La guerra entre Israel y Hamas, desencadenada por el ataque terrorista del 7 de octubre, intensificó la crisis humanitaria en Gaza y puso de manifiesto la falta de liderazgo global para resolver el conflicto. Mientras la justicia internacional intenta intervenir, la ineficacia de las naciones para solucionar la crisis refleja la pérdida de influencia de potencias como Estados Unidos y deja a los civiles en una situación de extrema vulnerabilidad.
Por Canal26
Sábado 25 de Mayo de 2024 - 14:02
La guerra en Gaza entre Israel y el grupo terrorista Hamas lleva varios meses, y es la última etapa de un conflicto que tiene años de historia y que, en su complejidad, presenta diversos momentos críticos. Cada momento presentó una crisis particular para resolver, siendo esta oportunidad más compleja y profunda que otras debido a la magnitud del enfrentamiento armado.
Hace meses que estamos viendo situaciones que antes no parecían posibles en la "rutina" del conflicto entre Hamas e Israel. La magnitud del ataque terrorista del 7 de octubre desencadenó una ofensiva sin precedentes. Por esta razón, ese día macabro es comparado por los israelíes con el 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.
El ataque terrorista, planificado durante mucho tiempo y ejecutado casi bajo las narices de las fuerzas israelíes, no tiene comparación reciente para el pueblo israelí. Por eso, buscaron una similitud con otra tragedia sufrida por otro pueblo, para que el mundo entendiera la escala de lo que vivieron y aún padecen, entre otras razones, por los rehenes que están en manos de Hamas u otras organizaciones.
En más de una oportunidad he dicho que un dolor no puede tapar a otro dolor. La guerra, en esta oportunidad, comenzó por la decisión de Hamas de llevar a cabo el peor ataque terrorista en la historia de Israel, logrando lo que evidentemente buscaba. Hamas sabía que una operación armada de esas características desencadenaría algo nunca visto en la Franja de Gaza. Llevó a cabo sus ataques en territorio israelí, y siempre supo quién estaba en el gobierno de Israel en ese momento.
Hamas poco pensó en los civiles de la franja, que serían los primeros en recibir de lleno el impacto de la respuesta. Los civiles no tenían ni tienen túneles donde esconderse para evitar el mayor ataque en la historia del pueblo palestino. Las bombas de 2000 libras -más de 900 kilos-, capaces de hacer desaparecer un edificio y a quienes viven en su interior, arrasaron Gaza, y a ese ataque aéreo le siguió, y aún continúa, la ofensiva terrestre.
Durante todos estos meses, la guerra se trasladó a este pequeño territorio, uno de los más densamente poblados del mundo. Los civiles debieron desplazarse desde el primer momento de la guerra en medio de la intensidad de un ataque que buscó, según Israel, eliminar a Hamas, pero que hasta el momento ha terminado con la vida de 36.000 personas, el 56% de ellas mujeres y niños.
En estos meses de guerra, poco se ha logrado en torno a los rehenes que desde el 7 de octubre están secuestrados en las peores condiciones. Los que aún están con vida, ya que muchos fueron asesinados el mismo día del ataque o murieron durante su cautiverio, esperan ser liberados de ese infierno.
Días atrás se difundió un informe que reconoce que la reconstrucción de la Franja de Gaza llevará décadas y decenas de miles de millones de dólares. En medio de estas cifras, los civiles, que en más de una oportunidad han tenido que desplazarse dentro de Gaza, dejan en claro ante cualquier cámara de TV o celular que grabe sus testimonios, que no tienen nada que ver con Hamas y piden el fin de la guerra.
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Al comienzo de este artículo hablé de los distintos "relojes" que marcan los tiempos de esta guerra: el reloj ligado a la vida de los rehenes y sus familiares, el que marca los tiempos del combate militar en las calles de Gaza, el que está atado a la vida de los civiles palestinos y la crisis humanitaria llevada a un punto nunca antes visto en la franja, el reloj de la política internacional y su respuesta al conflicto, el que está conectado con la opinión pública mundial y, ahora, se suma otro más: el reloj de la justicia internacional.
Cada uno de estos relojes determina las respuestas a lo que se vive como consecuencia de la guerra; "tiempos" que tienen un peso por sí solos, y en determinado momento esos "tiempos" se unen y generan mayor presión sobre los actores principales en la toma de decisiones. Por estos días, más que nunca desde el comienzo de la guerra en Gaza, el primer ministro Netanyahu debe mirar varios de esos relojes al mismo tiempo.
Las operaciones militares que desplegó en Gaza para destruir a Hamas aún no parecen estar logrando la magnitud de la derrota prometida; sus soldados deben volver a lugares que meses atrás estaban liberados de terroristas. Muchos de los rehenes murieron durante el tiempo que se demoró, por los motivos que fuera, su liberación. La presión internacional hacia el gobierno de Israel, incluso de sus aliados más cercanos, es creciente, y políticos de su coalición lo amenazan internamente. A esto se suman las reacciones de los procesos legales internacionales.
Durante meses, distintas organizaciones humanitarias internacionales y las Naciones Unidas han venido advirtiendo sobre la magnitud del desastre humanitario que se vive en Gaza. La Corte Penal Internacional, a través de su fiscal, ha dejado claro lo que no debería haber ocurrido: el gobierno de Netanyahu, que lidera a Israel como país ocupante en Gaza, más allá de su derecho a la defensa tras el peor ataque terrorista, debió cumplir con el derecho internacional y buscar preservar la vida de los civiles y no violar los derechos humanos. Como sucedió con Putin, si los pedidos del fiscal son ratificados por los jueces, lo perseguirán por el resto de su vida política y personal.
El impacto de la acusación de la Corte Penal Internacional tiene mucho más peso en una democracia, o al menos así debería ser, que en una organización terrorista cuyo objetivo es precisamente violar todo derecho humano e internacional.
La guerra parece no tener una fecha de finalización y, a siete meses de haber comenzado, deja escenarios impredecibles y huellas de situaciones futuras difíciles de prever. Nadie sabe, y quizás ni siquiera el gabinete de guerra israelí o los terroristas de Hamas, cómo seguirá el conflicto. Esa impredecibilidad solo perjudica a los civiles.
¿Qué sucederá en la política interna de Israel? ¿Qué ocurrirá en la Franja de Gaza? ¿Quién la gobernará una vez finalizada la guerra? ¿Cómo quedará Israel en la comunidad internacional luego de la ofensiva? ¿Cómo se evitará un desastre humanitario que la Corte Penal Internacional rubricó con las más graves denuncias?
Varios conflictos se están librando al mismo tiempo en el mundo, cada uno con la posibilidad de regionalizarse o hacerse globales. Esto es el resultado no solo de la falta de liderazgo para solucionarlos, sino también de la clara muestra de la pérdida de influencia de quien hasta ahora se mostraba como “el policía global”: Estados Unidos. Su debilitamiento como potencia, o al menos la capacidad de ejercer su poder, se vio también en un conflicto donde, como aliado estratégico de una de las partes involucradas, no pudo hacer valer su opinión sobre cómo deseaba que se tomaran ciertas decisiones.
La justicia internacional, a través de distintas organizaciones, parece ser la sombra de las naciones que no pudieron, no pueden o no quieren solucionar crisis como la guerra entre Israel y Hamas, pero también otras crisis que avanzan en otras regiones del mundo de forma muy peligrosa. Mientras la justicia busca llevar un poco de paz a quienes fueron víctimas de la violencia, queda la pregunta de si realmente existe justicia si ésta finalmente nunca llega.
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