Abril, un mes cargado de significado histórico para Armenia y su diáspora, invita a recordar una de las páginas más oscuras y silenciadas del siglo XX: el genocidio armenio. Bajo la sombra de la Primera Guerra Mundial, una tragedia humanitaria de proporciones desgarradoras se desencadenó a manos del Impero Otomano.
"¿Quién habla hoy aún del exterminio de los armenios?”, pronunciaba Adolf Hitler un 22 de agosto de 1939 al decidir que ya no podía esperar ni un segundo más para invadir Polonia. Este extracto, que llegó al New York Times en 1945 durante el comienzo de los Juicios de Nuremberg y que fue leído por miles de armenios por más de 40 años, reforzó la idea de que el exterminio sistemático que sufrió este pueblo constituyó un desconocido precedente al holocausto de la Segunda Guerra Mundial.
Para aproximarse a esta hipótesis, deben considerarse los antecedentes de este trágico capítulo de la historia, que se remontan a varias décadas atrás cuando los movimientos nacionalistas armenios comenzaron a manifestarse en la búsqueda del reconocimiento de su identidad nacional frente al Imperio Otomano.
Con un clima tenso, producto de la derrota otomana en la guerra ruso-turca de 1887-1888 y el posterior Tratado de San Stefano que llevó a la independencia de Serbia, Montenegro y Rumania, y una autonomía limitada para Bulgaria, los armenios comenzaban a representar una amenaza para el desestabilizado imperio turco que, lejos de rendirse ante sus deseos de volver a constituirse como una fuerza a tener en cuenta, buscaba un culpable inmediato a su desidia.
La negativa otomana a reconocer un Estado armenio se debió, en gran medida, al temor de que este pudiera alinearse con Rusia, su histórico rival. Sin embargo, solo un pequeño porcentaje se encontraba cercano a los ideales expansionistas rusos, pero las constantes manifestaciones dentro del Imperio Otomano y también en Europa gestaron el nacimiento de varios partidos políticos independentistas.
En represalia a estos "atrevimientos" que atentaban contra la autoridad imperial, entre 1894 y 1896 el Sultán Abdul Hamid II desencadenó una violenta represión conocidas como las "masacres hamidianas", que resultaron en miles de armenios asesinados y le valieron el apodo de "Sultán Rojo".
La caída de este Sultán en 1908, a manos del Comité de Unión y Progreso, conocido como los "Jóvenes Turcos", marcó un cambio en el panorama político otomano. Estos jóvenes oficiales tenían en mente un sólo propósito, el cual alcanzarían de cualquier forma: retomar el proyecto nacionalista que buscaba revitalizar el Imperio Otomano y suprimir a las minorías étnicas.
El ascenso al poder de los Jóvenes Turcos, que se definían a sí mismos como un partido político nacionalista, revolucionario y reformador, marcó un punto crítico. Bajo su liderazgo, especialmente el ala nacionalista encabezada por Enver, Talat y Cemal Bajá, dio paso a la intolerancia exacerbada por las circunstancias de guerra y los resentimientos territoriales y étnicos en la región.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, los Jóvenes Turcos se aliaron con Alemania y el Imperio Austro-Húngaro, buscando respaldar a los supuestos vencedores y restaurar la cuestionable grandeza del Imperio Otomano. En este contexto, la minoría armenia fue vista como "traidora" debido a su presunta colaboración con los rusos en la batalla de Sarıkamış en enero de 1915, donde se desempeñaron actividades contra los turcos.
Sin dudas, la participación otomana junto a las potencias centrales catalizó la tragedia. Los líderes otomanos, intentando identificar chivos expiatorios para no justificar sus derrotas militares, dirigieron una campaña de propaganda y represión contra los armenios, acusándolos de traición y deslealtad.
Esta retórica de odio preparó el terreno para la implementación de políticas genocidas, como la Ley Tehcir de deportaciones forzadas que condujeron a la muerte y el sufrimiento de incontables inocentes que, señalados como "enemigos de la seguridad nacional", sufrieron las consecuencias de un imperio que no aceptaba su inminente caída.
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Preludio de la Tercera Guerra Mundial
El genocidio del pueblo armenio tiene un inicio marcado por el sombrío 24 de abril de 1915, un día antes del inicio del desembarco aliado en la ciudad de Galípoli. En esa fecha, el gobierno liderado por los Jóvenes Turcos tomó la decisión de arrestar a 250 intelectuales y líderes de la comunidad armenia, incluyendo diputados del parlamento otomano. Esta acción inicial se convirtió en el prólogo de una campaña de exterminio sistemático.
El pretexto de la guerra sirvió de justificación para el gobierno turco, que disolvió el Congreso y promulgó los "Diez Mandamientos del Comité Unión y Progreso". La maquinaria del horror se puso en marcha, enfocándose primero en la eliminación de hombres jóvenes. Más de 60 mil armenios fueron engañados, reclutados en el ejército otomano y, posteriormente, ejecutados tras cavar sus propias tumbas.
La primera fase de este polémico "proyecto nacional" se complementó con encarcelamientos y la creación de campos de concentración desde principios del mismo año. Sin embargo, la brutalidad no cesó allí. Las deportaciones masivas obligaron a mujeres, ancianos y niños a marchar sin provisiones hacia estos campos localizados en el desierto, un mecanismo idéntico al implementado por el régimen de la Alemania nazi entre 1933 y 1945.
Los testimonios de sobrevivientes, la evidencia documental y los informes de observadores internacionales, como los publicados por The New York Times en 1915, retratan grandes atrocidades y un sufrimiento humano inimaginable. "Los caminos y el Éufrates están llenos de cadáveres de exiliados, y los que sobreviven están condenados a una muerte segura. Es un plan para exterminar a todo el pueblo armenio", se leía en el diario en ese entonces.
El debate internacional en torno a las masacres de armenios durante el período de "reubicación" o "deportación" se mantiene vigente, con la posición oficial de Turquía manteniendo que "estos eventos no califican como genocidio". A lo largo de las décadas, numerosas naciones y entidades internacionales desafiaron esta narrativa al reconocer el sufrimiento de todo un pueblo.
Uruguay fue el primer país en alzar la voz contra el olvido, condenando oficialmente el genocidio armenio en 1965, medio siglo después de su inicio. Desde entonces, más de veinte naciones siguieron su ejemplo y reconocieron la verdad histórica al rendir homenaje a las víctimas.
Entre los países que calificaron estos eventos como genocidio se encuentran Argentina, Bélgica, Bolivia, Canadá, Chile, Chipre, Estados Unidos, Francia, Grecia, Italia, Líbano, Lituania, Países Bajos, Polonia, Rusia, Eslovaquia, Suecia, Suiza, el Vaticano y Venezuela.
A medida que el mundo avanza, la memoria del genocidio armenio se mantiene inquebrantable y recuerda, cada aniversario, la necesidad de justicia para aquellos cuyas voces fueron silenciadas durante siglos. Sin embargo, y lejos del vislumbre de un progreso hacia la tolerancia, el odio étnico y la indiferencia ante el sufrimiento humano continúan a la orden del día.
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