Estados Unidos genera incertidumbre con sus acciones en torno a la guerra en Ucrania, a las relaciones con los países de Unión Europea y hasta con los de su mismo continente. A la par, parece querer alcanzar un acuerdo con Rusia y China, pero es esquivo en las definiciones.
Preparan la cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin. Foto: EFE/Maxim Shipenkov
El primer mes de gobierno del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, despierta grandes interrogantes geopolíticos sobre sus objetivos y estrategias. Parece innecesario aclarar que las grandes naciones, protagonistas de la geopolítica global, no declaran públicamente cuáles son sus objetivos, los que habitualmente se disimulan con declaraciones confusas o falsas y por hechos que intentan esconder los verdaderos propósitos.
Trump no quiere que la ley perjudique a las empresas estadounidenses. Foto: Reuters/Elizabeth Frantz
En ese sentido, Trump parece un experto jugador que, a partir de proyectos inverosímiles, declaraciones escandalosas y gestos inexplicables, genera incertidumbre en sus aliados y enemigos. Nadie puede conocer cuál es su objetivo; sin duda, eso es una ventaja.
¿Pretende Trump cambiar el actual orden mundial o solo busca mejorar la posición de EE.UU., sin alterar demasiado el status quo?
Tratemos de entender algunas de sus medidas: en primer lugar, parece haber emprendido una lucha sin cuartel contra la burocracia gubernamental o “Deep State”, buscando seguramente impedir obstáculos internos a sus políticas. El mismo Kissinger advertía en los primeros capítulos de sus Memorias sobre el poder interno de la burocracia estatal, en particular en la Secretaría de Estado, como condicionante de la voluntad presidencial. El resultado de este enfrentamiento es actualmente incierto.
En segundo lugar, despierta incertidumbre el ataque verbal contra los aliados europeos. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, los EE.UU. han mantenido tropas en el continente europeo, han debilitado el poder de las naciones de Europa occidental a través del proceso de descolonización, los han subordinado militarmente a partir de la creación de la OTAN y económicamente a través de los acuerdos de Bretton Woods. La alianza militar, que en realidad esconde el dominio norteamericano, ha sobrevivido a la Guerra Fría y colaboró con los EE.UU. en todas las guerras emprendidas en Asia. Hasta la asunción de Trump, no eran pocos los países europeos que priorizaban el alineamiento con los EE.UU., aun en contra de los dictados de Bruselas. Tanto es así que, en los últimos dos años, la OTAN se extendió a Suecia y Finlandia, que parecían objetivos muy difíciles de conseguir.
Emmanuel Macron junto a Donald Trump y Volodimir Zelenski. Foto: Reuters
Entonces, no alcanza a comprenderse cuál es la finalidad de humillar a Europa, amenazándola con dejarla indefensa y marginándola de todo protagonismo en las negociaciones de paz por la Guerra de Ucrania. No hay que ser ingenuo: la Guerra de Ucrania tuvo como objetivo real, y no el declarado de defender a Ucrania, romper la alianza energética de Europa con Rusia, que permitía a los alemanes obtener el gas a muy bajo precio para mantener una industria competitiva, y promover una alianza con China que enfrente a los EE.UU.
Ese propósito no declarado se cumplió ampliamente, y su máxima expresión fue la explosión de los gasoductos Nord Stream. Hoy en día, la industria alemana, el llamado motor de Europa, está al borde de la quiebra y la relación de la UE con China se encuentra dañada, justamente por la Guerra de Ucrania. Alejado de todo peligro, resulta incomprensible el maltrato a los aliados, que ya fueron vencidos.
En la misma línea habría que analizar las pretensiones de Trump sobre Canadá y Groenlandia. Tanto Canadá como Gran Bretaña y Dinamarca son aliados declarados de los EE.UU. Si lo que EE.UU. necesita es mayor presencia en el Ártico —lo cual está más que justificado—, podría poner bases militares en sus costas. ¿Es conveniente amenazar a los aliados con quitarles su territorio?
