La tecnología es un factor de poder transversal cuyo desarrollo es el camino para alcanzar la primacía en otros niveles, como el económico o el militar.
El enfrentamiento geopolítico entre China y Estados Unidos se lleva adelante en todos los niveles sobre los que se construye el poder de un Estado. Sin duda, uno de los más importantes es el tecnológico, por cuanto alcanzar el liderazgo en este terreno puede facilitar, a su vez, alcanzar la primacía en otros niveles, como el económico o el militar. Y es que la tecnología es un factor transversal cuyo desarrollo impulsa el perfeccionamiento o descubrimiento en todos los ámbitos.
Si hablamos entonces de una competencia por el liderazgo tecnológico, es obligatorio mencionar como en los últimos años ha adquirido principal importancia la industria de los semiconductores, materiales indispensables para la fabricación de dispositivos electrónicos, desde celulares hasta satélites. Así, esta industria tiene implicaciones en el plano económico, estratégico y de seguridad de los países.
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Durante largas décadas, Estados Unidos ha mantenido una hegemonía en el liderazgo tecnológico. Sin embargo, ya no es ninguna novedad que China busca posicionarse como líder mundial en ciencia y tecnología, y su ascenso a potencia con aspiraciones globales ha tenido su correlato en estos campos, representando hoy en día un desafío para la hegemonía tecnológica estadounidense.
Si bien EE.UU. y su ecosistema de aliados mantienen una ventaja tecnológica en la producción de semiconductores, China posee una significativa ventaja manufacturera, respaldada por diversos institutos tecnológicos y una masiva financiación para la investigación y desarrollo.
La capacidad de China para alcanzar sus metas geopolíticas y reemplazar a Estados Unidos como la superpotencia dominante dependerá en gran medida de su dominio en esta esfera. Obstaculizar este proceso ha sido una constante de la superpotencia americana, y es en ese sentido que debe leerse el impedimento a Huawei de acceder a tecnología estadounidense, afectando a una de las mayores empresas chinas en tecnología 5G y telecomunicaciones. Claro está, no hace falta indagar mucho en los gestos, basta leer el discurso del Consejero de Seguridad Nacional Jake Sullivan, quien en 2023 fue explícito sobre la necesidad de impedir el acceso de China a ciertos componentes de tecnología avanzada.
A la vez, los aliados naturales de Estados Unidos, como Países Bajos, Corea del Sur y Japón, están entre los principales productores mundiales de microchips, y sobre ellos EE.UU. presiona para que apliquen un trato de aislamiento comercial a China para que no de un salto tecnológico clave.
En este terreno, sin embargo, la batalla más significativa por los semiconductores quizás se encuentre en Taiwán, escenario al que no le faltan condimentos para ver estallar un conflicto. Taiwán es el principal productor mundial de microchips y el hogar de TSMC, la empresa que controla el 53,4% de la producción de microchips convencionales y el 92% de la producción de microchips avanzados, y que a su vez depende de la tecnología estadounidense para su producción.
Estados Unidos justifica estas medidas en términos de seguridad nacional, argumentando que los semiconductores avanzados permiten a China desarrollar sistemas militares sofisticados y mejorar su capacidad de toma de decisiones. Al mismo tiempo, con el objetivo de revitalizar la industria de semiconductores estadounidense, ha diseñado un conjunto de políticas que implican la erogación de miles de millones de dólares en inversiones. En tiempos recientes, el mismo presidente de EE.UU. Joe Biden ha expresado: “Nosotros inventamos esos microchips acá en Estados Unidos, nosotros los hicimos moverse, los modernizamos, con el tiempo paramos, pero solíamos tener 40% del mercado”, “No nos voy a dejar ser vulnerables otra vez, si es necesario los voy a fabricar acá en Estados Unidos” y “La manufactura americana está de vuelta”.
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Sin embargo, las restricciones, en vez de aislar a China la han motivado a acelerar sus planes de desarrollo de procesadores. Como el mayor consumidor de microchips del mundo, China absorbe el 40% de la producción mundial e importa más de 400 mil millones de dólares en semiconductores al año. En 2019, China producía solo el 30% de los microchips que necesitaba, pero se ha propuesto fabricar el 70% antes del final de esta década.
Alcanzar la autosuficiencia en este campo es una prioridad nacional para este gigante asiático, que tiene la ventaja de ser el principal productor de galio (80%) y germanio (60%), materias primas esenciales para muchos tipos de semiconductores. Siguiendo la estrategia de Estados Unidos, China ha prohibido la entrada de microchips de Micron (empresa tecnológica estadounidense) en su infraestructura crítica de información, alegando problemas de seguridad, demostrando a Estados Unidos que los dos pueden jugar el mismo juego.
Entre tantas preguntas que pueden hacerse, hay una que resuena: ¿las sanciones estadounidenses lograron su objetivo, o por el contrario aceleraron el desarrollo de su principal adversario?
Lo cierto es que a medida que ambos países continúan invirtiendo en sus capacidades tecnológicas, la industria de los semiconductores seguirá siendo un campo de batalla crucial en la geopolítica moderna. Las acciones y políticas implementadas hoy definirán el equilibrio de poder en las próximas décadas. La aparición y el consecuente dominio de tecnologías disruptivas puede, como ha ocurrido tantas veces en la historia, ser crucial para alterar al tablero geopolítico global, y definir quién detenta la hegemonía, y quién no.
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