Entre enero y mayo de 1871, la Ciudad sufrió una de las peores epidemias de su historia que se cobró el 8% de la población. Detalles de cuatro meses infernales.
A principios del 2023, Argentina vivió la peor epidemia de dengue en su historia con más de 100 mil casos. 152 años antes, Buenos Aires sucumbía en una situación similar que resultó ser catastrófica: la fiebre amarilla.
Ambas fueron causadas por la picadura de un mosquito, pero la de finales del siglo XIX resultó ser devastadora por varios motivos. Algunos obvios como la fragilidad del sistema de salud y ante todo la ignorancia, ya que debieron pasar años para saber que aquella fiebre asesina era causada por una picadura.
Entre enero y mayo, la Ciudad estuvo cercada por el miedo, la falta de información y muerte. En ese momento había 180.000 habitantes y se estima que murieron entre 13.600 y 14.000 porteños que, para la época, significaban el 8% de la población. ¿Cómo le hicieron frente?
Médicos atendiendo a víctimas de la fiebre amarilla.
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Era el mes de marzo y la situación era insostenible, se calculaban 150 a 200 muertes diarias y la falta de información volvía más confuso el panorama.
El puerto fue puesto en cuarentena, no se permitía el ingreso a la provincia y más de la tercera parte de los porteños dejó la ciudad. Por las noches se encendían fogatas con madera y alquitrán porque se creía que la enfermedad era transmitida por el aire.
Domingo Sarmiento.
La falta de respuesta de autoridades se volvió una constante en Argentina y esa época no fue la excepción. El 19 de marzo, el entonces presidente Domingo Sarmiento "se alejó" en tren a Mercedes. La prensa denunció el hecho como "el presidente huyendo" y no fue el único su vice Alsina se fue a una estancia, el gabinete, miembros de ls Suprema Corte de Justicia, diputados y senadores harían lo mismo.
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Ante la falta de respuesta de autoridades, los vecinos decidieron congregarse unos días antes, el 13, en lo que hoy es Plaza de Mayo y organizar una "Comisión Popular de Salud Pública".
La misma estuvo presidida por José Roque Pérez, los periodistas Héctor Varela y Carriego de la Torre, el vicepresidente de la Nación Adolfo Alsina (quien luego huiría), Adolfo Argerich, Carlos Guido, Bartolomé Mitre, Domingo César y el sacerdote irlandés Patricio Dillon.
La comisión se encargó de ir a los lugares afectados y desalojar a aquellas personas, en su mayoría humildes, viviendo en conventillos de forma infrahumana. Unas de las consecuencias que despertó la epidemia fue la fuerte xenofobia hacia aquellos inmigrantes, en su mayoría italianos, a los que se los acusaba de ser los principales culpables de propagar la enfermedad.
Conventillo porteño.
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Roque Pérez nació en Córdoba en 1815, estudió abogacía y se dedicó al derecho penal convirtiéndose en uno de los redactores del Código Penal.
Dio clases en la universidad y ocupó el cargo de juez de primera instancia en lo criminal. Además, era masón, en 1857 fundó la Gran logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones, la Gran Logia permitió la unión de los grupos de Buenos Aires y de las provincias. Alcanzó el grado de Gran Maestre entre 1857-61 y 1864-67.
Al desatarse la fiebre amarilla se lo designó presidente de la comisión, sabía que la muerte lo esperaba y lo primer que hizo fue hacer su testamento. En 1867 había sido testigo del desastre que causó la epidemia de cólera, siendo miembro de la Comisión Parroquial de Catedral al Sud.
José Roque Pérez.
Su intuición se hizo realidad, murió el 26 de marzo en el pico máximo de la pandemia. Recién la segunda mitad de abril comenzaron a disminuir los casos con la llegada de los primeros fríos del año.
A mediados de mayo la ciudad volvió lentamente a la rutina, el 20 de ese mes la Comisión dio por terminada su misión y el de 2 junio no se registraron casos. Guillermo Rawson, médico higienista, brindó su testimonio del horror:
"Vi al hijo abandonado por el padre; he visto a la esposa abandonada por el esposo; he visto al hermano moribundo abandonado por el hermano"
Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, Juan Manuel Blanes, 1871.
Si bien las cifras oficiales y más fidedignas difieren, se estiman que murieron entre 13.600 y 14.000 porteños, la mayor parte vivía en San Telmo y Monserrat y el 75% eran inmigrantes.
La locomotora La Porteña se usó para trasladar cadáveres al cementerio de la Chacarita.
Solo existe un monumento que recuerda a las víctimas de la epidemia, erigido en 1899 y se encuentra frente al hospital Francisco Javier Muñiz.
Por Yasmin Ali
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