El concepto, con sus polémicas, invita a pensar una nueva era donde el rol de las inteligencias artificiales y las redes sociales parecen marcar la agenda del mundo.
El término “tecnofeudalismo” fue creado por el economista griego Yanis Varoufakis, preocupado desde hace varios años por el creciente rol de ciertas empresas magnates en relación ya no solo a los asuntos económicos del mundo, sino en relación a los asuntos políticos, diplomáticos, culturales y sociales de sus países, con un impacto directo en los asuntos del mundo.
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El feudalismo, como concepto inicial, es el sistema que imperó durante la Edad Media y se extendió, en áreas rurales de ciertos países, hasta la llegada de la Revolución Industrial y el modo de producción capitalista. Se caracterizó por la presencia de múltiples “señores”, dueños de grandes extensiones de tierras, que inicialmente ostentaban sólo de poder económico pero que, luego, con la adquisición/compra de títulos nobiliarios, empezaron a acrecentar su influencia y poder en otros temas, como la religión, la política y los asuntos sociales.
Los señores feudales más influyentes llegaron a tener peso en las decisiones de la Iglesia en algunos reinos, ducados y condados, así como en la voluntad de monarcas y nobles de la época. Es por eso que el concepto feudalismo, más allá de un modo de producción, se asocia a una lógica de poder dentro de un periodo.
En la actualidad, el concepto de tecnofeudalismo que propone Varoufakis se enfoca en que existen empresas y magnates que han acrecentado enormemente su poder a raíz de los avances tecnológicos sobre todo en el desarrollo de las IA (inteligencias artificiales) y de las redes sociales. Esos magnates y sus empresas surgieron de una periferia del poder: ostentaban riquezas, sí, pero inicialmente eran marginales en relación a las decisiones de poder centrales.
Elon Musk, por ejemplo, se consolidó como un magnate por sus riquezas, pero sus opiniones y su participación al interior de la política estadounidense fue minoritaria hasta no hace muchos años. El “poder tecnológico”, conectado con el poder político en Estados Unidos, estaba en el Silicon Valley, con empresas como Microsoft, Google o Apple. Musk, con Tesla y Starlink, corría por fuera de esa “élite consolidada”.
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El desarrollo de las IA permitió explorar un nuevo rubro, en el cual los límites no han sido establecidos aún, por lo cual es tierra fértil para quienes deseen invertir. De esa manera, empresarios como Musk hicieron su desembarco en un rubro donde, mediante el acceso al control de ciertas redes sociales (como X, la vieja Twitter), se pueden hacer pruebas piloto permanentes con las IA.
Las redes sociales y las IA empezaron a darle poder a estas figuras. El poder de instalar ciertos temas sociales o culturales en el debate, incluso temas incómodos para los gobiernos, con la posibilidad de jugar la carta de la “censura” contra quienes busquen limitarlos.
En la Edad Media, un señor feudal se hacía con un ejército de campesinos que, por su juramento de vasallaje, respondía a su llamado para alguna situación donde los intereses del señor estuvieran en juego. En la era actual, un magnate -mediante las IA- se hace con un ejército de bots que, por las propias reglas de la red social, responden a sus intereses, instalando temas o siendo la punta de lanza para un “enfrentamiento digital” contra un gobierno o un grupo señalado, mediante un algoritmo.
En ese contexto, por ejemplo, ocurrió la pelea entre Musk y el presidente brasileño Lula da Silva, en torno a X en Brasil. El mandatario y la justicia consideraban que Musk tenia que dar de baja miles de cuentas bots que dañaban el ambiente de la red social mediante la propagación de “fake news”. Musk, dueño de X, se negaba. La justicia brasileña bloqueó a X en el país hasta que finalmente Musk cedió, pagó una multa y entregó los datos de cuentas bots existentes en Brasil.
Mientras Musk tanteaba el terreno en su pugna con Lula, en paralelo, se dedicó de lleno a organizar, en redes, la campaña electoral de Donald Trump. El éxito de su campaña fue claro y los resultados están a la vista, no solo por el triunfo de Trump, sino por el nuevo cargo que éste le dará al magnate en su gobierno. Estamos ante un caso de un magnate que se volverá directamente funcionario. Ese escenario de poder, fiel a su estilo polémico, lo usará para opinar sobre distintos temas del mundo, sabiendo que ya mantiene llamadas con funcionarios europeos, rusos, chinos, israelíes e indios.
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La formación de una nueva élite, representada hoy por Elon Musk, pero que incentiva a otros a seguir sus pasos, plantea el escenario de un individuo que tiene poder económico y que usa el mismo ya no para favorecer solo a sus negocios, como quizá lo hicieron grandes magnates de la historia, sino para marcar el rumbo de una agenda mucho mayor que trasciende a la economía.
Los viejos señores, hoy devenidos en magnates, inciden en la agenda cultural de los países mediante el uso de las redes y los grandes medios tecnológicos, pero van más allá. Inciden también en la agenda geopolítica de los países, marcan el rumbo, la dirección. La llegada de Musk al gobierno de Estados Unidos abre la puerta a una nueva era donde los desarrolladores de redes y de inteligencia artificial estarán articulados con el poder de los Estados, emprendiendo luchas -por sus intereses- contra otros Estados que, probablemente, también busquen formar y consolidar a sus propios tecnócratas para responder a los embates de sus adversarios. La esencia del tecnofeudalismo radica en esa pugna que cada vez parece más posible.
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