El Ministerio de Salud recomendó, durante la pandemia, el sexting y el sexo virtual. Varones, mujeres y trans producen contenido erótico y lo comercializan en Web y redes.
Por Canal26
Domingo 19 de Abril de 2020 - 15:00
Sexo online.
Hay actualmente varias formas de placer que no implican encuentros físicos. Tampoco hay que movilizarse: el escenario cambia entre una habitación o el baño de un lavadero de autos. Se trata de un universo de fantasías sexuales que incluye webcams, videos (caseros o producidos), mensajes de texto, fotos y audios. De un lado, están los y las que generan el contenido erótico, y del otro, los usuarios. El artículo masculino es adrede: calculan que el 95% de la audiencia está copada por varones.
Claro que es un servicio que tiene un costo y se paga a través de links en plataformas virtuales, por transferencia bancaria, en bitcoins o por suscripción en sitios webs o en listas VIP de WhatsApp.
¿Es una forma de delito? Mientras quien se exhiba sea mayor de edad y autónomo, y quien consuma el contenido tenga más de 18 años, no. Es un terreno fértil para la explotación de personas, sí. Pero antes debe probarse que un tercero regentea a quienes generan el material erótico, aprovechándose de alguna situación de vulnerabilidad. O que se use de manera extorsiva, con amenaza.
Teniendo todo eso en cuenta, bienvenidos y bienvenidas a este mundo privado, donde excita que una mujer “pinche” globos con la cola o pise cáscaras de bananas.
Un mundo en el que el cliente puede pedir que al momento del orgasmo griten su nombre y lo manden en un audio. Un espacio virtual, under y popular, de tangas, suspensores y elementos de bondage, de cosplay y de foot fetish. Y que respeta el distanciamiento social, porque todo pasa por streaming, 4G y la red doméstica de wifi.
Fotos que se hacen a pedido, fetiches y espías:
Jesy Fux tiene 30 años, es webcam model y vende su propio contenido triple X. En su cuenta de Twitter (@jesyfux) ofrece consejos sexuales desde su experiencia personal. Arrancó hace más de un año y aunque Instagram le cerró doce cuentas, su crecimiento fue exponencial. El “debut” fue un poco por casualidad: le regalaron un vibrador importado, anatómico y de aspecto “amigable”. Lo contó en sus redes y por privado, le llegaron todo tipo de propuestas. Por ejemplo, ésta: “Pagaría por ver cómo lo usás”.
En ese piropo, Jesy vio una chance de cambio y subió una story en la que proponía una subasta. A quien ofreciera más dinero por el videíto, ella se lo enviaba. Al día siguiente, el remate cerró en 2 mil pesos. Ella ni salió de su casa. El cliente, menos.
Cambio de hábitos sexuales.
“Y a partir de ahí me sumé a dos sitios muy conocidos, Celeb TV y Onlyfans. Quienes quieran ver mis videos más fuertes, deben suscribirse. Es como un Netflix, pero porno. Ahí subo contenidos todos los días”, dice Jesy.
La entrevista se hace por videollamada y lo que se ve es a una mujer segurísima de sí y de su cuerpo, sin filtros para conversar y bastante precisa en los detalles. El entorno es de una casa común y corriente. Jesy se toma un té, se acomoda el pelo y los lentes.
Las plataformas virtuales de contenido para adultos se quedan con una comisión de entre el 15 y el 20%. El resto es para los y las modelos que postean el material. También se cobra por cada ida y vuelta de mensajes en el chat privado. Esos sitios suelen “incentivarlos”. Jesy, por ejemplo, ganó 200 dólares por haber quedado rankeada en el puesto 11.
No tiene un horario fijo de trabajo porque el deseo no sabe de tiempos. Además de las webs, ofrece servicios personalizados. Y ahí, parece, está la verdadera demanda. Videollamadas, sexting, videos personalizados y algo que se llama “zing”, que vendría ser “a
gusto”, es decir “a la carta”.
Dice ella: “Te escribís el nombre del cliente en las tetas o en el culo y le mandas un foto. Son nudes bien personalizadas. O te piden que dejes el celu por ahí y hagas las cosas de la casa. Les gusta mucho espiar. O les pregunto el fetiche. Hay gente que se conforma solo con que les muestres los pies”.
