Las olas de calor generan trastornos físicos y psicológicos como irritabilidad, ansiedad, insomnio y dificultades para la concentración. Qué son las islas de calor urbanas y cómo mitigarlas, según los expertos.
El calor extremo no sólo deja huellas físicas sino que también tiene consecuencias sobre la salud mental, afectando el estado de ánimo, el comportamiento y el rendimiento intelectual, y pudiendo llegar a límites críticos.
La Asociación Americana de Psicología (APA, American Psychological Association) advierte en un artículo publicado en su revista Monitor on Psychology, que las altas temperaturas persistentes agravan situaciones de ansiedad, irritabilidad, insomnio, dificultades para concentrarse, depresión e impulsividad, lo que puede terminar en episodios de violencia y suicidio.
El trabajo señala que las personas mayores de 65 años, aquellos que tienen problemas mentales subyacentes, y los niños y jóvenes, están particularmente en riesgo, en este último caso por el impacto potencial del calor en sus cerebros en desarrollo.
“La exposición a temperaturas elevadas produce irritabilidad y cambios en el humor, además de alteraciones de la salud en general”, dice la psiquiatra infanto juvenil Nora Leal Marchena, coordinadora del Grupo de Trabajo en Salud Mental y Urbana de APSA (Asociación de Psiquiatras Argentinos). Numerosos estudios muestran que las olas de calor aumentan la violencia y el consumo de alcohol y otras sustancias, e impactan negativamente sobre las personas que ya tienen alguna enfermedad psiquiátrica.
Datos de un informe estadounidense publicado por JAMA (Journal of American Medical Association) en 2022 indican un aumento del 8% en las llamadas y visitas a los servicios de salud mental en los días más calurosos del año respecto al promedio. Los problemas mentales reportados, exacerbados por el calor, incluyen abuso de sustancias, ansiedad, estrés, trastornos del sueño y esquizofrenia.
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El exceso de calor podría obstaculizar la toma de decisiones y provocar irritabilidad al interrumpir el sueño, causar malestar o, simplemente, aumentar la carga sobre el cerebro.
Un análisis de las pruebas educativas estandarizadas de 58 países publicado en Nature Human Behaviour indica que en los días con temperaturas elevadas hay una reducción del rendimiento escolar.
Este efecto es mayor en los distritos de bajos ingresos, presumiblemente porque los hogares y establecimientos en estas zonas tienen menos infraestructura y recursos para combatir el calor.
La vulnerabilidad social es un factor tan agravante de los problemas mentales como el termómetro. Quienes tienen empleos precarizados como los trabajadores rurales, de la construcción, vendedores ambulantes, quienes hacen delivery y las personas sin techo corren un mayor riesgo físico y mental durante las olas de calor, ya que tienen menos posibilidades de refugiarse del calor extremo.
Por esto, las políticas para mitigar el calor son clave, y van desde aquellas dirigidas a los individuos (como los anuncios de alerta naranja por temperaturas extremas y consejos para evitar los golpes de calor), hasta aquellas acciones enfocadas en mejorar la infraestructura de las ciudades para que sean más resilientes al clima, como ampliar las zonas azules (acceso a ríos, lagos y lagunas ya sean naturales como artificiales) y las zonas verdes (parques, plazas y arbolado urbano).
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Cuando hablamos de calor extremo no es sólo una temperatura elevada, sino también persistente. “El cambio climático ha exacerbado un fenómeno conocido como “isla de calor urbana”, provocado por el asfalto y las construcciones de cemento, hormigón, hierro y vidrio que atrapan el calor durante el día y lo liberan de noche, por lo cual la temperatura no desciende y no permite un buen descanso”, advierte el médico sanitarista y activista climático Carlos Ferreyra.
“Esto convierte a las ciudades en verdaderas trampas de calor por falta de acceso a espacios azules (ríos, lagos, fuentes de agua) y verdes como parques, plazas y árboles en las veredas”, describe Ferreyra, fundador de la Alianza Clima, Vida y Salud Internacional.
Hoy las ciudades deben contar como estrategia con centros de enfriamiento que son lugares de descanso, idealmente espacios al aire libre con puntos de hidratación, o espacios cerrados con refrigeración y sombra.
“Tenemos que prepararnos como trabajadores, estudiantes y en nuestras viviendas, conociendo la temperatura del lugar donde vivimos y acondicionarlo con criterios de ventilación y aislación térmica, y buscar los lugares más frescos para dormir o trabajar”, recomienda el especialista.
Los ventiladores, luego de los 34 grados, tiran aire caliente y esto produce deshidratación. Un truco sencillo es colocar cortinas mojadas en las ventanas, que al recibir el aire del ventilador generan un enfriamiento por un mecanismo similar al de la transpiración.
También es importante colocar plantas en los patios y balcones. Vivir cerca de una plaza (a menos de tres cuadras), de un río o lago, también es un factor de refrigeración importante,
“El Estado y las empresas deben y pueden implementar acciones para enfrentar y ser resilientes frente al cambio climático, pero también cada uno de nosotros”, afirma Leal Marchena. “Frente a esta sensación de indefensión, de sentir que no se puede hacer nada, existen acciones posibles: se puede dejar de comprar cosas que no se necesitan; cuidar la luz, el agua; hablar del tema con los amigos, los familiares, los conocidos. Generar cambios, enseñar, hacer”, propone.
Cada ola de calor en función del número de días, afecta nuestra calidad de vida y produce mayores tasas de mortalidad. Es hora de actuar en consecuencia.
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