En 1982, la princesa y el tenista argentino vivieron una intensa historia de amor marcada por los flashes de los paparazzi, la desaprobación de Grace Kelly y una tragedia que sellaría su final.
Una de las primeras fotos difundidas de Guillermo Vilas y Carolina de Mónaco. Foto: Pinterest.
En la primavera de 1982, Montecarlo era un escenario perfecto para que el destino uniera a dos figuras de mundos distintos: el del deporte y la realeza. Él, Guillermo Vilas, ya era un ícono del tenis internacional, famoso no solo por su talento con la raqueta, sino también por su carisma.
Ella, Carolina de Mónaco, era una princesa recién divorciada y aún a la sombra de su madre, Grace Kelly. Nadie imaginaba entonces que lo que comenzaba con un trofeo entregado tras un triunfo en el polvo de ladrillo, terminaría marcado por la tragedia y el peso de un linaje implacable.
Una de las primeras fotos difundidas de Guillermo Vilas y Carolina de Mónaco. Foto: Pinterest.
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Todo comenzó el 11 de abril de 1982. Vilas acababa de derrotar al checo Ivan Lendl y celebraba su victoria en el torneo de Montecarlo. Entre las autoridades presentes, una figura destacaba con su porte de Hollywood y su elegancia monárquica: Grace Kelly.
La actriz convertida en princesa le entregó el trofeo, pero fue su hija Carolina quien captó la atención del tenista. El encuentro fue breve, casual, pero suficiente para encender una chispa.
Carolina, en aquel momento, transitaba los primeros años de su madurez. Había dejado atrás un matrimonio fallido con Philippe Junot y, a sus 25 años, buscaba un nuevo rumbo. Vilas, por su parte, vivía entre hoteles y pistas de tenis, pero tenía en la ciudad de París su refugio.
Guillermo Vilas y Carolina de Mónaco. Foto: Pinterest.
Desde su departamento en la Rue Foch, Vilas escribió una carta de despedida a su pareja de entonces, la argentina Gloria Blondeau. La caja de bombones que la acompañó fue el gesto final antes de lanzarse al escándalo que implicaba salir con una princesa.
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Su primera cita con Carolina fue apenas dos días después de aquella primera vista. Se encontraron en el restaurante chino Le Mois, y más tarde, ella lo invitó al apartamento familiar de los Grimaldi.
Luego de esa noche, al amanecer, un grupo de paparazzi los esperaba en la puerta. Las cámaras no mentían: ahí estaba el romance del momento, a punto de estallar en los titulares de Europa y América Latina por igual.
Mientras Vilas continuaba con su calendario profesional, ambos sabían que era cuestión de tiempo hasta que su historia se hiciera pública. Y lo fue, de la manera más ruidosa: en junio, durante unas vacaciones en Hawái, fueron captados por el fotógrafo Pascal Rostain.
La portada de "Paris Match" que confirmaba el noviazgo de Guillermo Vilas y Carolina de Mónaco. Foto: Pinterest.
Las imágenes fueron publicadas por Paris Match, desatando la furia del principado. Grace Kelly, según fuentes cercanas, no aprobaba la relación. No por la fama del argentino, sino por su carácter poco "apropiado" para alguien destinado a continuar la tradición monárquica.
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Sin embargo, no fueron ni las cámaras ni las presiones familiares las que rompieron el romance. El 13 de septiembre de ese mismo año, el auto que manejaba Grace Kelly junto a su hija menor se precipitó por una ladera. Carolina, testigo del accidente, salió ilesa, pero su madre no corrió con la misma suerte. Grace falleció al día siguiente, y con ella, terminó una etapa de la vida de su hija.
La princesa de Mónaco y madre de Carolina, Grace Kelly, sufrió un accidente automovilístico fatal el 13 de septiembre de 1982. Foto: Archivo.
La princesa debió asumir un rol institucional que no buscaba, convirtiéndose en la primera dama de Mónaco. Una semana después del accidente, se encontró por última vez con Vilas. No hubo reproches ni cartas públicas. Solo un silencio que hablaba por sí mismo: el amor, en esta ocasión, tenía que ceder ante el deber.
En la actualidad, más de cuatro décadas después, la historia entre Carolina y Vilas quedó enterrada en el pasado. El tenista argentino, en la actualidad, lucha contra una enfermedad neurológica degenerativa. Aquel amor, tan intenso como doloroso, duró apenas cinco meses, pero se mantiene en el recuerdo público.
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