Su compañero fue Manuel Padilla, pelearon en el Alto Perú abrazando la causa revolucionaria. Su historia fue de amor, sí, pero con un triste final.
Juana Azurduy, prócer del Alto Perú.
Admirada por Manuel Belgrano y Simón Bolívar en tiempos donde la imagen de una mujer en el campo de batalla era imposible, Juana Azurduy lo hizo posible. Demostrando valentía y compromiso por una causa que logró transmitirla a soldados, indios e incluso jefes de tropas. Su historia mezcla heroísmo, olvido y una tragedia familiar que la acompañó hasta el final de sus días.
Nació el 12 de julio de 1780 en Toroca, aledaña a Chuquisaca, hoy actual a Bolivia. Hija de Eulalia Bermúdez y Matías Azurduy, Juana creció en el seno de una familia pudiente, pero a los siete años quedó huérfana y fue enviada por sus tíos al monasterio de Santa Teresa donde duró hasta los 17 años por su "indisplicencia". A los 22 años encontró a su amor y se casó con Manuel Asencio Padilla; tuvieron cinco hijos, pero solo uno llegó a la mayoría edad.
Ilustración publicada en la revista Caras y Caretas.
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Azurduy luchó codo a codo con a su amor en el Alto Perú por la emancipación del Virreinato del Río de la Plata, contra la Monarquía española. También juntos participaron de la revolución de Chuquisaca el 25 de mayo de 1809 (un año antes de la Revolución de Mayo), un levantamiento contra la Real Audiencia de Charcas que terminó en una represión violenta. A partir de ese momento se volvieron el objetivo principal de los realistas allí, y la historia siguió complicándose.
Siendo perseguidos, en 1811 los españoles les confiscaron todas sus propiedades y la pareja tuvo que pasar a la clandestinidad. Ahí, la inteligencia y liderazgo de Azurduy supo lucirse de nuevo: cuando Manuel Padilla fue apresado, ella se encargó de organizar un grupo de 300 indígenas que lograron ingresar a Chuquisaca simulando ser lugareños y así sorprender a los guardias de la cárcel del Cabildo y lograr liberarlo.
Manuel Padilla.
En lo que hoy es territorio argentino la pareja también participó del éxodo jujueño de 1812 bajo las órdenes de Manuel Belgrano, y combatieron en Salta, Tucumán y Vilcapugio. Como coronario, Belgrano le terminó regalando su sable tras Ayohuma en un gesto de reconocimiento.
Fue ascendida a teniente coronel en la división Decididos del Perú por su rol en el ataque del Cerro de Potosí, en agosto de 1816.
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La batalla de La Laguna no fue solo una derrota militar, a Juana la hirieron de bala obligándola a dejar el campo de batalla y su esposo fue degollado tras recibir dos disparos por la espalda. Su cabeza fue clavada en una pica y exhibida como trofeo en la plaza de La Laguna.
Muerto su marido y Martín Miguel de Güemes en 1821, Juana quedó sin rumbo. Sus cuatro hijos mayores habían muerto de paludismo y malaria y solo le quedaba la compañía de Luisa, la más chica.
Mausoleo de Juana Azurduy.
Pudo regresar a su tierra natal pidiendo limosnas cuando en mayo de 1825, el gobierno jujeño, le cedió cuatro mulas y cincuenta pesos para el viaje. Al llegar a Chuquisaca debió vender la única propiedad que tenía y comenzar una lucha para recibir una compensación económica por años de servicio a la Patria.
Monumento de Juana Azurduy en la puerta del CCK.
Logró una pensión vitalicia de 60 pesos que el Mariscal Antonio de Sucre aumentó, pero dejó de recibirlo en 1830. Murió en una pieza de un barrio de Chuquisaca el 25 de mayo de 1862. Pasarían casi dos siglos para que la historia le diera su lugar.
Por Yasmin Ali
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