Hace 140 años fallecía en Francia quien sería fundamental en la redacción de la Constitución de 1853. Autor de la mítica frase "gobernar es poblar" mantuvo una reunión histórica con el Libertador de la que él mismo documentó.
A veces se da en la historia casos donde personajes de importantísimo renombre compartieron un momento, una batalla o una reunión que cambió el rumbo del devenir. Casos hay varios y lo peculiar es que José de San Martín puede decir que tiene el récord porque se encontró con Manuel Belgrano, Simón Bolívar y en su exilio con próceres como Domingo Sarmiento y Juan Bautista Alberdi. De este último nos encargaremos en la nota.
Alberdi fue una de las mentes más brillantes de la segunda parte del siglo XIX, su obra fue necesaria y clave para la organización del Estado, de hecho sus Bases y punto de partida para una organización Nacional fueron lo que los hombres después de la Batalla de Caseros necesitaban. Cada 29 de agosto se celebra el Día del Abogado en su honor, entre los sucesos destacados de su vida está el encuentro que quedaría detallado por él mismo con San Martín con quien se llevaría una "gran sorpresa".
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Juan Bautista nació el 29 de agosto de 1810, tan solo unos meses después de la Revolución de Mayo. Perdió a su mamá, Josefa Rosa de Aráoz de Valderrama, siete meses después del parto, por lo que fue criado por su padre Salvador quien era amigo de Manuel Belgrano. Juan lo conoció, era habitual de muy chico pasear a caballo con el creador de la bandera.
La tragedia volvió a golpearlo a los 11 años cuando sufrió la pérdida de su papá, sus cuatro hermanos se hicieron cargo de él hasta que en 1824 se fue a Buenos Aires para ingresar al Colegio de Ciencias Morales. Duró poco, pidió que su hermano Felipe lo sacara por no soportar el encierro y castigos corporales.
Terminó de empleado en la tienda de Moldes, cuando tenía tiempo libre siempre se lo veía con un libro o estudiando música. Llegó a usar el piano de Mariquita Sánchez de Thompson para practicar ya que le alquilaba una habitación.
Para 1838 no le quedó otra opción que exiliarse en Montevideo. “Me expatrié voluntariamente por no tolerar la tiranía”, dijo en alusión a Rosas. En la capital montevideana logró recibirse de abogado. Allí emprendió la resistencia desde las letras: “Tenemos ya una voluntad propia, nos falta una inteligencia propia. La inteligencia es la fuente de la libertad. La inteligencia emancipa los pueblos y los hombres. El pueblo es más pacífico a medida que es más inteligente. Y la primera condición de la libertad es la paz”.
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Alberdi sabía quién era San Martín, por supuesto, los relatos de la época ya enaltecían su figura incluso en vida. Pero se dio un lujo que pocos pudieron: conocerlo en persona y lo hizo en 1843. La ocasión también le sirvió para viajar por primera vez en ferrocarril –de París a Grand Bourg, a la casa de San Martín.
La reunión fue descrita con lujos de detalles por el mismo Alberdi: "El 1° de Septiembre, a eso de las once de la mañana, estaba yo en casa de mi amigo el señor D. M. J. de Guerrico, con quien debíamos asistir al entierro de una hija del señor Ochoa (poeta español) en el cementerio de Montmartre. Yo me ocupaba, en tanto que esperábamos la hora de la partida, de la lectura de una traducción de Lamartine, cuando Guerrico se levantó, exclamando: "¡El general San Martín!" Me paré lleno de agradable sorpresa al ver la gran celebridad americana que tanto ansiaba conocer. Mis ojos, clavados en la puerta por donde debía entrar, esperaban con impaciencia el momento de su aparición".
Lo más llamativo es lo que dijo sobre el aspecto físico del Libertador: "Yo le esperaba más alto, y no es sino un poco más alto que los hombres de mediana estatura. Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado, y no es más que un hombre de color moreno, de los temperamentos biliosos. Yo le suponía grueso, y, sin embargo de que lo está más que cuando hacía la guerra en América, me ha parecido más bien delgado; yo creía que su aspecto y porte debían tener algo de grave y solemne, pero le hallé vivo y fácil en sus ademanes, y su marcha, aunque grave, desnuda de todo viso de afectación."
Sobre su personalidad, describió: "Al ver el modo de cómo se considera él mismo, se diría que este hombre no había hecho nada de notable en el mundo, porque parece que él es el primero en creerlo así. Yo había oído que su salud padecía mucho; pero quedé sorprendido al verle más joven y más ágil que todos cuantos generales he conocido de la guerra de nuestra independencia, sin excluir al general Alvear, el más joven de todos. El general San Martín padece en su salud cuando está en inacción, y se cura con solo ponerse en movimiento. De aquí puede inferirse la fiebre de acción de que este hombre extraordinario debió estar poseído en los años de su tempestuosa juventud".
Por último, de lo más destable que dejó su encuentro, está lo del acento de San Martín: "No obstante su larga residencia en España, su acento es el mismo de nuestros hombres de América, coetáneos suyos. En su casa habla alternativamente el español y francés, y muchas veces mezcla palabras de los dos idiomas, lo que le hace decir con mucha gracia que llegará un día en que se verá privado de uno y otro o tendrá que hablar un patois de su propia invención. Rara vez o nunca habla de política -jamás trae a la conversación con personas indiferentes sus campañas de Sudamérica-; sin embargo, en general le gusta hablar de empresas militares".
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En 1852, cuando Rosas fue derrotada en Caseros, entendió que era el momento de ponerse al hombro la organización nacional. Ese mismo año, en mayo, editó su célebre “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”.
Se lo envió a Justo José de Urquiza y fue el "borrador" de la Constitución de 1853. “El hombre libre no necesita tutores y, como artífice de su felicidad, si tiene que dar cuenta de sus acciones es a Dios y a sus jueces para satisfacción del bien y el orden universal", puede leerse en sus párrafos.
De ahí nace su frase más famosa: "Gobernar es poblar". “El tipo de nuestro hombre sudamericano debe ser el hombre formado para vencer al grande y agobiante enemigo de nuestro progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza bruta y primitiva de nuestro continente”, agregó.
En cuanto a su final, se enfermó con 73 años y murió en suelo francés el 19 de junio de 1884. En 1889 sus restos volvieron a la patria que ayudó a construir. Estuvo unos años en Recoleta hasta que se dispuso el traslado a su Tucumán natal. Cada 29 de agosto se celebra, en su honor, el Día del abogado.
Por Yasmin Ali
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