Aprender a lidiar con los problemas: qué hacer cuando el enojo, la culpa y el miedo nos superan

Comprender el mecanismo del aparato emocional permite gestionar de mejor modo las diferentes situaciones problemáticas que se nos presentan. La importancia de relativizar los problemas y mantener la calma.

Por Daniel Alberto Rosenberg

Viernes 9 de Agosto de 2024 - 12:09

La gran preocupación de las mujeres. Foto Unsplash. La gran preocupación de las mujeres. Foto Unsplash.

Cuando las cosas no salen como esperamos, cuando la situación se pone difícil solemos ponernos tensos, nerviosos, nos enojamos, sentimos miedo y culpa por no lograrlo. El desafío en esos momentos es relajarnos y confiar. “Ah, claro, ¡cómo relajarme en medio de todos los problemas que tengo!”, solemos pensar ante situaciones críticas. Sí, es más fácil relajarse cuando las cosas salen bien, pero ¿qué es primero? ¿el huevo o la gallina? Generalmente pensamos que primero se tienen que resolver las cosas para poder calmarnos, pero ¿quién nos hizo creer que la tranquilidad viene de afuera?

Meditación; yoga. Foto: Unsplash. Meditación; yoga. Foto: Unsplash.

Cuando empezamos a preocuparnos excesivamente entran en escena el miedo, la ansiedad, el enojo, la culpa y entonces nos preguntamos: “¿Y ahora quien podrá ayudarme?” ¡¡¡El chapulín colorado!!!! Parece broma, pero aquel entrañable personaje sí que era un héroe, porque no tenía superpoderes, era el antihéroe. Ese ser vulnerable nos representa bastante porque los héroes con superpoderes son de ficción, pero el verdadero héroe es el que trasciende sus propios miedos para lograr sus objetivos. 

Suicidio; ansiedad; depresión; tristeza. Foto: Unsplash.

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Relativizar el “problema” y bajarle el precio

Muchas veces etiquetamos diferentes situaciones como problemas cuando posiblemente se traten de contrariedades o situaciones posibles de resolver. Es más, ¿cuántas veces recordamos como anecdóticas aquellas situaciones que nos ofrecieron dificultades? "¿Te acordás quá mal que estuve cuando pasó aquello? Y finalmente no pasó nada, se resolvió". A quién no le resuenan estos comentarios post “catástrofe”.

A pesar de que la experiencia nos diga que las cosas se terminan resolviendo seguimos sufriendo de más cuando se nos presentan dificultades. A los “problemas” los crea nuestra mente con pensamientos “catastróficos” que se concatenan exponencialmente y nos picotean el cerebro cual pájaro carpintero: “Uy, ahora se me va a re complicar”, “¿Cómo hago para salir de esto?”, “¡Me van a matar!”, “No voy a poder” y otros pensamientos que en espiral nos empiezan a atormentar y a quitar el sueño (literalmente). Les otorgamos un nivel de gravedad aún cuando no tienen ese estatuto y naturalizamos el modo desesperación ante cualquier eventualidad que se presente. Los “problemas” suelen estar en la mente más que en las situaciones con las que nos complicamos más de la cuenta.

Uso de celular. Foto Unsplash.

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La culpa no es una buena compañera

En las situaciones donde nos sentimos presionados por la exigencia y no podemos resolver alguna cuestión, ya sea sencilla o compleja, nos bloqueamos deteniéndonos o procrastinando y entramos en un bucle de impotencia y culpa por no poder avanzar. El primer paso para intentar salir de ese atascamiento es el perdón. Perdón a uno mismo por no poder gestionar de mejor manera esa dificultad. Descomprimir despejando la culpa del camino y dejar de castigarnos genera un efecto de alivio, algo así como usar lubricante WB40 cuando nos sentimos trabados.

Preocupación, estrés. Foto: Unsplash Preocupación, estrés. Foto: Unsplash

Ballerina Farm. Foto: Instagram

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La desesperación es mala consejera

La ansiedad es la emoción arquetípica de nuestra época. Todo es para antes que ya. La mente va más rápido que el cuerpo y esto nos impide conectar con el presente. La ansiedad nos “lleva” siempre a otro lugar. El típico ejemplo: cuando nos sentamos nuestra mente ya está en otra parte antes de que el culo llegue a la silla, ¡totalmente disfuncional!

¿Cómo alinearnos para lograr nuestros objetivos y resolver desde las cuestiones cotidianas a las más complejas si nuestros pensamientos no paran de torturarnos? Los trastornos de ansiedad pueden llegar a extremos tales que afecten la vida cotidiana a través de preocuparse excesivamente por nimiedades, sentir temores, sudoración, entre otros síntomas. Aún sin llegar a esos extremos, cuando estamos tan acelerados tendemos a desesperarnos cuando las cosas no salen, y en lugar de arreglarlas, cada vez la embarramos más.

