Marco Manuel Avellaneda fue brutalmente asesinado a la temprano edad de 28 años. El detrás de escena de un crimen que conmocionó el norte argentino.
Nicolás Avellaneda estaba cumpliendo 4 años, era el 3 de octubre de 1841 y todavía estaba lejos de imaginarse que se convertiría 33 años después en Presidente de la Nación Argentina. Apenas era un nene, pero ese cumpleaños no lo olvidaría más, causándole un dolor con el que debió cargar toda su vida: ese mismo día era asesinado el gobernador de Tucumán, su padre.
Su progenitor, Marco Manuel Avellaneda, había sido nombrado gobernador a los 28 años unos meses antes, el 23 de mayo. En plena guerra civil, Avellaneda padre le declaró "la guerra" al gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, que no tardó en tomar una sangrienta represalia.
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Cuando Juan Lavalle cayó en el norte, también lo hicieron varios líderes de la zona que lo apoyaban. Entre ellos estaba Marco que había tomado la decisión de escapar a Bolivia tras el fracaso de Famaillá.
Primero se dirigió a San Javier, pasó por Raco, y siguió su marcha hacia el norte para llegar a Jujuy. Pero al hacer un alto en la Estancia “La Alemania”, en Salta, fue traicionado y tomado prisionero por Gregorio Sandoval, jefe de la escolta de Lavalle. Sandoval había sido elegido para acompañar a nuestro desdichado protagonista pero, en el camino, decidió pasarse al bando de los federales de Rosas.
El asesino fue el militar y miembro de La Mazorca, Mariano Maza, quien además era sobrino y primo de Manuel y Ramón Maza. El mazorquero sometió a Avellaneda a un violento interrogatorio, lo condenó por traición a la patria y hasta haber sido parte del asesinato del exgobernador tucumano, Alejandro Heredia. El padre de Nicolás fue degollado y decapitado junto a otros oficiales que pasarían a ser conocidos como "los mártires de Metán".
Su cabeza fue clavada en una pica y expuesta en la Plaza Independencia tucumana. Esta era una táctica que solía hacerse en el siglo XIX, una manera de que los ciudadanos vean lo que podía pasarles si intentaban desobedecer al poder de turno.
El doctor Félix Frías, quien fue secretario de Lavalle, se refirió a la muerte de Avellaneda: "La pérdida de aquel Avellaneda, gobernador de Tucumán, es una de las más dolorosas que ha deplorado la revolución argentina, agregando que sus últimos instantes fueron admirables por su cristiana resignación y viril comportamiento".
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Como suele pasar en historias como estas, la tradición y el mito suele mezclarse hasta llegar hasta nuestros días. Lo que pasó con Marco no fue excepción. Con los años se empezó a construir el relato de una mujer que arriesgó su vida por conservar su cabeza: Fortunata García.
Fortunata era una tucumana, uno de sus hijos terminaría siendo gobernador, que tras días de ver cómo la cabeza de Avellaneda se pudría a vista de todos decidió "robarla" una noche. A la mañana siguiente las casas de Tucumán fueron registradas en busca de tesoro y según explicó Caras y Caretas en la reconstrucción del hecho, la mujer les dijo a los soldados que primero revisen la caja con "su ropa de uso" aunque nadie se animó.
La cabeza fue enterrada en el convento San Francisco, tiempo después fue devuelta a la familia del muerto. Por cosas del destino hoy descansa en el Cementerio de La Recoleta, a metros de la bóveda familiar de los Ortiz de Rosas.
Fortunata murió en 1870, cuatro años después el pequeño que perdió a su papá en el día de su cumpleaños se convertiría en Presidente. Las presidencias de Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Avellaneda son conocidas como "las presidencias históricas" por abarcar 18 años donde se consolidó la llamada Organización Nacional.
Por Yasmin Ali
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