El escenario de conflicto en el ámbito internacional no encuentra calma y el análisis tiene que empezar haciendo foco en la relación de dos gigantes: China y Estados Unidos.
La Guerra en Ucrania, el enfrentamiento entre Israel y Hamás, golpes de Estado y guerras civiles en África, son solo algunos de los acontecimientos más destacados que continúan este año. El reguero de pólvora se está expandiendo por todo Medio Oriente y desde el mar Rojo a Pakistán, se sienten las consecuencias.
Sin embargo, no es por allí por donde habría que comenzar para llamar la atención sobre la conflictividad internacional. La raíz de buena parte de los enfrentamientos que observamos está en la competencia entre la potencia hegemónica, Estados Unidos, y aquella cuyo crecimiento hace tiempo dejó de pasar desapercibido, China.
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Los EE. UU han hecho explícito en reiteradas oportunidades que China es la gran amenaza a su hegemonía. Con otras palabras, quizás, pero de forma que no quede duda alguna. Pero dado que un enfrentamiento directo es a la vez un suicidio mutuo, considerando el posible empleo de armas nucleares, el campo de batalla es más amplio y difuso, y las armas utilizadas son de diversa naturaleza.
Si el uso de misiles no está sobre la mesa, ¿de qué manera se derrota al adversario? El escenario se vuelve más complejo y tenemos que pensar entonces en un enfrentamiento multinivel: nivel diplomático, tecnológico, cultural, económico. Aislar al rival internacionalmente, obstaculizar su desarrollo económico o tecnológico, minar su prestigio a nivel global, todos se vuelven medios útiles en la disputa.
Pero los efectos no quedan confinados únicamente a China o a Estados Unidos, los efectos son globales. El grado de interconexión que existe entre todos los países del mundo implica que la interrupción de las cadenas de suministro o el aumento de costos de la energía lleva a aumentos en el costo del transporte, en los alimentos, etc., y ahí nadie queda exento.
Haciendo foco en dos de los conflictos activos, en Ucrania y en la Franja de Gaza, aunque implican a actores distintos en el terreno, tienen efectos llamativamente similares: afectan el abastecimiento energético europeo, y afectan el comercio entre Asia y Europa. El conflicto entre Israel y Hamás, con la entrada de los hutíes desde Yemen y sus ataques a buques sobre el mar Rojo, directamente están afectando uno de los puntos más importantes para el comercio mundial.
EE. UU advirtió en repetidas oportunidades a los europeos sobre la excesiva dependencia del gas ruso, y sobre la profundización de sus lazos con China. Parecía que, en el mediano plazo, una masa euroasiática integrada era posible. En el pensamiento geopolítico estadounidense, eso es el comienzo del fin. ¿Es casualidad entonces que los efectos de los acontecimientos afecten sustancialmente todo proyecto de integración de Eurasia, con China y Europa como ejes centrales? Quizás los dos actores más perjudicados en el escenario geopolítico actual.
La situación de chinos y europeos no pareciera que vaya a mejorar de forma sustantiva para 2024. Han sentido el aumento en los costos del transporte, de la energía, los alimentos, y sus pronósticos económicos son más bien conservadores.
instalación del proyecto Poder de Siberia de Gazprom en las afueras de la ciudad del extremo oriente de Svobodny, en el Óblast de Amur, Rusia (Créditos;
Sin embargo, a pesar de la desaceleración china, incluso cuando aún tiene grandes distancias que recortar con EE. UU en casi todo aspecto relativo al poder nacional, surge cada vez con mayor fuerza la discusión sobre si estamos en un mundo con un solo gran poder, o, por el contrario, en un mundo multipolar, con varios países con un poderío relativamente similar. Aunque esto último parece exagerado, el debate está abierto y, lejos de ser una discusión teórica, de la posición que asuma cada Estado se suceden consecuencias trascendentales para su futuro.
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En lo que respecta a Argentina, la producción y exportación energética y alimentaria, aunque en distinto grado, no nos es ajena. Si energía y alimentos continúan siendo utilizadas como un arma de presión -ya sea la producción, el precio, o ambos- a nivel mundial se verán afectados y las consecuencias locales no se harán esperar.
La producción de litio, el desarrollo de infraestructura sensible, como el 5G, tampoco podrían verse ajenas a una profundización del enfrentamiento sino-estadounidense. A nadie se le escapa que China es uno de los principales inversores y socios comerciales del mundo y de la región sudamericana; EE. UU, el hegemón continental y global.
¿Seguirá deteriorándose esa relación? ¿Puede esperarse una distensión en el corto plazo? Diversos escenarios inciertos se abren a futuro. Un jardín de senderos que se bifurcan, ¿sabemos hacia dónde ir?
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