Hace 200 años esta celebración era uno de los acontecimientos más esperados por la población. Pero dos eventos, en diferentes épocas, marcaron su destino. El uso político y los excesos imparables.
El carnaval, “Ahora” con el corso y “Antes” con el juego del agua. Foto: El Mosquito
Este lunes 3 y martes 4 de marzo es feriado en todo el país con motivo de los festejos de Carnaval, un evento que en los últimos años volvió a hacerse popular con diferentes actividades para todas las edades. Lo cierto es que hace 200 años esta celebración era todo un acontecimiento para Buenos Aires.
Pero a lo largo de su historia hubieron dos hechos que no pasaron desapercibido: por un lado la vez que el gobernador Juan Manuel de Rosas decidió suspender cualquier práctica referida a este evento y cuando, décadas después, el carnaval fue usado para tapar la imparable epidemia que azotó a la ciudad.
Preparativos para el carnaval. Buenos Aires, 1900. Foto: AGN
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El 22 de febrero de 1844 El Restaurador sorprendió al decretar la prohibición del carnaval, costumbre que se había arraigado desde la llegada de los españoles. ¿El motivo? sucede que los festejos siempre terminaban mal, un problema que venía de los tiempos de los virreyes. Uno de ellos, Vértiz, fue el que dispuso que los bailes se realizasen en lugares cerrados, y no en las calles, ya que molestaban a los vecinos de bien.
Aún así eran inevitables las roturas de muebles, robos, violaciones y crímenes. Vecinos respetables junto a un cura se quejó al rey Carlos III, quien prohibió el carnaval en los dominios en América aunque se las ingeniaron para que continúen. Años después, ya en la época rosista, se popularizó el uso del agua con gente arrojando harina y huevos vaciados que se llenaban con el líquido que se tuviera a mano.
Rosas, en una de las visitas que solía hacer al barrio del Tambor
Para los diarios era una costumbre inaceptable donde la gente de bien se veía mezclada con pobres. Rosas lo veía con simpatía, pero como las quejas no terminaban, se emitió un decreto n 1836 que establecía que los festejos debían empezar a las 14:00, con 3 disparos de cañón hechos desde el fuerte y finalizaban a las 18:00, con otros 3 cañonazos. La medida no logró nada porque a la harina, el agua y líquidos de sospechosa procedencia, se sumaban las piedras que tiraban de los balcones.
El último día los vecinos hacían un muñeco, generalmente de paja, al que colgaban y luego quemaban. Los rosistas más fanáticos lo vestían como si fuera un unitario. Aquí se despertó el temor de Rosas que cualquier opositor asistiera a los festejos provocando disturbios. De esta manera el 22 de febrero de 1844 lo prohibió por decreto, aunque muchos no le hicieron caso. Oficialmente volvió a festejarse en 1854 cuando Don Juan Manuel estaba exiliado en Inglaterra.
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Entre enero y mayo de 1871, Buenos Aires fue arrasada por la epidemia de fiebre amarilla. El saldo fue demoledor: se calcula que murieron 14.000 porteños, un 8% de la población de ese entonces, pero además dejó consecuencias a nivel económico, social y cultural que cambiarían a la ciudad para siempre.
Oficialmente se dio como fecha de inicio de la epidemia el 27 de enero de 1871, ese día el Consejo de Higiene Pública de San Telmo confirmó tres casos en dos manzanas de dicho barrio donde funcionaban conventillos. Mientras tanto las autoridades escondían la presencia del brote de fiebre amarilla, comenzaba el carnaval: el diario La República anunciaba que "en Maipú 27 se encuentra el mayor surtido en decoración de balcones”.
Hospital atendiendo a enfermos de fiebre amarilla
Uno de los primeros errores de las autoridades fue ignorar la suba de casos, la Municipalidad incluso siguió con los preparativos del carnaval que terminaría siendo el puntapié para desencadenar una trágica propagación. Incluso Manuel Bilbao, director del mencionado diario, negaba por ese entonces que se trataran de casos de fiebre amarilla; pero la situación para marzo ya era insostenible con 150 a 200 muertos diarios en una ciudad que tenía 180.000 habitantes.
Si bien las cifras oficiales y más fidedignas difieren, se estiman que murieron entre 13.600 y 14.000 porteños, la mayor parte vivía en San Telmo y Monserrat y el 75% eran inmigrantes.
Por Yasmin Ali
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