Si registramos que algo de todo esto nos sucede es tiempo de desacelerar, bajar un par de cambios, relajarnos y estar más presentes en lo que hacemos. Solo si cambiamos el modo ansiedad/desesperación por calma/confianza podremos resolver los problemas y, lo más importante, prevenirlos y evitarlos. No importa el método que utilicemos, yoga, deporte, meditación, psicoterapia, o con ayuda de medicación, lo importante es pedir y contar con ayuda en el desafío de “desintoxicarte” de tu “adicción emocional”, esa adrenalina química que produce en tu cuerpo la ansiedad.

Pelo, cabello, mujer. Foto Freepik.

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El enojo no motoriza sino que nos complica más

La frustración por no poder avanzar ante un “problema” produce muchas veces enojo. Proyectamos el enojo en el otro cuando en realidad nos sentimos impotentes. El enojo suele enmascarar a la angustia e inconscientemente preferimos apelar a la “fuerza” impulsiva de la ira (aunque no la expresemos en toda su dimensión) ya que ese impulso nos defiende de la supuesta vulnerabilidad de la angustia.

Ira, enojo. Foto: Unsplash Ira, enojo. Foto: Unsplash

Si hacemos el ejercicio de darle lugar a la angustia y llorar (si es que el llanto aparece) lograremos liberarnos de lo que verdaderamente nos sucede, ya que por más que sigamos enojándonos no resolveremos la dificultad ni aliviaremos esa tensión emocional que nos detiene en nuestro accionar.

También se corre el riesgo a volverse “adicto” no solo al enojo sino también a la queja, patear la pelota afuera y quejarnos de que las cosas no nos salen siempre por culpa del otro. El atajo que tomamos inconscientemente de desimplicarnos a través del enojo y la queja nos aleja de la posibilidad de resolver con fluidez nuestros problemas.

Risas, padres, hijos. Fuente: Pexels

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Reconfigurar la ecuación: resuelvo y me tranquilizo versus tranquilizarme para resolver

Es fundamental tranquilizarnos y confiar para resolver lo que haya que resolver. Confiar en algo superior, en el Universo, en Dios, en una fuerza superior, en algo que te va a ayudar y guiar. Y eso está en tu interior, en tu esencia, es ahí donde está la sabiduría, por fuera del miedo está la confianza y el amor. Detrás de la ansiedad, el enojo o la culpa está siempre agazapado el miedo, ya sea consciente o inconsciente es el que nos detiene, nos bloquea o nos desorienta. El GPS interno se regula cuando abrimos el corazón y conectamos con el amor: a lo que hacemos, al prójimo y básicamente el amor propio. 

Todo el tiempo nos confrontamos a una elección entre el miedo y el amor. Mientras el miedo paraliza el amor representa la confianza. Cuenta la fábula que “cuando el miedo golpea a la puerta la confianza abre y el miedo se va”. Conectar con el corazón nos abre la posibilidad de confiar en nosotros y en el Universo que también se ocupa de abrirnos las puertas que necesitemos para desplegar nuestra potencialidad. Solo se trata de estar receptivos a que las cosas sucedan. Cuando alineamos la mente con el corazón es cuando desarrollamos nuestra mejor versión para fluir en los objetivos que nos propongamos.

Ya lo decía el Maestro Oogway en la película de animación Kung Fu Panda: “Tu mente es como esta agua, amigo mío, cuando está agitada se vuelve difícil ver, pero si dejas que se calme la respuesta se vuelve clara”.

Conflicto, pelea, discusión. Foto: Unsplash.

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Cuando el amor es más fuerte.

La fuerza del amor es invencible, siempre es más fuerte que el miedo. La cultura en la que nos formamos siempre le atribuyó más poder a lo que atemoriza. Ya desde pequeños nos decían “portate bien que sino viene el hombre de la bolsa y te lleva”, o nos cantaban: “Duérmete niño, duérmete ya, que viene el cuco y te comerá”.

Corazón roto; desamor. Foto: Unsplash Corazón roto; desamor. Foto: Unsplash

La Matrix, el sistema en el que vivimos, tiende a controlarnos a través del miedo que adormece las ilusiones, la autonomía y la felicidad. El amor tiene que ver con asumir la perfección de nuestro ser, nuestra esencia que es pura abundancia. Somos esencialmente seres abundantes que en el devenir de la vida nos hemos olvidado, nos hemos separado de nuestra matriz. El camino a desandar es salir de la Matrix para recordar quienes realmente somos, ese ser maravilloso, perfecto tal como lo fuimos en el origen.

Amistades tóxicas. Fuente: Unsplash.

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La salida es hacia adentro

Probá de perdonarte por no estar pudiendo, no recriminarte, no autocastigarte y darte la oportunidad de confiar, de pedir ayuda, de reconectar con lo mejor de vos. Dejá de sentir que no podés y a partir de hoy empezá a pensar, a decir y creer que sí podés, que vas a poder. Visualizalo como posible, creelo porque así lo vas creando. No te recrimines más por los errores del pasado y a partir de hoy dejá las equivocaciones atrás, pensá que lo peor ya pasó y enfocate en lo mejor que te puede pasar. Date un voto de confianza y cambiá el chip.

Como dice Oprah Winfrey: “No hay tal cosa como el fracaso. Los errores suceden en tu vida para enfocar con mayor claridad quién eres realmente”.

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