Banderas de Canadá y Estados Unidos. Foto: Reuters/Carlos Osorio
Sabemos que las decisiones geopolíticas no obedecen a cálculos ideológicos, jurídicos o idealistas, sino a la conveniencia de las naciones. Sin embargo, no se puede negar que los argumentos morales son un instrumento de la geopolítica que se utiliza para legitimar las acciones. Desde la antigüedad clásica, los pueblos han intentado justificar todas las guerras que emprendieron. Esa legitimidad facilita las alianzas y el reconocimiento de los liderazgos. Nadie dice que EE.UU. ingresó a la Segunda Guerra Mundial para derrotar al poder europeo y dominar parte de Europa y de Asia, sino para defender la democracia y la libertad.
El realismo explícito de Trump, que insulta a los aliados y se acerca a los supuestos enemigos de la democracia que EE.UU. se jacta de defender, podría entonces afectar la credibilidad y confianza de la política exterior norteamericana, causando un daño profundo muy difícil de revertir.
¿Quién va a confiar en EE.UU. en el futuro? ¿Qué pueden decir el resto de los aliados, por ejemplo Italia y Polonia, cuando asisten al desprecio hacia los líderes europeos y a Zelenski, que hasta hace un mes era apoyado por EE.UU.?
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En último lugar, parecería que Trump intenta llegar a un acuerdo geopolítico con Rusia y China. Una especie de Yalta triangular, ya que los acuerdos de Yalta originales fueron, en realidad, entre dos partes —EE.UU. y Rusia— que se dividieron Europa, mientras que Inglaterra fue solo un privilegiado espectador de su propia derrota.
Casualmente se cumplen, en febrero, 53 años del viaje de Nixon a Beijing que dio lugar al Comunicado de Shanghái y a la inauguración de la política triangular ideada por Nixon y Mao mediante la cual EE.UU. rompió la alianza soviética con China, promovió el crecimiento económico y militar chino, y logró de ese modo dar el puntapié inicial a la estrategia que llevó a la derrota y disolución de la URSS en 1991.
Putin y Xi Jinping. Foto: EFE
Si acaso Trump está pensando en reeditar una política similar, en la que hoy Rusia es el más débil, la ventaja para los EE.UU. es que, tan cierto hoy como en 1972, China y Rusia tienen intereses contrapuestos, porque, además de tener en común una de las fronteras más extensas del mundo, aspiran por igual a una hegemonía asiática y a impedir la del otro. Puede haber alianzas circunstanciales, pero la confrontación geopolítica es inevitable.
¿Podría Trump intentar un acuerdo de los tres? ¿Cuáles serían los términos de ese acuerdo? ¿Cuáles serían las zonas de influencia reconocidas a cada uno? ¿Acaso EE.UU. reconocería una hegemonía china en parte de Asia? ¿Abandonaría a sus aliados, como Taiwán, Japón, Corea del Sur, Filipinas? ¿Qué obtendría a cambio?
En 2005, George W. Bush sentenció que EE.UU. no volvería a cometer el error de Yalta; es decir, no se dividiría el mundo con nadie. Recordemos que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, todas las guerras en las que intervino EE.UU. fueron en Asia. Si abandonara el continente, sería una derrota difícil de simular.
La política hacia China todavía es incierta. Trump designó como ladero político a Elon Musk, quien tiene millonarias inversiones en China, con lo cual no pareciera querer perjudicarla. Por otra parte, Trump fue muy crítico con Taiwán, amenazando con desentenderse de su defensa y dejándola, en ese supuesto, a merced de China, que reclama su soberanía. Pero también se reunió hace unos días con el primer ministro de la India, Narendra Modi, manteniendo los acuerdos alcanzados con Biden y agregando cooperación en temas de energía, incluida la nuclear. Sin dudas, esa política amenaza a China.
EE.UU. es, sin duda, un imperio. En sus enfrentamientos internos se decide la suerte del mundo, como hace dos mil años ocurría en Roma. Desde 1972 hay un importante sector que promueve mantener la alianza con China (su mayor exponente fue, sin duda, Kissinger), así como otros que defienden la alianza atlántica y otros, la continental. Hasta ahora, Trump, en su breve mes de presidencia, ha ocultado su verdadero propósito detrás de ataques verbales y posturas contradictorias.
Los próximos meses nos permitirán discriminar las palabras de los hechos y, de ese modo, intentar determinar qué objetivos tiene y qué estrategia implementará para obtenerlos.
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