El nuevo ciclo de Donald Trump en la Casa Blanca sacude los cimientos de la geopolítica global. ¿Es el arquitecto de una era de estabilidad o el artífice de una fractura irreversible, con consecuencias inciertas?
Donald Trump, presidente de Estados Unidos. Foto: Reuters.
El primer mes de Donald Trump en su nueva presidencia de Estados Unidos dejó algo claro: el tablero mundial volvió a moverse, y fuerte. Atrás quedaron los discursos moderados y las viejas alianzas incuestionables. Hoy, desde Washington se dibuja un proyecto que revive el más crudo ejercicio del poder, un modo de entender la Realpolitik que pareciera prescindir por completo del respeto por los pactos, las alianzas, las distinciones morales, para centrarse por completo en la conveniencia de los intereses de EE.UU.
Podemos empezar diciendo que Trump no perdió tiempo. Con gestos contundentes, retomó la lógica de la Doctrina Monroe y comenzó por intentar despejar el continente de actores no deseados, como la creciente presencia de China en América Latina. El ejemplo más claro fue la rápida expulsión de intereses chinos del Canal de Panamá, que vendieron su parte de la administración del puerto panameño a empresas norteamericanas. Es importante señalar, de todas maneras, que el movimiento estratégico pasó casi desapercibido para Pekín, quizás porque la verdadera partida se juega en otro escenario.
El secretario de Estado de EEUU, Marco Rubio, visita el Canal de Panamá. Foto: Mark Schiefelbein/Pool via REUTERS REFILE
Pero si en nuestro continente Trump no negocia compartir la hegemonía, puertas afuera parece dispuesto a acordar. ¿Qué hay de este aparente entendimiento entre EE.UU. y Rusia dejando a Europa y Ucrania fuera de la mesa? Para algunos, un giro inesperado. Para otros, apenas la confirmación de lo que la historia ya mostró: los intereses de Rusia y EE.UU. tienden a alinearse cuando el enemigo común es una Europa fortalecida. Sin embargo, llama la atención esto último: lejos de haberse fortalecido, la Guerra en Ucrania desnudó y profundizó las debilidades europeas, ¿para qué seguir presionando y golpeando?.
No hubo estadista en la historia que haya aconsejado, jamás, que es una sabia decisión humillar al derrotado. La muerte o el perdón; de la humillación surgen las peores venganzas.
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El Viejo Continente observa cómo la figura de Zelenski, hasta hace poco ícono de la resistencia democrática, se desdibuja ante los ojos de su mayor aliado. ¿Cómo pasó de héroe de Occidente a comediante corrupto en tan poco tiempo? Un mensaje poco esperanzador para cualquiera que quiera ser aliado: cuando ya no sos útil, te descartan cruelmente humillado.
Pelea entre Donald Trump y Volodimir Zelenski. Foto: EFE/Jim Lo Scalzo
Pero el dato más relevante no está solo en Ucrania, sino en la fractura interna de Europa. Alemania, a la cabeza del imperio económico europeo, intentó extender su influencia sobre los fértiles campos ucranianos, rompiendo viejas advertencias de Washington que, desde los tiempos de Reagan, se ha opuesto a cualquier fusión energética entre Berlín y Moscú. Resultado: guerra, sanciones y un continente de rodillas.
Aquí emerge uno de los puntos más controversiales de la situación: mientras Europa grita por continuar la guerra, Trump responde con la paz como bandera moral, como el argumento superior.
¿Qué justificación puede ser más poderosa que detener la muerte y la destrucción? Frente a una Europa que, sin poner soldados, quiere prolongar el conflicto, Trump juega la carta del pacificador... aunque ese pacifismo tenga un costo geopolítico altísimo.
Por otro lado, también podría cuestionarse que Trump, en tanto presidente de EE.UU., uno de los principales patrocinadores del conflicto hasta acá, no está en posición de esgrimir dicho argumento. De nuevo, ¿cuál es el mensaje a los aliados? ¿Bajo una presidencia te respaldan con recursos para hacer la guerra, a la siguiente te dan la espalda?
Tan indescifrable como la situación con Europa, es la relación con China. Como mencionamos, China se fue de Panamá sin mucha queja. ¿Es parte de un arreglo? ¿Qué va a pasar con Taiwán? A juzgar por las palabras de Trump, acusando a Taipei de ser un gasto, y de paso robarse el desarrollo de la industria de semiconductores, su futuro parece incierto. Sin el apoyo de EE. UU., su garantía de defensa, ¿cuánto podría tardar Beijing en anexarlo?
El hecho de poner a Elon Musk a su lado, un empresario con inversiones multimillonarias en suelo chino, podría indicar un Trump inclinado a acordar con Xi Jinping. ¿Por qué querría Musk perjudicar tanto a China, allí donde tiene invertida parte de su fortuna?
Sin embargo, también es cierto que Trump pareciera decidido a profundizar la relación con India, a punto tal de llevarla al plano nuclear. Difícil que desde Beijing miren con agrado esa situación, que pareciera querer ponerle una barrera de contención. ¿Son combinables ambas estrategias? ¿Prevalecerá alguna de ellas?
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En el resto del mundo, el panorama también es incierto. En Medio Oriente, la propuesta de transformar Gaza en una suerte de enclave controlado, casi un "casino geopolítico", suena tan provocadora como difícil de implementar. Con los Acuerdos de Abraham como antecedente, Trump busca redibujar las fronteras de una región donde, tras los atentados de Hamas y los ataques israelíes sobre Gaza, Líbano y Siria, las soluciones políticamente correctas parecen agotadas.
La pregunta inevitable es: ¿puede el mundo sostenerse con Estados Unidos retirando su paraguas protector? ¿O estamos a las puertas de una nueva era de tensiones, donde el orden internacional se deshace y solo queda la ley del más fuerte?
En este ajedrez global, Trump volvió a mover primero. Falta ver quién responde... y cómo.
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