Entre el Mar Negro y el Mediterráneo, Turquía convierte la geografía en influencia. Con una diplomacia pragmática y presencia militar efectiva, se posiciona como el puente que Europa necesita, pero también como el reflejo de todo lo que ya no puede ser.
Recep Tayyip Erdogan. Foto: REUTERS.
"La seguridad de Europa es impensable sin Turquía", afirmó el presidente Recep Tayyip Erdoğan. Y puede que esta vez no se trate solo de retórica. En medio de una guerra prolongada en Ucrania, un Levante reconfigurado por el colapso del régimen sirio y una Unión Europea que busca redefinir su arquitectura defensiva sin depender exclusivamente de Estados Unidos, Turquía ha logrado instalarse como un actor indispensable.
Desde el acuerdo de 2016, por el cual Ankara recibió más de 9.000 millones de euros a cambio de contener la migración hacia Europa, hasta la reciente ofensiva diplomático-militar que facilitó la caída de Bashar al-Asad y el surgimiento de un gobierno de transición en Siria, Turquía ha convertido su vecindad en poder.
Festejos por la caída de Bashar Al Assad en Siria. Foto: Reuters.
Su vínculo con Rusia, lejos de diluirse por su pertenencia a la OTAN, se volvió una carta clave. Desde el inicio de la guerra en Ucrania, Ankara ha mantenido líneas abiertas con Moscú mientras proveía drones Bayraktar TB2, municiones y artillería a Kiev. Esta ambigüedad proactiva —que algunos denominan neutralidad estratégica— la posiciona como mediadora y garante, no solo como aliada. Por eso, en la Conferencia de Seguridad de Múnich 2025 y en los recientes foros euroatlánticos, surgió con fuerza la hipótesis de que Turquía podría integrar una futura fuerza multinacional para supervisar un eventual alto el fuego en Ucrania.
El prestigioso historiador Lawrence Freedman declaró a DW que la presencia de tropas turcas podría ser “más aceptable” para Moscú que un despliegue tradicional de la OTAN. En sintonía, el primer ministro polaco Donald Tusk presentó una propuesta para que Turquía “asuma la mayor corresponsabilidad posible” en la resolución del conflicto. Sin embargo, cada concesión a Ankara erosiona la cohesión al interior de la OTAN. El acuerdo migratorio de 2016 dividió a Europa entre pragmáticos (Alemania) y resistentes (Francia). Una fuerza de paz turca en Ucrania repetiría el esquema: ¿aceptará Polonia tropas de un país que compra armas a Rusia?
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Mientras Bruselas y Washington escalaban retóricamente contra Rusia en 2022, Turquía organizó en Antalya un foro diplomático clave. Allí, el canciller Mevlüt Çavuşoğlu reunió a sus pares ruso y ucraniano en el primer encuentro de alto nivel desde el inicio de la guerra. El mensaje fue claro: Ankara puede ser el puente donde Occidente solo ve trincheras.
Este movimiento no fue altruismo. Fue la puesta en escena de una estrategia que el presidente Erdogan ha perfeccionado: vender acceso geopolítico. Turquía no mediaba por idealismo, sino porque su posición intermedia —ni del todo OTAN, ni del todo aliada de Moscú— le otorgaba un monopolio sobre ciertos canales de diálogo. Como señaló el analista turco Şener Aktürk, "Antalya demostró que Europa necesita intermediarios para hablar con Rusia, y Turquía es el más creíble".
Pero la clave de su poder está también en la geografía. Turquía controla los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos, que conectan el Mar Negro con el Mediterráneo, convirtiéndolos en una de las rutas más sensibles para el comercio y la seguridad energética europea. A través de ellos transitan el gas, el grano y la influencia de actores clave del Mar Negro como Rusia, Ucrania, Rumania y Georgia. En virtud de la Convención de Montreux de 1936, Ankara puede restringir el paso de buques militares en tiempos de guerra, lo que le otorga un as bajo la manga en cualquier negociación de seguridad regional.
Mientras tanto, en el corazón del Levante, Israel intensifica su presencia militar en el sur de Siria, aprovechando el vacío de poder tras la caída de Al-Asad. Turquía, que respaldó a los rebeldes sirios, ve esta expansión con preocupación. Las tensiones entre Ankara y Tel Aviv han escalado tras el corte de relaciones comerciales en 2024, y ambos actores ahora compiten por la hegemonía regional en un espacio reconfigurado.
Todo esto ocurre mientras Europa atraviesa un momento de redefinición estratégica. Con Estados Unidos en repliegue relativo —y con su ausencia notoria en Antalya—, la UE enfrenta el dilema de construir una autonomía militar realista. En ese nuevo esquema, Turquía emerge como un socio incómodo pero imprescindible. Su ejército es el segundo más grande de la OTAN y su industria militar se proyecta como alternativa regional.
¿Puede Europa garantizar su seguridad sin Turquía? ¿Puede marginar al único actor que ha dialogado con todos sin rendirse a ninguno? ¿Puede Occidente seguir definiendo el centro del poder, cuando el eje de influencia ya se construye en otro lugar? Europa se mira en Turquía y ve el reflejo de lo que ya no puede ser.
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