Formaron el matrimonio más temido y admirado durante la guerra por la independencia, enamorados de la causa revolucionaria con la misma pasión que uno del otro su final terminó en tragedia.
Esta no es una historia con final feliz, lejos está de serlo. Es una historia real en tiempos de guerra por la independencia en territorio sudamericano que atravesaría el tiempo. Juana Azurduy y Manuel Padilla fueron más que dos personajes claves de aquellos tiempos de batallas, sables y sangres. Se amaron y también amaron la misma causa que los llevó a su fin.
Las guerras, cualquiera sea, arrasan más que con una vida humana: sueños, el futuro y la eterna pregunta del "qué hubiese sido si...". Lo que pasó en Sudamérica no fue la excepción. Aquellos héroes y antagonistas que vemos en los libros de historia debieron renunciar a algo físico como espiritual por una causa a la que consideraban justa y, ante todo, propia. Nuestros protagonistas de la nota, fueron dos de aquella trágica lista.
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Juana nació el 12 de julio de 1780 en Chuquisaca Alto Perú, hoy Bolivia. Huérfana de pequeña fue enviada a un monasterio donde las monjas poco pudieron hacer para "enderezarla" y regresó a lo de sus tíos quienes solían frecuentar a la familia de Manuel Padilla. El chispazo fue instantáneo y se casaron en 1802. Se enamoraron uno del otro y también de la causa revolucionaria.
El matrimonio fue parte de la revolución de Chuquisca, el 25 de mayo de 1809 y conocido como el primer estallido revolucionario contra la Real Audiencia de Charcas que terminó en represión. Su participación les valdría pasar a la lista de "más buscados" de los españoles.
Su postura ante la guerra fue clara desde el inicio, incluso les dieron resguardo a Juan José Castelli y Antonio González Balcarce antes del desastre de Huaqui que terminó dando por perdido al Alto Perú. Cuando los realistas recuperaron el terrero, lo primero que hicieron fue confiscarle la propiedad a la pareja y obligándolos a ocultarse.
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Los españoles lograron apresar a Padilla, pero seguían subestimando a Juana que reunió a más de 300 indígenas para entrar a Chuquisaca con el objetivo de liberarlo. Simulando ser lugareños, tomaron el Cabildo por la noche y así burlar a los guardias para que Don Manuel se reúna con su esposa. Esa sería la última vez que Azurduy lograra burlar la muerte para salvarlo.
Juana nunca fue "la mujer de...", asombraba a todos los hombres del ejército que, agotados, doloridos y asombrados veían cómo una la mujer se desvivía por sus dos pasiones: ver a su tierra libre y Manuel Padilla. Su liderazgo fue clave para juntar soldados para la causa.
El mismo Manuel Belgrano quedó perplejo al ver a la mujer en acción cuando le quitó la bandera a un coronel español que buscaba animar a la tropa. Este hecho terminó con la retirada de los realistas y en el parte a Buenos Aires, Belgrano manifestó:
“El diseño de la bandera que la amazona doña Juana Azurduy tomó en el Cerro de la Plata, como a once leguas al oeste de Chuquisaca. El comandante Padilla calla que esta gloria pertenece a la nombrada, su esposa, por moderación; pero por conductos fidedignos, me consta que ella misma arrancó de las manos del abanderado este signo de tiranía a esfuerzos de su valor y de sus conocimientos de milicia”.
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Los españoles se la tenían jurada al matrimonio, la obsesión por capturarlos se volvió más importante que cualquier victoria con su ejército. En la batalla de la Laguna comenzó el final, entre el 13 y el 14 de septiembre de 1816.
Juana fue herida de bala y no tuvo otra opción que abandonar el campo cuando su esposo recibió dos disparos y era degollado en su lecho de muerte. El dolor de la herida debió pasar a sentirla como un simple rasguño al recibir noticia del asesinato de su esposo y compañero de batalla.
Con las pocas fuerzas que le quedaban reunió a un grupo que la ayudó a rescatar la cabeza de Padilla, clavada en una pica y exhibida como "trofeo". Desde allí su vida no encontró rumbo, Martín Miguel de Güemes la sumó a sus tropas, pero al morir en 1821 quedó nuevamente a la deriva.
El matrimonio tuvo cinco hijos, pero solo una logró llegar a edad adulta. En 1825 volvió a Chuquisaca donde se encontró con el peor de los castigos: el olvido. Casi nadie sabía quién era y no pudo recuperar sus bienes, limitándose a pasar sus últimos años en una pequeña pieza.
Juana murió el 25 de mayo de 1862, aferrada a los recuerdos del pasado y al fantasma de su amado Manuel a quien no pudo salvar dos veces. Su historia de amor, trágica como la vida misma, atravesó décadas y sigue vigente. Tal vez Romeo y Julieta sí existieron.
Por Yasmin Ali
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