Nacida en París, su historia se apagaría muy rápido por una tragedia que conmocionó a la sociedad porteña a principios de siglo XX. Por qué vida y muerte se convirtió en una de las más famosas del mítico cementerio.
Hay historias que comienzan con la muerte, al menos su mito y lo que esconden detrás de ellas. Así fue el caso de Rufina Cambaceres, una joven de tan solo 19 años a quien el destino le jugó una fatídica pasada: morir dos veces.
Qué ocurrió con aquella señorita a principios del siglo XX y por qué su tumba es una de las más visitadas en el mítico cementerio de la Recoleta.
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Nacida el 31 de mayo de 1883 en París, fue hija del famoso escritor argentino Eugenio Cambaceres y la bailarina italiana Luisa Bacichi. De una relación estrecha con su padre, todo cambió cuando este murió a sus 6 años.
La familia Cambaceres provenía de la aristocracia argentina del siglo XIX, por lo que al cumplir sus 19 años se le realizó una megafiesta para presentarla ante la sociedad porteña.
Acá las cosas comienzan a transitar el camino de lo real con la fábula porque, por muchos años, se dijo que una de las causas que desembocaron en su terrible final fue enterarse que su mamá y ella compartían novio: un tal Hipólito Yrigoyen. Lo que sí fue real es la relación de su madre con el futuro presidente argentino, de hecho tuvieron un hijo, pero jamás se comprobó el romance entre Rufina y su padrastro.
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El mismo día que cumplía 19 años, la mucama de la familia subió al cuarto de la joven para despertarla, pero no reaccionaba. Una hora después el médico de la familia acudió a la casa y constató que no tenía pulso: había muerto, según dijo, de un síncope. Su madre decidió enterrarla en el panteón de su familia, en el cementerio de La Recoleta, con las joyas que le habían pertenecido.
Esa misma noche el cuidador del lugar, escuchó un ruido en la bóveda y al acercarse notó que el féretro se movía. No lo dudó y le avisó a la familia. Su abuela, que estaba en Italia en aquel entonces, llegó un mes después y pidió que abrieran el cajón para encontrarse una escena de terror: Rufina y el féretro presentaban arañazos.
Lo que en realidad pasó es que sufrió catalepsia: un fenómeno natural en que el cuerpo muestra todos los síntomas de la muerte, pero sin llegar a morir. La noticia causó tal conmoción que se instituyó la ley por la cual se deben velar al menos por 24 horas los cuerpos antes de ser enterrados, transformando los velorios en acontecimientos sociales.
Pasados los años, su tumba e historia se convirtieron en las más famosas del lugar. Hay quienes dicen que, por las noches, se pueden oír gritos desesperados y hasta la han visto deambular. Creer o reventar, lo cierto es que la desdicha de Rufina se convirtió en una de los mayores mitos de Recoleta.
Por Yasmin Ali
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