Durante el final de su mandato, cuando buscaba la reelección, afirmó sin ninguna prueba que el sistema electoral no era seguro, y que habría un fraude en su contra. El mismo sistema que le había dado la victoria y lo había convertido en presidente tiempo atrás.
Paradójicamente -o no- es él quien está siendo investigado por distintos procesos criminales ligados a sus acciones durante el proceso de votación.
En estos días, buscando llevar al inconsciente colectivo la máxima del nazi Goebbels, Trump sostiene una y otra vez que en su país ocurrió un “golpe de estado”. Así tilda el cambio de un precandidato a otro en las filas demócratas. Nada tiene que ver la sustitución de un precandidato por otro con un supuesto golpe de Harris como vicepresidenta contra el presidente Biden. Podrían pensar que esta aclaración es una obviedad, pero en el mundo de las teorías conspirativas y las narrativas que buscan mostrar la Tierra como plana, todo es posible.
En estos días de aplausos y apoyos dentro del partido demócrata a su candidata se suman números que, por el momento, comienzan a acompañarla y mucho dinero en apoyo electoral. En el país donde el dinero parece ser el único Dios, que Kamala Harris esté consiguiendo más apoyo económico en el último mes es todo un dato que no pasa inadvertido a Trump.
Nada está dicho aún, mucha agua puede correr y correrá debajo del puente, pero algunas situaciones similares a las de la última elección deberían hacernos mirar con mayor atención el proceso electoral del país que ahora, con menos fundamentos que hace unos años, se arroga ser la mejor democracia del mundo.
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