Se trata de los años más importantes del ser humano y que terminará marcando su personalidad. Muchas de las decisiones y actitudes de los hombres que se pusieron al hombro la Argentina tienen su origen aquí.
Hablar de la infancia de las personas es hablar, en general, de su etapa más feliz y en la cual se formó como ser humano. Lo cierto es que todo lo que pasó en esos años tiene, inevitablemente, su consecuencia en la adultez. Los próceres argentinos no fueron inmunes a esto y sus primeros años los marcaron para explicar decisiones que terminaron afectando un país.
Castigos físicos, huérfanos desde temprana edad y ausencias son algunas de las características que definen los primeros años de estas figuras históricas que ayudaron, con buenas y malas decisiones, a entender por qué Argentina hoy es lo que es. En sus primeros años están las respuestas.
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José de San Martín nació en Yapeyú, Corrientes, en febrero de 1778. Pero allí solo pasó tres años, luego se trasladó a Buenos Aires con la expectativa de que su padre Juan tenga una mejor oferta laboral. No fue así y decidieron emprender su vuelta a España de donde sus progenitores eran oriundos. Primero en Cádiz y luego en Málaga, lo cierto es que su infancia fue 100% española.
Él y sus hermanos siguieron la carrera militar que lo traería a sus 34 años devuelta a la tierra que lo vio nacer y en la cual emprendería el plan emancipador de la colonia que le enseñó todo lo que sabe.
Manuel Belgrano por su parte nació en junio de 1770 y pasó su infancia en San Telmo. Su padre logró amasar una gran fortuna gracias al comercio. Fue el octavo de quince hijos que crecieron muy arraigados a la figura de Dios ya que vivían muy cerca del Convento Santo Domingo. La presencia religiosa en su vida sería clave durante todos sus años al mando del Ejército del Norte.
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Bernardino Rivadavia, conocido popularmente por ser el primer presidente, perdió a su madre al cumplir seis años. Su padre volvió a casarse, por lo cual tuvo una madrastra que lo convirtió en su favorito. Mariquita Sánchez de Thompson dejó registro de cómo era la infancia a principios del siglo XIX: "Cuando los mandaban a la escuela, daban orden de tratarlos con rigor, más que con dulzura. Incluso, en cierta escuela les daban azotes todo el día. El refrán era: 'La letra entra con sangre'. Se le daba la lección: ¿no la sabía? Seis azotes y estudiar; no la sabía: doce azotes, él la ha de saber".
Quien pasó una infancia olvidable fue el cordobés José María Paz y como la mayoría asistió a un internado, el Nuestra Señora de Loreto. Para él significó la etapa más oscura ya que padeció una "la persecución gratuita, injusta y tenaz de un clérigo Marín, superior del colegio y, por consiguiente, mío; no sé por qué este hombre corrompido y brutal concibió contra mí un odio tan extenso que no lo puedo explicar sino como una profunda aberración del espíritu humano". Para su suerte pudo salir de ahí, pero las consecuencias fueron inevitables: no quiso volver a otro colegio y directamente ingresó a la universidad de la zona.
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De Juan Manuel de Rosas se han escrito innumerables cosas, algunas alcanzaron casi el nivel de ficción y otras fueron exageradas. Nació en marzo de 1793 en Buenos Aires, su vida estuvo desde pequeño arraigada al campo. Pero uno de los episodios de su infancia que aún hoy resulta confuso es su rol en las Invasiones Inglesas que cuando ocurrieron, él tenía entre 13 y 14 años. Solo se sabe que se incorporó al escuadrón de los Migueletes, pero no fue parte de la Reconquista como él supo afirmar.
De sus primeros años también hay registros de que no era para nada un niño obediente e incluso hablan de que torturaba a animales. Francisco Ramos Mejía relató: "Sus juegos en esta edad de la vida en que ni el más leve sentimiento inhumano agita el alma adolescente consistían en quitarle la piel a un perro vivo y hacerle morir lentamente, sumergir en un barril de alquitrán a un gato y prenderle fuego, o arrancar los ojos a las aves y reír de satisfacción al verlas estrellarse contra los muros de su casa".
Su mamá, Doña Agustina, se dio cuenta a temprana edad que su hijo iba a necesitar castigos más severos como el encierro; pero de poco sirvió. Su vida, ya adulta, también se relaciona con otro personaje como fue Bartolomé Mitre: de chico fue un peón en la quinta de Gervasio Rosas, hermano del Restaurador, pero su poco interés en el campo hizo que Gervasio lo devolviera con una nota que afirmaba que "es un caballerito que no sirve para nada".
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Alberdi nació en 1810, básicamente dio sus primeros pasos a la par que este país. A los siete meses de edad perdió a su madre por complicaciones en el parto y sobre ella afirmó "mi nacimiento fue mi primera desgracia". En sus primeros años pudo conocer a Belgrano, amigo de su padre con quien compartió largas tardes cuando se encontraba en tierra tucumana.
Su enemigo literario, Sarmiento, creció casi en simultáneo en una provincia cercana como es San Juan. El Padre del aula nació en febrero de 1811, en su humilde casa aprendió a leer a los cuatro años. Pero lo más sorprendente de su primera etapa fue lo que él mismo contó: tenía visiones cuando dormía. Sobre esto, dijo: "Un momento después y cuando empezaba a adormecerme, salían de todos los rincones bultos sin forma, de vara y media de alto, como los postes y los palitroques de los juegos de bolos. Eran seres animados, pero sin fisonomías discernibles, y empezaban una danza, un dar vueltas en el interior de la pieza. No me hacían mal ninguno, ni venían hacia mi cama. Yo estaba en lo oscuro, mirándolos aterrado, sin atreverme a gritar de miedo que se irritasen y me hiciesen mal, me comiesen ¿quién sabe? Y esto ha durado años".
Quizá en alguno de sus sueños tuvo algún tipo de profecía sobre el futuro próspero que le esperaría.
Por Yasmin Ali
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