A raíz de dos noticias recientes, una referida a la historia familiar de la megaestrella hollywoodense Jack Nicholson; otra, al horroroso asesinato del niño Lucio Dupuy en la provincia de La Pampa, el autor revisa la polémica noción de “instinto materno”.
Instinto materno.
A raíz de dos noticias recientes, una referida a detalles de la historia personal de una celebridad del espectáculo, la otra a un hecho horroroso ocurrido recientemente en La Pampa, me propongo reflexionar acerca de una noción muy trillada y recurrida: el instinto materno.
Supuestamente, el instinto materno en el género humano sería una condición natural y atributo inherente de toda buena mujer que se precie de tal. Sin embargo, como sabemos quienes nos dedicamos al psicoanálisis, esto es un mito. Más bien, solemos encontrar que en aquellos casos en que se manifiesta una aptitud evidente hacia la maternidad, con todo lo que esto implica, se trata de una construcción sociocultural transmitida a través de vínculos familiares -en una concepción muy ampliada de familia, donde podríamos llamar de este modo a todo tipo de experiencia socioafectiva que haya funcionado como cuidado, sostén y modelo-.
En este contexto, últimamente he reparado en dos noticias que, si bien muy diferentes entre sí, sin embargo, atañen desde distintos lugares al mismo punto al que quiero referirme aquí: la interrogación sobre el denominado “instinto materno”.
En primer lugar, como seguramente muchos de ustedes, me enteré hace un par de días que la megaestrella hollywoodense Jack Nicholson llamó “mamá” durante buena parte de su vida -al parecer se enteró recién a sus 37 años- a una mujer que en realidad era su hermana. La noticia explica que se trató de un modo de disimular el embarazo no buscado de una hija adolescente de una familia que encontró en ese engaño, hacer pasar al hermano más pequeño por hijo de los padres -a la sazón abuelos- lo que creyó la mejor manera de esconder el asunto. “Esas mujeres me dieron el regalo de la vida. Ellas me entrenaron bien”, comenta el propio Nicholson en una entrevista concedida a la revista Rolling Stone en 1984. Y si para él la cuestión está zanjada, nosotros no tenemos nada que objetar. Sin embargo, esto plantea una cuestión importantísima para el problema de la maternidad: la sanción atributiva le corresponde a quien se prohija en ella. O dicho de otro modo: madre hay una sola, la que es designada como tal por el hijo.
Es muy doloroso pensar en un niño orientado a encontrar abrigo y contención, atributos inherentes a la función materna, allí donde en lugar de eso lo acechan torturas y abusos reiterados hasta llegar incluso a una muerte violenta inimaginable. Ese vínculo signado por la asimetría más extrema, en el que la pura vulnerabilidad del niño entroniza en un lugar cuasi omnipotente al Otro materno, cuando esta función queda en manos de personas que por razones diversas no están en condiciones de ejercer el rol amorosamente, puede devenir una trampa mortal, tal el caso ocurrido recientemente en La Pampa.
El gran actor al que me refería, a pesar del engaño montado por sus padres -hecho gravísimo, hay que decirlo- encontró, sin embargo, allí donde dirigió su vulnerabilidad infantil, al menos un alojamiento que le permitió no solo crecer sino incluso prosperar muy exitosamente. No sabemos más que eso, sin embargo, podemos suponer que el adulto venturoso hunde sus raíces en una niñez por lo menos habilitadora. Así lo sugieren las palabras del Jack adulto: “Esas mujeres me dieron el regalo de la vida. Ellas me entrenaron bien. Hasta el día de hoy no le he pedido prestado ni cinco centavos a nadie y nunca he creído que no puedo cuidar de mí mismo. Ellas hicieron imperativa mi autosuficiencia”, así continúa la frase en aquella entrevista de 1984. “Si June o Ethel hubiesen tenido menos carácter, yo nunca hubiese llegado a vivir”, concluye, refiriéndose a su madre biológica -supuesta hermana mayor- y a su abuela -supuesta madre-.
Nunca sabremos cómo habría sido la adultez de Lucio Dupuy, el niño de cinco años asesinado a golpes por otras dos mujeres que, en este caso, lamentablemente ninguna de ellas ha estado a la altura de ese Otro materno que prohija, cuida y protege. Si acaso hubiera algo instintivo en este asunto, sería la orientación de quien está en posición de hijo, signado por una vulnerabilidad extrema durante los inicios de la vida. Desde allí, desde un desvalimiento correlativo de la prematuración inicial, situación que se sostiene durante muchos años, un sujeto en ciernes en posición de hijo busca alojarse en las figuras adultas que le son próximas. En el encuentro afortunado y azaroso entre esa demanda urgente y las ganas -y la posibilidad- de querer responder amorosamente a ella reside, ni más ni menos, el misterio de la permanencia de la humanidad sobre la Tierra. Entiendo que constituye un salto injustificado pretender que esa respuesta materna necesaria, vital y amorosa sea instintiva.
Martín Alomo
Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).