La historia del crecimiento acelerado del Japón Imperial y la reacción de Estados Unidos configura un escenario que presenta muchas similitudes con el que enfrenta hoy China.
Por Damian Carca - Geopolítica en acción
Jueves 3 de Octubre de 2024 - 11:09
La concepción china del tiempo es diferente a la occidental, no es raro escuchar. Concepción del tiempo que hace referencia a una paciencia virtuosa que, incluso más allá de China, poseen las principales naciones de Oriente. Sin embargo, más de una vez esa idea pareció estar más cerca del terreno de lo mitológico que en el plano de lo real.
El ejemplo más claro quizás sea el de Japón en la antesala de la Segunda Guerra Mundial. El Japón Imperial, que a fines del siglo XIX comenzó a crecer de forma constante y acelerada en términos económicos, en base fundamentalmente a una sólida producción industrial, no tardó en volverse fuerte también en la esfera militar. Pero la creciente producción y el aumento de la población profundizaban a su vez su principal debilidad: la carencia de energía y alimentos, elementos que debía procurarse vía importaciones.
Conscientes de esta situación, los dirigentes japoneses tuvieron la nada novedosa idea de conquistar territorios ricos en recursos naturales para asegurarse su suministro sin depender de factores externos.
Estados Unidos no reaccionó positivamente al proceso de expansión nipón, y procedió a sancionarlo y cortarle el suministro de petróleo. Poco tiempo después sucedió el ataque a Pearl Harbor, lo que hizo entrar a EE.UU. a la Segunda Guerra Mundial y dio inicio a la guerra entre Tokio y Washington. Antes de que los dirigentes japoneses tomaran la decisión de entrar en guerra con EE.UU., bien vale recordar que el Almirante Yamamoto, consciente de la inferioridad en términos militares de su país, advirtió que no era prudente ese curso de acción. No era el momento, pero se decidió lo contrario y el final es conocido. Puede ser que la guerra fuera inevitable, pero la precipitación por entrar en ella no nos habla de una paciencia superlativa.
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Más de ochenta años después, ya no es Japón sino China quien con su crecimiento económico y su fortalecimiento en la esfera militar genera desconfianza en la primera potencia mundial –el mismo actor que en el ejemplo anterior-: EEUU. Casualidad o no, las debilidades de China también incluyen energía, alimentos y minerales, y sobre ellos sus adversarios ejercen presión.
La alta conflictividad que existe en este momento en el mundo afecta la seguridad de las cadenas de suministro de las que China tanto depende, tanto para la importación de los recursos naturales de los que carece, como también para la exportación de manufacturas que son el motor de su fortaleza económica.
A ello debemos sumar que ciertas empresas chinas, como Huawei, tampoco han estado exentas de sanciones comerciales por parte de EE.UU. y aliados con el fin de obstaculizar o dificultar el enorme crecimiento que ha tenido Beijing en materia tecnológica.
La estrategia se cierra, en la esfera militar, con el cerco que está creando EE.UU. alrededor China con la ayuda de sus vecinos, algunos de ellos con cierta animosidad histórica, como Vietnam. Pero junto a los vietnamitas, India, Japón, Corea del Sur, Filipinas, Gran Bretaña o Australia, ahora también han decidido sumarse Canadá o Alemania a patrullar el Indo-Pacífico para proteger la libertad de navegación.
Bella consigna que, casualmente, permite sumar músculo militar en los alrededores de Taiwán. Quizás todo sea parte de una estrategia de disuasión o contención. Quizás, una provocación. ¿Es la guerra inevitable? ¿Tendrá China la paciencia y templanza suficiente para evitar hacer de la recuperación de Taiwán un Pearl Harbor como el de Japón?
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