En los primeros años de la Colonia, se convirtió en una reconocida figura quien llegó a formar su propia banda de contrabandistas.
“En su corcel cuando sale la luna aparece el bravo zorro", la canción de la mítica serie de "El Zorro" acompañó a varias generaciones, niños o adultos, durante gran parte de sus mediodías. La historia de un hombre respetado y rico que usaba un disfraz para impartir justicia en la California del siglo XIX, despertaba el fanatismo y admiración de todos los televidentes. Pero qué pasaría si les digo que Diego de la Vega si existió y lejos estuvo de ser un justiciero.
Para contar el trasfondo de la vida criminal de nuestro “Zorro”, hay contextualizarlo: cuando Juan de Garay fundó Buenos Aires por segunda vez, España estableció un sistema de galeones para comercializar y así todas las mercaderías para las colonias hispanoamericanas debían ser manejadas en dicho país por los comerciantes del monopolio de Sevilla.
Entrado el siglo XVI, la corona española decidió que la plata extraída de las minas de Potosí, debía salir por el puerto del Callao en el Perú y prohibiendo la comercialización de todo producto por el Puerto de Buenos Aires, quedando de esa forma limitadas las posibilidades de comercialización. Ante esto, los porteños se veían impedidos de ejercer comercio legal y debiendo encontrar formas “no limpias” para operar con barcos holandeses, portugueses y franceses que llegaban al puerto.
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En Buenos Aires se suele tener de referencia a Bernardo Sánchez como el primer contrabandista del lugar, un portugués que recibió el mote de "hermano Pecador" y quien hizo una fortuna a costa de la delincuencia. Al momento de su muerte ya tenía montada una logística y una banda de contrabandistas portugueses que le respondía. El heredero del imperio fue don Diego de la Vega quien entró de manera clandestina a Buenos Aires con su mujer, Blanca Vasconcelos.
Don Diego llegó a dominar el tráfico con Brasil y Portugal, contando con agentes en Lisboa, Londres, Río de Janeiro, Flandes, Lima, Angola y el interior de la región del Río de la Plata. Vivía en la manzana de las actuales Alsina, Moreno, Balcarce y Defensa; además poseía una chacra en Barracas que servía para atracar los barcos que descargaban esclavos y mercaderías.
De la Vega tenía varios cómplices con los que diagramó la organización llamada El Cuadrilátero, integrada por él, Diego de León, Juan de Vergara, el capitán Mateo Leal de Ayala y el tesorero de la Hacienda Real, Simón de Valdez. Con el tiempo se convertiría en la banda de contrabandistas más grande de toda la América española.
Cuenta Felipe Pigna que en el lapso de tres años lograron ingresar 4.000 “piezas” (así llamaban a los esclavos), obteniendo una ganancia de más de 2 millones de ducados. El negocio más o menos se explica así: en cuanto llegaba un contrabando, los miembros lo denunciaban para que de manera instantánea los esclavos terminaran siendo puestos a la venta.
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El procedimiento se repetía casi de memoria. La oferta no podía pasar lo dispuesto por la ley, 100 pesos de plata, y si aparecía un interesado que no era de la banda posiblemente terminaba pagando con su vida. Varios de esos esclavos terminaban en Potosí, en una especia de reventa por varios pesos más de los que pagaba El Cuadrilátero.
Las subastas, denominadas “contrabando ejemplar”, estaban a cargo del tesorero real Simón de Valdez. El comerciante llegó a Buenos Aires en febrero de 1606 tomando posesión de su cargo el 13 de marzo y fue aceptado por el Cabildo el 3 de abril.
Para 1610 de la Vega fue nombrado vecino por el Cabildo porteño, demostrando que “hacía 9 años que tenía casa poblada y haciendas de importancia en la ciudad”. Pero todo tiene un final y cuando Diego Marín de Negrón fue nombrado gobernador, dictó una disposición para que las subastas de cargas ilegales primero pasaran por la tasación del gobernador y a su “justo precio”. Así fue como el 26 de julio de 1613 nuestro villano favorito murió de manera repentina.
Y si... el mundo fue y será una porquería en el 510 y en el 2000 también.
Por Yasmin Ali
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