El italiano llegó a la Argentina en 1922, no lo hizo solo, trajo consigo ideas anarquistas que el poder de turno vio como una seria amenaza. Cómo fue su vida en Buenos Aires, sus últimas palabras y su ejecución que quedaría plasmada en el brillante relato de uno de los mejores cronistas argentinos.
Severino Di Giovanni.
Argentina de principio de siglo XX, década del 20, el anarquismo la rebelión y las clases trabajadores se unían para exigir mejoras laborales, luchar contra el sistema y un orden que comenzaba a tambalear. Hubo varias figuras que representaron ese movimiento en el país, una de ellas fue Severino Di Giovanni que se transformó en la cara del anarquismo y que desembocó en un sangriento final.
Severino nació en Italia el 17 de marzo de 1901 en Chieti, a 180 kilómetros de Roma. Creció bajo un contexto de posguerra donde el hambre, la pobreza y la muerte estaban a la orden del día, quedó huérfano a sus 19 años y cuando el fascismo tomó el poder con Benito Mussolini a la cabeza, viajó para la Argentina en 1922. Di Giovanni viajó con las ideas anarquistas ya metidas en su cabeza y en su ADN, una de las primeras cosas que hizo al llegar fue publicar panfletos y periódicos promulgando dicha ideología.
A través de su periódico, Cúlmine, se encargó de transmitir sus ideas que llegaron a muchos italianos en el país y a argentinos que se veían representados en sus pensamientos. No se quedó solo con su escritura, los atentados con bombas y robos fueron los métodos que mejor veía para darse a conocer ya que para él, la revolución debía ser "violenta". Su primera aparición pública fue en el Teatro Colón, el 6 de junio de 1925 se realizó una función especial celebrando el aniversario 25° de la llegada al trono de Italia de Vittorio Emanuele III, allí se encontraban el entonces presidente Marcelo T. de Alvear y el embajador italiano -y fascista- Luigi Aldrovandi Marescotti. Di Giovanni interrumpió junto a otros anarquistas al grito de "¡Asesinos, ladrones!" y arrojando volantes.
La mujer e hijos de Severino.
Entre algunos de los atentados que se le adjudicaron se encuentran las voladuras al Banco de Boston y City Bank porteños el 4 y 24 de diciembre de 1927 donde murieron 2 personas en el segundo. Además, la voladura de la embajada de EEUU y el consulado italiano el 23 de mayo de 1928 donde se reportaron 9 muertos. El repudio de la sociedad y en los medios de comunicación no tardaron en llegar: “El hombre más maligno que pisó tierra argentina”.
Sus acciones públicas eran cada vez más violentas y sectores anarquistas y socialistas comenzaron a distanciarse de su accionar. Incluso La Protesta, diario insignia socialista, lo llamó "espía fascista, agente extranjero, burgués y capitalista". De repente se había vuelto el enemigo número 1 del país y era intensamente buscado por lo que debía cambiar rápidamente de casa mientras su esposa e hijos sufrían el peso del apellido.
Severino y América.
El primer golpe militar en el país ya se había efectuado, José Félix Uriburu estaba al poder y los mecanismos del Estado se duplicaban para dar con su paradero. Los hermanos Paulino y Alejandro Scarfó se habían convertido en sus confidentes, tenían una hermana América de la cual se enamoró cuando él tenía 24 y ella 15. La mujer murió a los 93 años sin poderlo olvidar.
Momento de su detención, la flecha indica el lugar donde fue capturado, foto La Nación.
Finalmente fue capturado en una emboscada, era el 29 de enero de 1931, en una imprenta de la calle Callao donde mantenía reuniones con sus pares. Su detención fue un mar de sangre: más de cien disparos en el centro porteño que se cobraron la vida de una niña e hirió a varios que pasaban por la zona. Cuando consiguieron arrinconarlo en un garage, el italiano intentó suicidarse con un tiro en el pecho pero la herida solo fue superficial.
Di Giovanni detenido.
Fue llevado a juicio por El Tribunal Militar que lo condenó a muerte, pasó su última noche en la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras. “No busqué afirmación social, ni una vida acomodada, ni tampoco una vida tranquila. Para mí, elegí la lucha. Pasar monótonamente las horas enmohecidas de la gente común, de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es vivir, es solamente vegetar, llevar encima una masa informe de carne y huesos. A la vida hay que ofrecerle la exquisita rebelión del brazo y de la mente. Enfrenté a la sociedad con sus mismas armas, sin inclinar la cabeza, por eso me consideran, y soy, un hombre peligroso", dijo en su última carta.
Recreación de su fusilamiento por Caras y Caretas.
Fue fusilado el 1 de febrero al grito de Evviva l'Anarchia! (¡Viva la anarquía!), su cuerpo fue enterrado con una cruz sin nombre que se perdió por la cual nunca se supo qué pasó con sus restos. Roberto Arlt, famoso cronista, que por entonces escribía para El Mundo, relató toda la secuencia:
“Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de Culatas. Más sombras que galopan. Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial. ‘..de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número...’. El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas. Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte”.
Di Giovanni no muestra emociones. Está serio, con la vista al frente, la cabeza en alto. No se adivina ni tristeza ni orgullo. Tal vez sólo lo habite la resignación.
El patio de la Penitenciaría está repleto de curiosos que madrugaron para ver la ejecución como si se tratara de un espectáculo. El secretario del tribunal militar que lo juzgo lee la larga sentencia. Luego atan a Di Giovanni a una silla de respaldo angosto y muy alto.
Un guardiacárcel se acerca para taparle los ojos. “¡Venda no!” dice enérgico, imperativo el hombre que está a punto de morir. El joven duda unos segundos pero desiste. El jefe ordena al pelotón de fusilamiento que se prepara. Son ocho que estiran sus armas y apuntan. Di Giovanni infla el pecho, como si quisiera aumentar la superficie de impacto, y levanta la cabeza. Con voz gruesa, atronadora, grita: ¡Viva la anarquía!.
Roberto Arlt.
“Fuego”, ordena el jefe al pelotón.
Lo que sigue lo cuenta el periodista del diario Crítica que estuvo presente:
“Segundos después, el jefe del pelotón bajaba la espada y el cuerpo de Di Giovanni era atravesado por 8 balazos. Al recibir la descarga un poco de humo que salió de su pecho marcó el sitio de los impactos. Su cara se contrajo en una mueca violenta de dolor. Una reacción muscular lo hizo levantarse del banquillo para caer pesadamente hacia al costado izquierdo. El respaldo del banquillo hecho astillas. Un gran charco de sangre inundó el asiento cayendo al suelo. Un aullido atroz desgarra el silencio: son los presos de la cárcel que se despiden de su compañero. Sobre el césped, él se mueve todavía. Aunque tenía el pecho atravesado de proyectiles no murió instantáneamente. Se acerca el sargento y le da el tiro de gracia. Preciso y eficaz. Un estremecimiento del cuerpo que queda inmóvil. Son las 5.10.”
Por Yasmin Ali
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