Las tres grandes potencias se han embarcado en una puja que, hace años, era difícil de imaginar. No se trata de una batalla armamentística, ni tampoco por la conquista espacial. El campo de batalla es ahora el escenario planteado por conseguir la vacuna que salve a gran parte de la población mundial.
Por Canal26
Martes 1 de Diciembre de 2020 - 15:29
Vladimir Putin, Xi Jinping y Donald Trump, por la supremacía mundial. Fotos: Reuters.
Por Marcelo García.
Durante el año 2020 el mundo estuvo "más unido que nunca", pero no por decisión propia, ni mucho menos de los diferentes gobiernos; sino por el denominador común de la mortal pandemia de coronavirus, que lo ha paralizado literalmente. Detrás de esa involuntaria unidad, esa misma que atravesó de lado a lado a todo el planeta causando millones de infectados y muertos, se esconde una nueva forma de enfrentamiento y puja por la dominación total. Es, vale decirlo, una nueva clase de conflicto, casi como si se tratara de la "Tercera Guerra Mundial".
Y los principales actores en este complejo escenario, no son uno más. China, Rusia y Estados Unidos, se han embarcado en una inesperada carrera que no es armamentística, ni tampoco espacial: van detrás del descubrimiento de una vacuna que se transforme en la salvación definitiva. Un milagro que todo el mundo, luego, les debería agradecer.
Con ese marco, deben moverse con la mayor premura; pero al mismo tiempo, con absoluta responsabilidad. Después de todo, la vida de millones de seres humanos depende de los buenos resultados que surjan de las febriles investigaciones de los diferentes laboratorios que enarbolan sus respectivas banderas. Los líderes de esas grandes potencias se han comportado tal como se esperaba de ellos. Trataron, de un modo u otro, de sacar el mayor rédito posible y llevar la mayor cantidad de agua para su molino. Nadie aguardaba otra cosa. Ventajas y más ventajas en la supremacía mundial, eso es lo que demostraron priorizar.
Las promesas de cada uno, tampoco se hicieron esperar. Mientras el líder chino, Xi Jinping, decretó de facto que su inmensa nación ya no estaba afectada por el letal virus del Covid-19; su par ruso, Vladimir Putin, usó a su propia hija como "rata de laboratorio" para hacerle aplicar la vacuna rusa Sputnik V; en tanto que un desesperado Donald Trump -antes de perder las elecciones presidenciales en los Estados Unidos- proclamaba a los cuatro vientos que su país daría con la cura antes de que él deje la Casa Blanca.
Vale decir que la Administración de Trump necesita un golpe de efecto que minimice su estrepitosa salida del Gobierno a manos de su rival, el demócrata Joe Biden, y en consecuencia si tiene que "apurar los trámites" para conseguir la tan ansiada vacuna, lo hará.
Sin ir más lejos, se ha activado oportunamente una operación -casi secreta y con tintes de una movida bélica militar- que bajo el nombre de "Warp Speed" (velocidad de la deformación) tiene como único objetivo acelerar la llegada del remedio a semejante enfermedad. La gente no importa. Importa el impacto propagandístico que lo pueda (aunque sea mínimamente) beneficiar.
Pruebas de la vacuna estadounidense de Pfizer. Foto: Pfizer.
En los Estados Unidos, la farmacéutica Pfizer -junto a su socia alemana BioNTech- van y vienen de reuniones tras las que solicitan desesperadamente la autorización para dar inicio a la etapa de pruebas lo antes posible. Claro que la desconfianza contra los líderes mundiales y las más importantes empresas, ya es imposible de ocultar. Pese a que Trump planea salir de la Casa Blanca con una corona de laureles sobre su cabeza, solo el 5 % de los ciudadanos estadounidenses está dispuesto a que se les administre la vacuna, según una encuesta publicada por Gallup. Así, el arriesgado e irresponsable plan para una vacunación "en rebaño" , está claramente en peligro. Y todo pese a que la propia Pfizer sostiene que su producto demostró (en laboratorio) hasta un 95 % de eficacia en pruebas clínicas preliminares, sin mostrar mayores problemas de seguridad.
