La contaminación es una amenaza real para estos animales que se encuentran protegidos por ley. Las decisiones de consumo que tomamos como ciudadanos pueden marcar la diferencia para preservar su hábitat natural e incluso contribuir con la ciencia.
En el mes de noviembre del año 2024, el Ministerio de Turismo y Áreas Protegidas de Chubut informó la aparición de 21 ballenas muertas en la Península Valdés. Se presume que fue por el consumo de algas tóxicas, un fenómeno que ya se ha registrado también en otras partes del mundo.
El Programa de Monitoreo Sanitario de la Ballena Franca Austral informó que entre el 19 y el 29 de octubre se contabilizaron las muertes de estos ejemplares, afectadas posiblemente por floraciones algales nocivas en el Golfo Nuevo.
La ballena Franca Austral (Eubalaena australis), según los documentos publicados por el Gobierno Nacional, ha estado en peligro de extinción hace un siglo debido a la caza indiscriminada haciendo que las aguas donde habita se encuentran protegidas para asegurar su supervivencia. De los 100.000 ejemplares que existían antes de las matanzas, actualmente se estima que quedan alrededor de 7.000.
Por ello, se creó la Ley Nacional N° 23.094/84 que las declara como Monumento Natural para asegurar su supervivencia y protección, ya que entre junio y noviembre, los ejemplares llegan a la Península de Valdés para reproducirse y tener a sus crías.
El hecho de que las hembras puedan tener una cría cada tres años explica, en parte, porqué la recuperación de esta especie es tan lenta. Lo cierto es que también existen otras amenazas: la contaminación de mares y océanos, las infracciones de las embarcaciones que se dedican a la caza de estos mamíferos e incluso el impacto del cambio climático hacen que éstas se vean severamente afectadas.
Este es el motivo por el cual la ciencia y las organizaciones se unieron con el fin de intentar salvar a la población de ballenas creando programas, como por ejemplo, el de adopción a un ejemplar para recaudar fondos con fines científicos y de preservación.
La iniciativa de adoptar ballenas surgió en el año 1991, inspirada por el trabajo de Roger Payne en Península Valdés y el amor por las ballenas francas australes. En 1992, el Programa de Adopción de Ocean Alliance fue difundido voluntariamente en Argentina.
Cinco años después, se fundó el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), y el Programa de Adopción se convirtió en uno de sus pilares fundamentales para las investigaciones científicas, con más de 2.347 adopciones, donde los ciudadanos pueden contribuir a mantener la especie sin necesidad de salir de sus casas, contribuyendo así también los programas de investigación, educación y conservación para proteger a los ejemplares y su entorno natural.
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Según indicó el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), consultado por Canal 26, una de las principales problemáticas radica en la cantidad de presencia de plásticos en el océano, ya que las ballenas pueden ingerir fragmentos confundiéndose con alimento, lo cual puede causar obstrucciones intestinales, lesiones internas, e incluso la muerte. Además, los plásticos pueden liberar toxinas que se acumulan en los tejidos de las ballenas, afectando su salud a largo plazo.
Además, la contaminación acuática como las actividades sísmicas y el ruido generado por las embarcaciones interfiere con la comunicación de estos animales. Las ballenas dependen del sonido para orientarse, cazar, comunicarse y socializar. El ruido excesivo puede dificultar estas actividades esenciales, generando estrés, desorientación y cambios en su comportamiento.
Por otro lado, la crisis climática y la contaminación por productos químicos, como hidrocarburos (petróleo), pesticidas y metales pesados, representa una seria amenaza. Los derrames de petróleo, en particular, pueden tener efectos devastadores, cubriendo la piel de las ballenas e impidiendo su termorregulación.
En la Península Valdés uno de los principales problemas tiene que ver con el ataque que sufren (sobre todo las crías) por parte de las gaviotas, ya que éstas se posan en su lomo para alimentarse de su piel y grasa. Estos ataques pueden causarles heridas dolorosas y debilitarlas, afectando su desarrollo y supervivencia.
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Adoptar un animal silvestre parece algo descabellado y de hecho, es penado por la ley. Pero en algunas partes del mundo se utilizan los llamados “programas de adopción” como una especie de apadrinamiento de un ejemplar para contribuir al estudio de su especie, su hábitat y la conservación de todo su entorno.
Existe en Chile, por ejemplo, con la Organización WWF (red global World Wildlife Fund (WWF), que trabaja por la conservación de la naturaleza de ese país y que, entre sus acciones, tiene disponible la “adopción” de un pingüino Humboldt para contribuir con su preservación. En este sentido, desde WWF indican que “esta especie hoy está en estado vulnerable, amenazada por la disminución de alimentos debido a la pesca comercial y el enredo accidental en las redes de pesca”.
Esta misma organización se encuentra en Asia e incentiva a “adoptar” de forma simbólica también un oso panda para salvar a este animal de la extinción, proteger los ecosistemas frágiles y construir un futuro en el que las personas puedan vivir en armonía con la naturaleza.
Esta misma metodología de trabajo para la preservación de las especies es utilizada en Argentina con el programa de Adopción de Ballenas. “Este programa permite a nuestra comunidad no solo adoptar simbólicamente, sino también participar activamente en su conservación y descubrir sus fascinantes historias a través de newsletters y material educativo”, dijo Belén Braga, del área de comunicación e incidencia del ICB, consultada por este medio.
“El 100% de las contribuciones son destinadas a los programas de investigación, educación y conservación que tiene como objetivo la protección de las ballenas y su medioambiente”, resaltó. “De esta manera, los adoptantes permiten dar continuidad a los estudios científicos claves para conocer el estado de salud de las ballenas, detectar amenazas, generar conciencia, promover el compromiso con la conservación y encontrar soluciones a los problemas que enfrentan en los océanos”, concluyó.
Sólo por mencionar algunas, los programas de adopción simbólicas de las ballenas se puede contribuir para las siguientes investigaciones:
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Además de apoyar programas de conservación, es importante saber que como ciudadanos también podemos contribuir al cuidado del medioambiente y el ecosistema marino con nuestras decisiones de consumo.
Por ejemplo, rechazar productos de plástico de un solo uso, como botellas, bolsas, cubiertos y recipientes, es una forma efectiva de reducir los residuos que terminan en los océanos.
El consumismo excesivo no solo produce una gran cantidad de desechos, sino que también agota recursos naturales y degrada el medio ambiente, afectando especialmente los hábitats marinos.
Reflexionar sobre nuestras necesidades reales y optar por un consumo más consciente y responsable es una acción crucial para proteger a las especies marinas y garantizar un planeta más saludable para las futuras generaciones.
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