Las videollamadas suceden después de que ella reciba un comprobante de pago y se coordine “una cita” con quien contrate el servicio. En el día y a la hora acordada, se activan las cámaras frontales de los teléfonos.
“El que está del otro lado ni siquiera tiene que hablar. Basta con que me vea y escuche, es algo súper exprés. Igual, el feedback me encanta. Cuando el otro se excita, a mí me re calienta.”
La videollamada se cobra entre 1.500 y 2.700 pesos y dura unos diez minutos. “Pero en general, sobra tiempo”, dice Jesy y pregunto por qué. Su respuesta: “Porque llegan al orgasmo antes y quieren lavarse e irse… Ahí se corta”. Pregunto si hay alguna frase que funciona,
una que levante cualquier videollamada que se ponga difícil. Su respuesta: “Hay una que no falla jamás: ‘Dame la lechita’. Estudiadísimo”.
Segundo en el ranking de pedidos está el sexting, que consiste en el intercambio de mensajes, audios y fotos. El trato con el cliente es el que tendría una novia enamoradísima de su pareja. Hay que armar un cuento, con principio, nudo y final. La trama incluye preguntas como “Ah... ¿sos sumiso? Arrastrate y lameme las botas” o “¿Querés que te cuente cómo me gusta que me acaricien?”. El final, bueno... ya sabemos.
Espuma y suspensores:
En su cuenta de Instagram, Tattoo Boy (@tattooboyoficial) parece un Linterna Verde hecho de bodypainting y horas y horas de gimnasio. También es go go dancer, modelo extra sexy (de esos que podían hacer un publicidad de ropa interior), un adolescente que juega en la
ducha y un hombre que “bebotea”.
Hay muchos personajes en su personalidad. Pero ahora, en esta entrevista por videollamada, Tattoo es un chico dócil y dulce, sentado a lo indio sobre una cama. Detrás de él hay un estante con zapatos de charol y tacos finos como flechas. Le pido que haga un paneo: de la pared cuelgan elementos sadomasoquistas. Es una colección negra de paletas, fustas, cadenas, plumas, plástico y cuero.
“Es muy raro hacer una videollamada con la ropa puesta”, comenta. Está en la habitación donde produce gran parte de los contenidos que luego vende en forma de packs de fotos y videos. Tiene 23 y llegó desde Córdoba hace más de un año. Allí tenía un trabajo como mozo que descartó cuando se dio cuenta de que lo suyo era el erotismo.
Es uno de los modelos de Jadequeens, un sitio que nació en Argentina hace tres años. Pero más que una web, es una comunidad creada para fotógrafos y modelos “alternativos”: su atractivo está por fuera del estándar tradicional de belleza.
Regresemos al caso de Tattoo Boy y a su habitación fetish.
“Me gusta que el cliente esté feliz, así que hago lo que quiere y me preocupo mucho por la calidad del contenido. Me fijo cuál es el mejor lugar para fijar la cámara, me maquillo... Estoy atento a esos detalles”, dice.
Su personaje principal es de “adulto aniñado”. Mientras él se preocupa por lograr el mejor clima posible, el pedido de los clientes es bastante básico y generalmente, el mismo: que muestre, mueva o se toque la cola. Para eso, poca ropa. Suspensores y nada más.
Pregunto qué le solicitan las mujeres, un porcentaje minímo del público, pero que existe. Su respuesta: “Ahí ya no hay tanta exhibición, es algo más soft, jugar un poco con la cámara y mostrar cierta parte del cuerpo, acariciarte, jugar en una bañadera... Me siento más
cómodo, resalta lo sensual más que lo explícito”.
También es posible encontrarlo en Cam4, otro sitio de contenido explícito, más obvio y (mucho) menos artístico que Jadequeens. “Te piden que la webcam sea natural. Es mejor porque no tengo que estar con el celular en la mano y puedo hacer otras cosas mientras tanto. Es importante que el cliente sepa que estás ahí, para él, que haya interacción”, aclara Tattoo.
Pregunto si alguna vez la virtualidad le jugó una mala pasada: al final nadie está exento del maltrato, más allá de la distancia. Responde: “A veces se ponen agresivos. No me gusta que me hablen mal. No soy un juguetito, soy una persona y esto que hago es mi trabajo”.
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