De todos modos, Estados Unidos tiene otro as en la manga con otra candidata que también demostró la efectividad de su vacuna, la de la farmacéutica Moderna. El esfuerzo para distribuir vacunas en el país de 330 millones de habitantes se produce en momentos en que el presidente Donald Trump sigue bloqueando y dinamitando desde adentro la transición normal de Gobierno antes de la toma de posesión del mandatario electo Joe Biden, el 20 de enero.
El caso de Rusia no es muy diferente. El apuro es lo que marca el pulso de las investigaciones. La vacuna Sputnik V mostró una eficacia de más del 95% luego de la aplicación de la primera dosis, según informaron oportunamente el Centro Gamaleya y el Fondo de Inversiones Directas de Rusia (FIDR), en un segundo análisis preliminar sobre la fórmula. Pero por supuesto que estas investigaciones no escapan tampoco al efecto devastador, no ya de la enfermedad en sí misma, sino del mismísimo gobierno de Putin. La administración gubernamental rusa se empeña en lanzar noticias alentadoras y comunicar sobre plazos que se van cumpliendo sin que nadie lo pueda comprobar. En medio, una vez más, la ilusión y la extrema necesidad de la gente, esa misma gente que sigue muriendo sin parar.
Vacuna rusa contra el Covid-19. Foto: Reuters.
Según datos presentados por los rusos, la eficacia de la vacuna tras 28 días de haberse aplicado es del 91,4%, cifra determinada en base a 18 mil voluntarios entre los cuales se detectó 39 casos. En este sentido, tampoco falta el anuncio alentador elevado al cuadrado: según lños rusos, no se han detectado efectos adversos inesperados entre los voluntarios. Sin embargo hay un escollo que los rusos -en esta carrera alocada "por el bien de la humanidad"- no logran superar: la cifra de positivos en el estudio usada para calcular la eficacia es más baja que la presentada por sus competidores: Moderna publicó sus cifras preliminares con 95 infecciones (94,5%), Oxford/Astrazeneca con 130 (hasta 90%) y Pfizer con 170 (95%). Seguramente encontrarán el modo de arreglar esos números.
Y por otro lado, el otro gran estado "beligerante": China. En este caso, se sabe, los complejos engranajes del aparato propagandístico y la mordaza están todavía más aceitados. Un dato que no hay que desestimar. Cerca de un millón de personas recibieron una vacuna experimental desarrollada por la farmacéutica china Sinopharm, como parte de un programa de uso de emergencia autorizado por Beijing. Por caso, no hay que andar con vueltas: el gobierno de Xi Jinping informó de manera estrictamente "oficial" que no hubo efectos adversos -graves- en los receptores de la vacuna china. Por si acaso, la firma Sinopharm llevó a cabo ensayos clínicos de fase 3 para la vacuna china en los que participaron casi 60.000 personas en 10 países. Entre ellos, Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Egipto, Jordania, Perú y Argentina.
China también va detrás de su vacuna. Foto: Reuters.
Queda claro que las pruebas masivas, se concretan en realidad, fuera de las fronteras de China; no sea caso de que la aplicación no resulte tan buena como se encargaron de anunciar.
Otro inconfesable secreto más: China dio autorización a empresas para vacunas de implementación urgente utilizando medicamentos experimentales durante muchos meses. Los verdaderos resultados, solo ellos -en el seno del Gobierno- los pueden manejar.
Los hechos demuestran que eso de nombrar esta carrera como una suerte de "Tercera Guerra Mundial", no es ni descabellado, ni mucho menos, exagerado. Hoy no hay otro objetivo para estas potencias mundiales: ganar esta batalla, implica en sí misma, una victoria en la contienda global.
Y, como siempre sucede en estos conflictos, no importa cuanta gente deba quedar tendida a lo largo del camino en pos del control mundial.
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