El gran evento político y militar que sacudió Buenos Aires tiene mitos y leyendas. El rol de los criollos y la cobarde fuga del virrey de Sobremonte.
La llamada "reconquista" de Buenos Aires.
La historia de cuando los ingleses intentaron invadir nuestro territorio está cargada de debates; opiniones de un lado, del otro, mitos y hasta afirmaciones que a más de uno lo dejarían con la boca abierta. De lo que no hay duda es que se lo podría considerar como el primer “gran evento político y militar” que sacudió al Virreinato del Río de la Plata en el siglo XIX y el primer acto rebelde de los criollos, que culminó en la Revolución de Mayo, cuatro años después.
Entre 1806 y 1807 el Imperio británico emprendió dos expediciones militares hacia nuestras tierras. Ambas terminaron en fracaso. Pero como en toda historia, en esta también hay personajes que jugaron un rol “destacable”, amores prohibidos o cuestionados y giros inesperados. Si bien se ha escrito y hablado mucho sobre este hecho, no todo condice con lo que verdaderamente sucedió. Hagamos un repaso.
Invasiones inglesas a Buenos Aires, pintado por Madrid Martínez.
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La primera expedición del Imperio británico al Río de La Plata llegó el 25 de junio de 1806 y desembarcó en Quilmes, con William Carr Beresford comandando las tropas. Al comienzo, los mismos ingleses se vieron sorprendidos por la adhesión que encontraron en los criollos, pero este ánimo duraría poco. El 12 de agosto del mismo año -46 días después-, los ingleses fueron derrotados por el ejército de milicias populares porteñas y pueblos cercanos al mando del francés Santiago de Liniers. Este hecho fue conocido como la Reconquista.
Casi un año después (a fines de junio de 1807), una nueva expedición británica tomó la decisión de volver hacia estos hemisferios y tomó Montevideo. Pero al intentar tomar la ciudad de Buenos Aires, se encontró nuevamente con el rechazo y la defensa: las tropas comandadas por John Whitelocke fueron derrotadas otra vez por las fuerzas al mando de Santiago de Liniers y Martín de Álzaga, compuestas de tropas regulares y de milicias urbanas que se había armado y organizado. El episodio pasó a la historia como la Defensa.
Rafael de Sobremonte.
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Cuando ocurrió la primera invasión, el marqués Rafael de Sobremonte era quien ejercía el cargo de virrey del Río de la Plata. El 25 de junio, justo el día en que las tropas inglesas comandadas por Beresford desembarcaron en Buenos Aires, Sobremonte decidió ir al teatro a ver una función de gala sabiendo de la presencia de buques británicos. Los trascendidos aclaran que esto fue para “enviar un mensaje de tranquilidad", pero en realidad sucedió todo lo contrario: en pleno segundo acto de la obra le acercaron un papel que advertía que las tropas ya estaban en el territorio. Su reacción no fue otra que huir junto a su familia. Sobremonte no estaba preparado para enfrentarse a una situación así: intentó dar algunas indicaciones, pero no se entendía. Así, la mayoría de los miembros de la tropa criolla decidió no hacerle caso y seguir a Martín de Álzaga y Liners.
Por la noche del 26 de junio, el virrey se fue con tropas de caballería con destino a Córdoba. Antes, despachó a Luján la fortuna de la Real Hacienda, del Consulado, de Correos y Tabacos, de los de la Real Compañía de Filipinas y 9 mil onzas de oro propias que terminaron en manos inglesas y llevadas a Londres.
Cuando ocurrió la segunda invasión, Sobremonte tuvo una actitud no muy diferente. Intentó impedir que las tropas dejen de avanzar en Montevideo, pero no tuvo suerte y un cabildo abierto organizado por Álzaga lo declaró depuesto y fue arrestado. Permaneció en Buenos Aires hasta 1809, cuando finalmente regresó a España para nunca más volver.
La Perichona.
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A esta altura ya tenemos un héroe indiscutido: Santiago de Liners. Su valeroso accionar impidió que la tropa británica se quedara por mucho tiempo en el territorio y como "premio" fue nombrado virrey en 1807 hasta 1809. Pero a medida que su figura pública crecía, le era imposible que no se hable de su vida privada, sus amores y pasiones.
Al poco de ser nombrado, Liniers comenzó un romance con Ana Périchon o “La Perichona” que terminó siendo un verdadero escándalo para la época: ella estaba casada, ya había pasado los 30 años y él era viudo de más de 50 años. Eso no fue todo, la Buenos Aires colonial veía cada vez con peores ojos a la Perichona en medio de rumores de que era una espía y contrabandista.
Liners terminó expulsándola a Río de Janeiro, aunque volvería para los tiempos de la Revolución de Mayo. Él en cambio fue arrestado y fusilado por versiones de que se había unido a un grupo que estaba en contra del "primer gobierno patrio".
La Perichona, quien se había casado con Thomas O'Gorman, vivió hasta 1847 y fue abuela de Camila O'Gorman, la joven que escandalizó a la Buenos Aires de Rosas por haberse enamorado de un cura y posteriormente fusilada por orden de El Restaurador.
Por Yasmin Ali
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